China: sobre extensión y vulnerabilidad Alfredo Toro Hardy es escritor y diplomático venezolano

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

 A partir de 2008, cuando su política exterior se hizo crecientemente asertiva, China comenzó a generarse problemas a diestra y siniestra. Sus diferendos con varios de sus vecinos en relación al Mar del Sur de China escalaron. El hecho de resultar inmensamente más poderoso que aquellos no favoreció su imagen, como tampoco lo hizo el que reclamase el 80% de dicho espacio marítimo y de sus recursos submarinos. O el que su reclamación se sustente en una “línea histórica” que nadie le reconoce y que va a contracorriente de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de la cual China es signataria. Una imagen de prepotencia, la cual se asocia con la visión de centralidad que China tuvo de si misma durante milenios, ha tomado cuerpo en su parte del mundo. Especialmente en la medida en que se niega a aceptar la jurisdicción o las sentencias de la Corte Internacional de Justicia.

          Para proteger su reclamación, y proyectar su poder en el Mar del Sur de China, China se abocó a la construcción de islas artificiales en lo que antes eran arrecifes de coral sumergidos. Ello fue seguido por la militarización de éstas, dotándolas de estructuras, instalaciones y armamento sofisticados. Aunque China no fue la primera en adentrarse por esta vía, la extensión de su recorrido opacó por completo a los demás. Se calcula, en efecto, que su construcción y militarización de islas supera diecisiete veces a la de los demás reclamantes juntos.

       Pekín no esconde, por lo demás, su ambición de transformar al Mar del Sur de China en un equivalente a lo que el Mar Caribe ha sido para Estados Unidos. Es decir, un espacio de proyección hegemónica. Curiosamente, el Mar del Sur de China tiene una extensión similar a la del llamado Gran Caribe. Más aún, los estrategas militares chinos tampoco esconden la ambición de controlar el espacio geográfico comprendido entre sus costas y lo que denominan como la Primera Cadena de Islas (compuestas principalmente por las islas Kuril, el Archipiélago Japonés, la isla Ryukyu, Taiwan, parte de Filipinas y Borneo). De acuerdo a su visión estratégica, esta área debe quedar libre de bases militares o de la presencia de contingentes navales estadounidenses. Ello conllevaría a sellar de la penetración militar estadounidense no sólo al Mar del Sur de China, sino también en los mares del Este de China y Amarillo.

    Por otro lado, China se abocó a la construcción de una marina de aguas azules, capaz de operar en “mares distantes”. Ello tanto por razones de prestigio como para proteger a sus rutas comerciales del Océano Índico. Esto implica convertirse en un poder naval en dos océanos, Pacífico e Índico, transformando a la vez la naturaleza de su Armada. La misma pasaría de enfatizar la denegación a la penetración ajena en sus propias aguas, para buscar convertirse en una fuerza de control naval en mares distantes. Para dar sustento a este objetivo, China se adentró a la construcción de un conjunto de puertos profundos en Myanmar, Bangladesh, Pakistán y Sri Lanka, capaces de albergar a su flota. Por extensión de lo anterior, tanto la Bahía de Bengala como el Océano Índico asumen una dimensión de proyección naval estratégica. Todo ello la ha colocado en curso de colisión con India. 

   Pero también Japón se encuentra en curso de colisión con China. Su estrategia de obtener el control de los espacios marítimos hasta la llamada Primera Cadena de Islas es ya motivo suficiente para ello. Sin embargo hay más. A partir de 2012, las tensiones surgidas en torno al diferendo que ambos países sostienen por las islas inhabitadas Senkaku-Diaoyu, aumentó a decibelios peligrosos. A ello se une, la declaratoria de una Zona de Identificación Aérea” en 2013 por parte de Pekín, sobre la mayor parte del Mar del Este de China. Ello no sólo antagoniza directamente a Japón, sino también a Corea del Sur.   

   Sin embargo, también Estados Unidos se encuentra en curso de colisión con China. Pekín aspira abiertamente a expulsar a las fuerzas militares estadounidenses de lo que considera como su espacio natural de influencia. Para un país que desde 1854 ha sido poder naval en esa parte del mundo, ello no resulta aceptable o negociable. Quizás para una nación multi milenaria como China, 165 años de presencia estadounidense en la región equivalgan a un simple soplo de aire sobre una brizna de paja, pero para Estados Unidos ello representa más de la mitad de su historia independiente. Máxime, cuando lo que consideran como su derecho de presencia en esa parte del mundo, se sustenta en las incontables bajas sufridas en tres grandes guerras. Pero, a la vez, Estados Unidos reivindica para si y para los otros un derecho de libre tránsito marítimo en el Mar del Sur de China. El mismo se vería seriamente restringido de llegar a materializarse el control del 80% de dicho espacio marítimo por parte de China. Son muchos los países de la región, por lo demás, los que respaldan el contra balance a las ambiciones hegemónicas chinas, representado por Estados Unidos. 

¿Podrá China manejar tantos frentes diversos a la vez y, sobre todo, podrá hacerlo sin que estos se coliguen en su contra? La sobre extensión de sus ambiciones, tanto en materia geopolítica como en otros campos, constituye, en efecto, su mayor fuente de vulnerabilidad.