Tras la visita del presidente Obama a China en noviembre de 2009 y la de Hu Jintao a EEUU en enero de este año, el diálogo China-EEUU se ha ido reforzando como instrumento para explorar un mecanismo que permita encauzar las respectivas diferencias. Últimamente, quizás como consecuencia de ello, se hace notar una “inusual” distensión en las relaciones bilaterales, si bien subsisten aquellos límites tradicionales que aluden a factores de índole ideológica y política (derechos humanos) y también estratégica. El nuevo contexto se fundamenta en la recuperación de cierto entendimiento en lo económico precedido por gestos como la apreciación del yuan frente al dólar en un 5% desde junio de 2010 (un 26% desde 2005, dicen las autoridades chinas) o cierta liberalización del control de las inversiones en el gigante asiático que satisfaría las demandas estadounidenses.
El tipo de cambio, el déficit comercial o los derechos humanos forman parte de esa agenda bilateral que ilustra las diferencias entre ambas partes. A los ajustes en la moneda, se ha unido un incremento importante de las exportaciones estadounidenses a China que en los últimos años (creciendo un 32% en 2010) ha llegado a alcanzar la cifra de 91.900 millones de dólares. Por el contrario, en materia de derechos humanos, el acercamiento ha sido imposible. Mientras EEUU habla de “visible deterioro” o situación “deplorable” (en declaraciones de Hillary Clinton a la revista The Atlantic el pasado 14 de mayo), China pone el acento en las diferentes etapas de desarrollo y de prioridades en la agenda de ambos países.
Pese a ello, y sin que ambas partes hayan resuelto sus desacuerdos en lo económico y comercial, parecen haber aquilatado fórmulas que introducen una relativa y aparente movilidad en algunos asuntos, mientras que en los temas políticos siguen pesando las diferencias ideológicas y culturales que introducen importantes recelos que, ocasionalmente, pudieran tener impactos en lo económico.
Para China, que se encuentra en una fase de transición de ser receptora neta de inversión extranjera a ser activa inversora en el exterior, resulta esencial destrabar los obstáculos que dificultan sus inversiones en países clave como EEUU que también han invertido importantes cantidades en el mercado chino. Se estima que la IDE china crecerá entre un 20 y un 30 por ciento en los próximos años. En el sector no financiero, esta ascendió en 2010 a 59.000 millones de dólares de los que tan solo 5.000 millones fueron invertidos en EEUU.
En el orden estratégico, cabe considerar que el PIB de China podría superar al de EEUU en el plazo de una década, un factor que hace peligrar muy seriamente la hegemonía global estadounidense. La muerte de Osama ben Laden sugiere un ajuste estratégico en la política exterior de Washington en la que China, reducida la importancia de la guerra contra el terror, puede ganar enteros ante la perspectiva de un hipotético enfrentamiento futuro, circunstancia que obligaría a EEUU a dedicar más recursos a gestionar el desafío estratégico que supone China.
Un síntoma de estos recelos se manifiesta tradicionalmente en el control de las exportaciones de alta tecnología a China. Por mucho que Beijing insista en que una liberalización en este concepto permitiría corregir el desequilibrio comercial y abrir camino a nuevas oportunidades en su inmenso mercado a las compañías estadounidenses, cualquier suavización, que EEUU ha prometido, será analizada con lupa.
China es el segundo socio comercial más grande de EEUU y su tercer mercado de exportación más importante. El comercio bilateral ascendió en 2010 a 385.000 millones de dólares, según fuentes chinas. El total del conjunto económico de los dos estados representa un tercio del total global, y el valor de su comercio equivale a una quinta parte del total a nivel mundial. Por otra parte, China sigue siendo el mayor comprador de valores del Tesoro de Estados Unidos, llegando a 1,15 billones de dólares en el pasado mes de febrero (a finales de marzo, sus reservas de divisas habían superado los 3 billones). La importancia y trascendencia de esta relación es evidente, como también lo es la interdependencia de sus respectivas economías.
El último diálogo realizado en Washington los días 9 y 10 de mayo de 2011, el tercero en su género tras los de Washington (julio de 2009) y Beijing (mayo de 2010), ofreció “mayores dosis de pragmatismo”, una lectura que invita a cierto optimismo, aunque es de prever que los progresos serán lentos y con altibajos, lastrados por las divergencias, la desconfianza y los resquemores de buena parte de las respectivas opiniones públicas. La firma de nuevos acuerdos de cooperación económica señala este ámbito como el marco idóneo para concretar avances basados en la perpetuación del statu quo y en la gestión de los intereses comunes.
En el orden de la seguridad estratégica, China ha expresado su respeto por la presencia de EEUU en Asia, lo que abre camino a un entendimiento mutuo en temas sensibles como los potenciales conflictos en el mar de China meridional o en el mar Amarillo. Por primera vez participaron altos funcionarios militares en las discusiones. El asunto de Taiwán, con nuevas ventas de armas en el alero, y la subsiguiente preocupación de Taipei por los efectos de un acercamiento sustancial entre los dos gigantes, sigue condicionando en grado sumo el tono y la consistencia del diálogo.
A China le costará que EEUU reconozca sus intereses centrales (hablemos de los litigios territoriales o incluso del status de economía de mercado), pero una neutralización de la hostilidad que transmita públicamente la imagen de un relativo entendimiento y que evite convertirla a cada paso en moneda de cambio en función de las contingencias político-electorales del caso, ofrece una tregua de gran valor en las actuales circunstancias. Que dicha tregua, sin producirse un acercamiento en los valores que sustentan a ambas sociedades y sistemas, pueda ser duradera, es otro cantar.