La VI ronda de diálogo estratégico y económico entre China y EEUU, celebrada en Beijing los días 9 y 10 de julio, puso de manifiesto varias notas distintivas que cabe destacar. En primer lugar, el paulatino ajuste de prioridades en la agenda bilateral. En efecto, los asuntos económicos y comerciales siguen siendo un componente esencial de las relaciones sino-estadounidenses, pero los asuntos estratégicos y de seguridad influyen cada vez más en la definición del tono general de dichos vínculos. La agenda económica es un pilar clave del entendimiento Beijing-Washington y para China es una variable decisiva para atemperar las fricciones, pero se ve inevitablemente desplazada por el alcance de asuntos como las disputas marítimas, la seguridad cibernética o la definición al alza de las alianzas militares regionales.
En segundo lugar, la exaltación de la importancia de este diálogo, que China insiste en negar bajo la fórmula de un G-2, no va en menoscabo de la creciente importancia de las relaciones con otros socios mayores. Beijing parece querer relativizar el peso en su agenda de la relación con Washington mientras refuerza sus vínculos con otros actores, ya se llame Rusia o Alemania, o con entornos regionales en los que cristaliza una voluntad de autonomía creciente. En este sentido, es destacable la importancia que Beijing concede a una mayor nivelación de su política exterior que dé forma efectiva a su visión y apuesta por un orden multipolar. China quiere, en suma, afianzar posibilidades y mecanismos alternativos que moderen la trascendencia de su agenda con EEUU, hoy por hoy la más determinante de su diplomacia.
A China le preocupa que las diferencias con EEUU deriven en confrontaciones imposibles de gestionar y aspira a un desarrollo en un marco aceptable y sin perder de vista que el tono general sea constructivo y respetuoso con las decisiones soberanas de cada parte. Para alcanzar su objetivo, a sabiendas de que en lo estratégico las diferencias son profundas, seguirá valiéndose de su atractivo económico. La nueva ola de reformas en curso puede abrir espacios importantes para la cooperación bilateral.
China y EEUU tienen entre manos asuntos de gran importancia, ya nos refiramos al tratado de inversiones bilaterales, las diferencias sobre el yuan –que van y vienen-, el déficit comercial, la propiedad intelectual, la cooperación tecnológica, etc., pero su agenda global (cambio climático, terrorismo, conflictos regionales…) crece sin cesar. Ambas partes son conscientes de que la clave de su relación es la confianza. Quizá por ello, el diálogo militar tiene un alcance sustancial, aunque difícilmente disipará, al menos en el futuro inmediato, la reiteración de posiciones y pareceres diametralmente opuestos en muchos temas candentes de la agenda internacional.
En el diálogo sino-estadounidense confluye la voluntad política de ambos actores de evitar una evolución incontrolada de sus diferencias. Para China, lo más importante es lograr que EEUU respete sus opciones. Como dijo Yang Jiechi, el diálogo debe servir para acelerar la cooperación y amortiguar los conflictos. Pero aunque China desmienta la existencia de una rivalidad estratégica y reafirme el valor del consenso como norma guía en sus relaciones, las quiebras en atención a los intereses centrales de Beijing son evidentes. Deseos y realidad confluyen en una retórica que presenta sombras de notorio perfil por más que John Kerry diga “en serio” que espera ver una China “fuerte, próspera y estable”….