El nuevo giro registrado en la cuestión coreana ha pillado a China con el paso cambiado. De una parte, sin duda, puede y debe estar satisfecha. Beijing siempre abogó por el diálogo directo entre las partes principales del contencioso y en esta ocasión, de facto, podrá llevarse a cabo en la medida en que se respete el principio de la doble suspensión sugerido por la diplomacia china, es decir, tanto de los ejercicios militares auspiciados por EEUU como de las pruebas armamentísticas promovidas por Corea del Norte.
No obstante, China deja entrever su preocupación. Y no solo por la posibilidad de consolidar este nuevo rumbo evitando que ningún hecho circunstancial impida los avances y la distensión actual sino por temor a quedarse fuera de juego. En efecto, Kim Jong-un se reunirá con los presidentes surcoreano Moon y con el estadounidense Donald Trump, pero no está previsto que se reúna con Xi Jinping.
En el lustro transcurrido, Xi se ha mostrado reacio a mantener cualquier encuentro con su homólogo norcoreano. Es más, indirecta y públicamente le ha atribuido la condición de desestabilizador de Asia oriental al priorizar sus intereses nacionales en detrimento de las demás partes afectadas, incluida China. Cuando el enviado de Xi, Song Tao, visitó hace pocos meses Pyongyang, Kim se negó a recibirle. El líder norcoreano reprocha a China un seguidismo activo que se manifestaría en la aplicación de las sanciones adoptadas por el Consejo de Seguridad sacrificando su relación histórica con Pyongyang en aras de congraciarse con EEUU. El estado de las relaciones bilaterales es más precario que nunca.
Así las cosas, el diálogo hexagonal (las dos Coreas, Rusia, China, EEUU y Japón), otra de las piezas clave de la estrategia diplomática china en relación a la península coreana, pudiera pasar a mejor vida. El diálogo trilateral (las dos Coreas y EEUU) alejaría a China del corazón del problema. Si Pyongyang y EEUU alcanzan acuerdos sustanciales –lo cual es posible-, ese giro dejaría en muy mala posición a Xi. Unos hipotéticos acuerdos comerciales e inversores de Washington y Seúl con Pyongyang agrandarían la brecha entre Corea del Norte y China. Beijing aun dispone de una importante influencia económica en el país pero no le allanaría el camino para recuperar posiciones si el entendimiento trilateral se afianza a sus expensas.
Por el contrario, el nuevo escenario abre la posibilidad de una mejora sustancial de las relaciones de China con Corea del Sur, especialmente si el presidente Moon consigue deshacerse de la instalación del sistema THAAD, una demanda irrenunciable para China. EEUU podría renunciar a él si Corea del Norte hace concesiones significativas en su programa nuclear.