China cuenta con una población de entre 800 y 900 millones de habitantes viviendo en zonas rurales pobres. Las autoridades de ese país se han fijado como prioridad el superar la brecha que separa a la afluencia en ascenso con la pobreza extrema. De la misma manera en que 400 millones de seres humanos fueron sacados de la pobreza en los últimos 25 años, el undécimo primer plan quinquenal chino, en ejecución desde el 2006, prevé que en los quince años siguientes 300 millones de personas migren del campo a las zonas urbanas.
Cientos de nuevas ciudades se encuentran en la mira de los planificadores, mediante la reconfiguración de los ejes de desarrollo de los deltas de los ríos Perla y Yangtze, ampliándolos y proyectándolos hacia el interior. Ello en adición a la expansión que sufrirán las 49 ciudades con más de un millón de habitantes, de las que dispone ese país, como resultado de la migración rural.
Sin embargo, junto al rápido crecimiento de las ciudades existentes o a la aparición de nuevas urbes, está en marcha un proceso macrocefálico de expansión suburbano, similar al que evidenció Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. En su edición del 25 de febrero de 2008, la revista Time relataba la mudanza de las clases medias urbanas hacia infinidad de nuevos suburbios. En la sola Shangai se calcula que cinco millones personas se moverán hacia ciudades satélites en los próximos diez años. Como consecuencia de ello, para 2010 se habrán construido unos 4.200 kilómetros en nuevas autopistas alrededor de esa ciudad.
Más allá del impacto en consumo representado por el voraz aparato exportador chino, la necesidad de dar respuesta a los fenómenos de crecimiento urbano y suburbano, antes descritos, demandará ingentes cantidades de materias primas. Dicho país es ya el mayor importador mundial de rubros como cobre, soja, aluminio o níquel, así como el segundo importador de petróleo, por solo citar algunos productos puntuales.
Como señalaba Thomas Friedman, de mantenerse las tendencias de crecimiento, China pasaría de importar los siete millones de barriles diarios de petróleo que se contabilizaban en 2006, a catorce millones al día para el 2012. Según él, para que el mundo pudiese acomodarse a ese incremento, sería necesario encontrar otra Arabia Saudita (The World is Flat, London, 2006). Si bien es cierto que el crecimiento chino se ha visto afectado por la crisis económica global, también lo es el que nadie ha sabido capear mejor la tormenta que ese país.
En efecto, tal como señalaba Newsweek de fecha 3 de agosto 2009, el 8% de crecimiento estimado que tendrá China este año, supera con creces a los de cualquier otra de las grandes economías. En igual sentido la revista refería que el índice de la bolsa de Shangai se ha incrementado en un 60 por ciento desde comienzos de año y que el mercado inmobiliario ha crecido aceleradamente, gracias a un salto de un mil por ciento en prestamos bancarios registrados entre diciembre 2007 y diciembre 2008.
América Latina se encuentra particularmente bien preparada para hacer frente al proceso expansivo chino y, de hecho, ha venido sustentando de manera directa o indirecta sobre aquel, su crecimiento económico de los últimos años. Tanto en las llamadas “soft commodities” (mercancías cultivadas) como en las “hard commodities” (mercancías extraídas), las ventajas comparativas de la región resultan notorias.
La cara negativa de esta moneda reside en asfixiar las posibilidades manufactureras de la región, en función de un énfasis creciente en la producción de materias primas. A ello se une el hecho de que la competencia de bajo costo proveniente de China ha afectado muy negativamente a quienes, como México, habían centrado su apuesta en la exportación manufacturera.
América Latina debe adentrarse en un proceso de reflexión profunda en relación al doble carácter de oportunidad y amenaza que China le representa.