La aspiración de China a desempeñar un papel más importante en Oriente Medio se ha escenificado de forma contundente esta semana con la visita simultánea a Beijing del presidente palestino Mahmoud Abbas y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. El encajonamiento en el tiempo de las visitas de ambos líderes, rara vez con agendas coincidentes salvo en EEUU, revela el mutuo reconocimiento al papel que China puede desempeñar a partir de ahora en la hipotética solución de su interminable litigio. Los encuentros, por separado, tuvieron lugar, además, unas semanas después de que John Kerry intentara, por el momento con poco éxito, reavivar las negociaciones bilaterales.
En lo inmediato, el empeño chino se instrumenta sobre tres pilares. Primero, el fomento de las relaciones bilaterales. El compromiso chino con la causa palestina marca distancias con Israel, pero no impide que ambas partes intensifiquen la cooperación económica y comercial. Asimismo, es previsible un aumento sustancial de la inversión china en los territorios palestinos, especialmente en las infraestructuras. En resumidas cuentas, cabe esperar un incremento de su presencia e influencia en ambos actores. La punta de lanza será su instrumento preferido, la economía.
En segundo lugar, dicho esfuerzo tiene dimensión regional. La presencia de China en Oriente Medio se ha fortalecido en estos años de crisis económica mundial. Con la guerra en Siria en un callejón sin salida e Irán en la recámara de un agravamiento de sus diferencias con Occidente, crecen los temores a una desestabilización grave de la zona con una cadena de consecuencias que afecte de forma singular y duradera a su aprovisionamiento de energía, en su mayor parte procedente de la Arabia sunita y el Irán chiita. Tras lo acontecido en Libia, desde la reivindicación de una posición de neutralidad y no injerencia, promoviendo un concepto de seguridad integral, común y cooperativa, China ha tejido una red de vínculos con los países de la región de forma que cualquiera que sea la evolución posterior pueda mantener a buen recaudo sus intereses. El aumento de los suministros de petróleo a cambio de fuertes inversiones en infraestructuras y acuerdos financieros marcan una hoja de ruta a su medida.
Por último, esta iniciativa china es fiel reflejo de una influencia diplomática en expansión y de la aspiración a ejercer de potencia global, asumiendo una responsabilidad mayor en los asuntos internacionales tal como se le ha venido exigiendo por otras potencias relevantes, quizás cínicamente. Ahora tendremos ocasión de comprobarlo fehacientemente ya que este nuevo actor parece más receptivo y dispuesto a poner fin a su tradicional discreción. Lo hará portando su propia política bajo el brazo y en más de una ocasión, al defender la primacía de sus intereses y resistir abiertamente las presiones de terceros, es harto probable que ponga en causa la estrategia occidental en una zona de similar importancia vital para el mundo desarrollado.