La cumbre del G20 se reunirá nuevamente a primeros de septiembre en la ciudad china de Hangzhou, capital de Zhejiang. China acoge con satisfacción el encuentro pues supone un reconocimiento de su papel creciente en la economía global. Igualmente, a través de una presencia récord, quiere reforzar la representatividad de los países en desarrollo e incidir en su propio liderazgo de las economías menos avanzadas.
En un momento de grandes ajustes y reformas que cosechan no pocas dificultades, las autoridades del gigante asiático aprovecharán el evento en doble clave interna. De una parte, para reafirmar la orientación general de su propio proceso; de otra, para tranquilizar a terceros países en cuanto a la solidez de sus expectativas de transformación estructural, a menudo cuestionadas.
De la agenda de propuestas formuladas por los anfitriones destaca la reivindicación de las bondades de la globalización (aun reconociendo sus agujeros negros) y la condena del proteccionismo comercial que gana enteros por doquier. China es uno de los países más perjudicados por esta tendencia.
El G20 agrupa a un conjunto de economías que representan el 85 por ciento de la economía global. Las pretensiones iniciales que apuntaban a la fijación de reglas para una gobernanza económica que disciplinara el sector financiero y las grandes corporaciones trasnacionales en aras del bien común, se han disipado, encallando en los tópicos asociados al crecimiento: innovación, comercio, inversión, reforma, ajuste….
China reivindicará en Hangzhou un papel de mayor significación en la gobernanza global. Pero, ¿tiene China una agenda realmente propia? Conocido es su interés por el impulso a las infraestructuras, su disposición a actuar como un nuevo referente global de las inversiones, su mayor compromiso con la superación de los déficits ambientales o la brecha tecnológica. Iniciativas como el BAII (Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras) o la Franja y la Ruta apuntan en esa dirección. La apuesta por la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible le confiere un destacado papel en el apoyo a la industrialización de África y otros países en desarrollo, por lo tanto comprometida con la reducción de la pobreza. La incorporación de China al Club de París podría ayudar a resolver los problemas de deuda de algunos países. Pero subsisten las dudas, primero, a propósito del éxito de su transición al nuevo modelo de desarrollo a la vista de una “nueva normalidad” caracterizada por la desaceleración y las resistencias estructurales a los cambios; segundo, en atención a las horas bajas y conflictivas de una diplomacia que hasta ahora había cosechado importantes éxitos (pérdida de impulso de los BRICS o las tensiones en el Mar de China meridional, por citar dos ejemplos).
La incapacidad ha sido la nota dominante a la hora de caracterizar el papel del G20 ante la crisis global. En lo fundamental, las esperanzas que despertó en su día no se han visto confirmadas. Si China va a remar en Hangzhou en la misma dirección que hasta ahora, de poco servirá esta cita. Se necesitan medidas audaces para mejorar el control y asegurar la estabilidad financiera internacional, detonante de una crisis aun no cerrada del todo. Esto exige la asunción de políticas públicas que afiancen la recuperación a la par que la protección de las personas. Es ese el tipo de crecimiento que la sociedad global precisa. Cabe observar con inquietud su reiterada presencia retórica en las grandes cábalas globales sin verse acompañada de medidas eficaces.
Se ignora si China podría abanderar un nuevo camino para el crecimiento que tenga en cuenta no solo las nuevas oportunidades que surgen de la innovación tecnológica sino la gestión a la par de los impactos sociales, fenómeno del que muy poco se habla. La corrección de las desigualdades es un imperativo de la máxima urgencia.
En China, es el PCCh quien aun tiene el poder sobre la economía. Se diría que en el resto del mundo es el mercado quien impone sus reglas y la esfera política se encuentra cada vez más a su merced. Sin merma de las diferencias sistémicas, especialmente en lo político, la experiencia de China en la planificación y otros ámbitos con un modelo de crecimiento que concreta otro modelo de gestión sin renunciar a la optimización de la estructura económica ni a los factores tradicionales asociados al crecimiento podría aportar ideas complementarias de utilidad para subordinar el papel del mercado al bien común. La sociedad acomodada global debiera ser una aspiración compartida. ¿Le preocupa al G20?