Guandong, Fujian o Beijing resultan hoy en día más importantes para América Latina que Washington. El impacto de lo que ocurre en China resulta fundamental para esta región, aunque no se trate desde luego de un proceso de rasgos homogéneos. Para algunos países latinoamericanos la tierra del Ying y el Yang asume carácter de pesadilla en la medida en que viene a imponer una inesperada y desbastadora competencia. Para éstos, China sustrae mercados e inversiones. Para otros, en cambio, plantea la oportunidad de un crecimiento económico elevado y sostenido, dentro de un marco de clara complementaridad. Para este segundo grupo, China se convierte no sólo en un importante mercado sino también en una significativa fuente de inversiones. El caer de un lado u otro de la barrera depende de los respectivos rubros de exportación.
Para aquellos países de América Latina especializados en industrias de mano de obra intensiva y de bajo costo, el problema planteado es serio. Los renglones más afectados son los textiles, las prendas de vestir, los electrodomésticos, los instrumentos electrónicos y las piezas automotrices, en donde la avalancha productiva china se presenta como las hordas de Gengis Khan. México, República Dominicana y América Central en general resultan los más perjudicados en este sentido. No sólo están enfrentados al diferencial de costos de producción, sino compitiendo por el acceso a un mismo mercado: Estados Unidos. País éste en el cual las importaciones provenientes de China crecieron en un 1.600% entre 1990 y 2005 (Ver Newsweek, 9 de mayo, 2005).
En 2003, China desplazó a México como segundo socio comercial de Estados Unidos, luego de que entre 2000 y 2003 las exportaciones mexicanas a Estados Unidos cayeron en 5%, mientras que las chinas aumentaron en 35%. Las razones de ello fueron claramente explicadas en un informe de finales de ese último año, preparado por la consultora McKinsey & Co. Para ese momento, un obrero en una línea de producción mexicana ganaba 1 dólar con 47 centavos norteamericanos la hora, contra 59 centavos de dólar para un obrero en China. Entre el 2000 y diciembre del 2003, 850 fabricas cuya producción se dirigía a Estados Unidos cerraron sus puertas en México, ante la imposibilidad de competir con los productos provenientes de China. Entre octubre del 2000 y diciembre del 2003, el empleo en Maquila en México se redujo en un 20 por ciento. (“Mexico was NAFTA worth it?”, BusinessWeek, December 22, 2003). De acuerdo a un informe del Banco Interamericano de Desarrollo de fecha 2005, ni siquiera la cercanía geográfica podía compensar el diferencial de costos existente (Inter-American Development Bank, The Emergence of China, Washigton D.C., March, 2005).
Del otro lado de la barrera encontramos a aquellas naciones cuyos renglones de exportación no compiten de manera significativa con los de China y donde lo que prevalece son los beneficios derivados del acceso al mercado chino. Aquí caerían los países exportadores de materias primas y productos básicos, con particular referencia a la agricultura, la minería y la energía. Brasil, Argentina, Chile, Perú y Venezuela destacan en este sentido. Para este grupo China se ha transformado, de manera directa o indirecta, en turbina fundamental de crecimiento económico. No se trata, sin embargo, de un proceso libre de tensiones. Tal como lo reseñaba el International Herald Tribune en su edición del 16 de agosto de 2010: “Tanto en Brasil como en Argentina los productores manufactureros acusaron a las compañías chinas de dumping, promoviendo la imposición de tárifas contra algunos productos chinos”.
En el caso de la mayor potencia económica latinoamericana, Brasil, la competencia china no ha tocado, sin embargo, sus rubros de mayor sensibilidad tecnológica como lo son la aeronáutica, los servicios de ingeniería o los desarrollos petroleros.
En su obra China Shakes the World, James Kynge señala lo siguiente: “En China la urbanización está en su infancia. Hay aproximadamente 400 millones de personas viviendo en las ciudades grandes y pequeñas en este momento, pero el 2050 se espera que ese número haya aumentado entre 600 y 700 millones para alcanzar un total de un millardo o 1,1 millardos de personas…La inversión requerida para acomodar a tanta gente en un ambiente urbano es imposible de calcular con precisión, pero es claro que la demanda mundial de acero, aluminio, cobre, nikel, hierro, petróleo, gas, carbón y tantos otras materias primas y recursos permanecerá fuerte en tanto la urbanización en China haya llegado a su tope” (London, Phoenix, 2006, p.29).
En la edición del 23 de mayo de 2006, el Financial Times señalaba: “Aunque las mayores compañías mineras y petroleras están incrementando sus gastos en exploración y desarrollo de proyectos, el precio de las materias primas ha aumentado más rápido que la tasa a la cual las compañías están invirtiendo en sus negocios. El argumento de que las limitaciones de suministro han generado un cambio estructural y no coyuntural, en los mercados de materias primas, fue refrendado recientemente por la Agencia Internacional de Energía”.
De su lado, en su obra The World is Flat, Thomas Friedman refería lo siguiente: “Si las tendencias en curso se sostienen, China pasará de importar siete millones de barriles diarios (de petróleo) como es el caso hoy, a importar catorce millones al día para el 2012. Para que el mundo pueda acomodarse a ello será necesario encontrar otra Arabia Saudita” (London, Penguin Books, 2006, p. 500).
Pero más allá de las llamadas “hard commodities”, es decir las mercancías extraídas como los hidrocarburos y los productos mineros, se encuentran las “soft commodities”, conformados por los alimentos. Un ejemplo puntual puede darnos idea de las dimensiones que alcanza el comercio en este último rubro. En sólo una década, China se transformó en el mayor importador mundial de soya, habiendo consumido 35 millones de toneladas en el 2008. Brasil se convirtió en 2006 en su mayor proveedor internacional, sobrepasando los 10 millones de toneladas de exportaciones anuales a ese mercado (International Herald Tribune, 6 de abril, 2007).
Las cifras totales del comercio hablan por sí sólas. Según señalan John y Doris Naisbitt en su obra China´s Megatrends el comercio entre China y América Latina pasó de 8.3 millardos de dólares norteamericanos en 1999 a más de 140 millardos en 2008 (New York, Harper Business, 2010, p. 164/165). No en balde los economistas comienzan a hablar de un ciclo económico expansivo, para los países latinoamericanos productores de materias primas, similar al que tuvo lugar a comienzos del siglo XX. Un ciclo sustentado en razones estructurales y, por ende, susceptible de prolongarse por varias décadas.
Para el grupo de exportadores a China, ésta se está transformando a la vez en una fuente de inversiones de inmensas potencialidades. Venezuela es un buen ejemplo de esas inversiones en rubros que van desde la exploración y explotación petrolera hasta la construcción de viviendas, pasando por el desarrollo agrícola y ferroviario.
La estrategia anterior alcanzó nuevo ímpetu a partir de un anuncio hecho el 9 de marzo del 2007 por el gobierno chino. De acuerdo al mismo, el Estado chino procedía a la creación de una agencia especial, la China Investment Corporation, para invertir en el extranjero parte importante de la cantidad de la que dispone en reservas internacionales. Cantidad que para este momento asciende a 2,45 billones (millones de millones) de dólares estadounidenses.
Según refería el International Herald Tribune el 10 de marzo de 2007: “Los analistas señalan que la agencia podría destinar cientos de millardos de dólares a adquirir activos estratégicos alrededor del mundo, particularmente en países de desarrollo de Africa y América Latina. ‘Ellos no van detrás de activos financieros sino de activos en energía, minerales y recursos naturales, cosas que China necesita desesperadamente’ señalaba Jing Ulrich de J.P. Morgan”. De acuerdo a lo anterior, China estará destinando en los próximos años centenares de miles de millones de dólares a proyectos de inversión en el extranjero, particularmente en los rubros de energía, minerales y recursos naturales en Africa, América Latina y Australia. A juzgar por la experiencia ello tiende a implicar, a la vez, inversiones en sectores diversos de la economía de aquellos países que los proveen de materias primas.
Así las cosas, el balance para América Latina resultante del emerger de China pareciera no admitir medias tintas. Mientras para unos es eminentemente positivo, para otros es eminentemente negativo. Sólo México exhibiría una correlación menos nítida. Es cierto que la apuesta histórica hecha por este país con la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos se encuentra ahora en entredicho. Sin embargo, en tanto exportador de petróleo (al menos por los próximos años) o gran productor de cemento, México ha logrado compensar en importante medida los perjuicios referidos, gracias al incremento de precios impulsados por el consumo chino. Por lo demás, el importante sector de los servicios mexicano ha permitido amortiguar en importante medida el golpe sufrido por su sector manufacturero.
Lo anterior no pasa desde luego desapercibido en Washinton. La posibilidad de verse desplazado en el acceso a materias primas que le son vitales, por un factor exógeno al hemisferio, es motivo de indudable preocupación. En su edición de 23 de mayo de 2006, el Financial Times señalaba: “En 2005 China significó el nueve por ciento de la demanda global de petróleo, el 20 por ciento de la de aluminio, del 30 al 35 por ciento de la de acero, hierro y carbón y 45 por ciento de la de cemento”. ¿Cuánto tiempo podrá Estados Unidos soportar una presión de esa naturaleza en un coto que consideraba como propio?
Sin embargo, es cuando el petróleo entra en escena que las cosas adquieren un cariz muy particular. En el 2025 tanto China como Estados Unidos estarán importando alrededor del 70 por ciento del petróleo que consuman. Ello en condición decreciente de reservas y de fuentes de aprovisionamiento petroleras internacionales. ¿Estará dispuesto Estados Unidos a compartir con China las reservas petroleras de Venezuela, las mayores del mundo? Con sus 500 mil millones de barriles de petróleo en reservas, tal como lo señaló en enero de este año un informe del U.S. Geological Survey, Venezuela puede llegar a convertirse en una pieza de rivalidad geoestratégica de las dos grandes potencias del siglo XXI. Algo similar podría decirse en relación a los gigantescos descubrimientos de petróleo costa afuera hechos por Brasil que, según algunos, podría alcanzar a los 100 mil millones de barriles en reservas.
Ahora bien, más allá de la existencia de ganadores y perdedores en la relación entre China y América Latina, los términos mismos de ésta no deben ser motivo de celebración para ningún país latinoamericano. Esta relación deja fuera de competencia a los desfavorecidos, mientras que consolida la dependencia frente a las materias primas y los productos básicos para los favorecidos. Es decir, aún los que se benefician comercialmente no ven más que consolidar su patrón de exportación primario, retrotrayéndose a la misma situación que prevalecía cuando se inició el siglo XX.
Tal como señalaba The Economist en un reporte especial sobre América Latina, aparecido en su edición de 11 de septiembre de 2010: “De acuerdo a un reporte del Banco Mundial publicado este mes, más del 90% de los latinoamericanos viven en países que son exportadores netos de materias primas, teniendo a América Central y el Caribe como excepción…América Latina tiene una inconfortable dependencia de las materias primas. En la última década ellas representaron el 52% de las exportaciones de la región de acuerdo al Banco Mundial”. Lo que las fuentes citadas no señalan es que un importante porcentaje de ese 48% remanente está constituido por productos básicos o semielaborados.
Aunque en ningún caso debe subestimarse la complejidad logistica o los requerimientos técnicos que se le plantean a los productores de materias primas, el valor agregado involucrado en esos procesos no se equipara al de las manufacturas. Más aún, tal como lo evidencia la historia de América Latina, la dependencia frente a los “commodities” y los productos básicos implica quedar a merced de los ciclos económicos. Es claro que las materias primas confrontan una volatilidad de precios mucho mayor que las manufacturas. De más está decir, en tal sentido, que el actual ciclo expansivo de las economías latinoamericanas resulta directamente proporcional al proceso de urbanización y de desarrollo de infraestructuras que actualmente vive China. Cuando este último toque su techo, las economías de América Latina comenzarán a ver acercarse su piso.
El proceso económico expansivo que hoy vive Latinoamérica gracias a China, debe ser visto como una ventana de oportunidad que no puede desaprovecharse. La gran pregunta es hacia donde deben dirigirse los esfuerzos los América Latina o, lo que es lo mismo, en que áreas deben invertirse los recursos proveniente de las exportaciones a China.
Todo parece indicar que, a estas alturas, la región tiene poco que seguir buscando en el sector de las manufacturas. Nunca estará en capacidad de resultar suficientemente competitiva en productos de alta tecnología y tampoco lo logrará en los de mano de obra intensiva. Sólo Brasil, Cuba y quizás Argentina puedan evidenciar presencia a nivel de ciertos enjambres y nichos productivos de alta tecnología: El primero en areonáutica, microchips o productos asociados con la perforación de petróleo en aguas profundas y los tres en biotecnología. Pero la excepción no hace la regla. De acuerdo los indicadores de la Red Iberoamericana de Ciencia y Tecnología, del total de las inversiones globales en investigación y desarrollo, 42% de estas se concentran en Estados Unidos y Canadá, 28% en Europa, 27% en Asia y apenas 1% en América Latina (Andrés Oppenheimer, “El Desafío Tecnológico para América Latina”, www.lanación.com).
En cuando a los productos de mano de obra intensiva ya pasamos revista al impacto de la competencia china en la región. De más está decir que cuando China comience a subir –como de hecho ya lo está haciendo- por la escalera del desarrollo tecnólogico y de la sofisticación productiva, América Latina habrá de vérselas con sus sucesores: Vietnam y compañía. Tampoco por aquí hay muchas oportunidades por encontrar.
Bloqueado como parece el campo de las manufacturas, es fundamental desarrollar el de los servicios, que en estos momentos emerge como la nueva frontera en materia de exportaciones. Hasta fecha reciente los servicios resultaban no transables o poco transables internacionalmente. Sin embargo, el desarrollo exponencial de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones propició lo que la académica de la Universidad de Cambridge Frances Craincros denominó como “la muerte de la distancia”. Con ello, los servicios han pasado a integrarse cabalmente a las llamadas “cadenas globales de valor”.
De acuerdo a Alan Blinder, uno de los más reputados economistas estadounidenses, el área de los servicios interpersonales, es decir los servicios que pueden prestarse a distancia y que por ende resultan naturalmente exportables, está llamada a desaparecer del mundo desarrollado para implantarse en el mundo en desarrollo (“Offshoring: The Next Industrial Revolution”, Foreing Affairs, New York, Council on Foreign Relations, March/April, 2006). A ello invitan la combinación de menores costos y amplio talento disponible. India es el mejor ejemplo de este proceso en curso.
Los países latinoamericanos deben aprovechar los ingresos provenientes del proceso expansivo chino, para prepararse para la próxima oleada de migración de empleos provenientes del mundo desarrollado. Ello implica invertir masivamente en desarrollo humano y social, amén del cabal dominio de las herramientas tecnológicas instrumentales. China nos brinda así la oportunidad de comprar nuestro ticket de entrada al siglo XXI. Reposar en los laureles de esta bonanza temporal, más que un desperdicio de oportunidad, resultaría un auténtico acto de locura.