¿Otra tormenta en un vaso de agua? Las relaciones entre China y Japón se han vuelto a enturbiar tras el anuncio continental de creación de una zona de identificación aérea que incluye en su perímetro a las islas Diaoyu-Senkaku, cuya soberanía ambos países se disputan. Este auge de la tensión, con tintes belicosos, coincide con el anuncio prácticamente simultáneo de creación de los respectivos consejos de seguridad nacional. El vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, tiene el propósito de trasladar personalmente la preocupación de Washington a los líderes chinos, no sin dejar de recordar que el tratado de defensa mutuo suscrito con Japón cubre las islas disputadas. EEUU movilizó dos bombarderos para exhibir su autoridad desafiando el nuevo reglamento chino.
En plena crisis, China también envió su primer portaaviones, el Liaoning, de maniobras por aguas del Mar de China meridional, donde se ubican otros archipiélagos disputados con varios países de la zona. Tras el primer revuelo provocado por el anuncio, Beijing ha llamado a la calma, pero a nadie se le escapa que esta dinámica de multiplicación de los conflictos diplomáticos enturbia la región y facilita argumentos a la tesis del Pentágono de un regreso militarizado a Asia como garantía de la paz en una región clave para la estabilidad global.
El más reciente origen de la actual crisis tiene que ver con la decisión de Japón de comprar parte de las islas en disputa, una acción que Beijing calificó de alteración unilateral del statu quo, acusación ahora igualmente esgrimida contra China por la creación de esta zona de identificación. A diferencia de los gobiernos del Partido Democrático de Japón (2009-2012), acusados de debilidad frente a las “provocaciones” de los pesqueros chinos que faenaban en estas aguas sin importarles la presencia de su servicio de vigilancia pesquera, el Tokio de Shinzo Abe, el mismo que en su anterior mandato (2006-2007) protagonizó el deshielo con Beijing, sugiere una y otra vez meter el dedo en el ojo de los intereses chinos: desde el acuerdo de pesca con Taiwán, la reciente visita del Dalai Lama o las anteriores al cementerio Yasukuni… la suma de desaires no parece inocente y, lejos de ser hechos aislados, sugiere una clara estrategia de plante y contención ante el mismo continente que en 2009 le desbancó de la segunda posición en el ranking de la economía global. Dicha política se refuerza con decisiones relacionadas con la mejora de las dotaciones de armamento (la botadura del porta helicópteros Izumo) o la propuesta de modificación de la Constitución para hacer de Japón un país “normal”. China habla ya de preocupante rearme y del retorno del temido militarismo.
La hipótesis de un conflicto abierto que ajuste cuentas con un pasado reciente y mal digerido, capaz de evidenciar un nuevo tiempo geopolítico en la región y en el mundo marcado por la afirmación del liderazgo chino, no debiera descartarse. Beijing no va a bajar la cerviz. Ese tiempo pasó. No obstante, si bien una escaramuza o algo más serio desataría las pasiones nacionalistas en una China que enfrenta uno de los períodos más determinantes de su proceso de reforma no sin tensiones, afectaría sensiblemente a su política regional y dañaría su estrategia de poder blando, asociada a la promoción prioritaria de los lazos económicos, políticos y culturales en detrimento del poder militar. Por otra parte, pudiera no estar aun suficientemente preparada para un enfrentamiento de estas características, aunque parece que la hipótesis tiene sus valedores y puede ganar credibilidad.
Según arrojaba hace solo un par de meses los resultados de una encuesta realizada en ambos países por el China Daily y la consultora japonesa Genron NPO, nueve de cada diez personas sienten antipatía hacia la otra nación, los peores datos en mucho tiempo. Lo mal cerrado de las heridas históricas pesa lo suyo en dicha percepción, pero sobre todo es consecuencia directa de la controversia por las islas Diaoyu/Senkaku. La misma encuesta revelaba que mientras la mayoría de japoneses prefiere negociaciones y arbitraje internacional para resolver el litigio, los chinos son partidarios de asegurar el control del área disputada y proteger su territorio.
El problema de fondo es doble. De una parte, lo políticamente satisfactorio y rentable que puede resultar en términos internos el mantenimiento de esta tensión en niveles controlables. De otra, la disputa por el liderazgo regional que sugiere la adopción de claras estrategias de cerco por parte de Tokio, en alianza con EEUU y algunos más. Cabe señalar que, a pesar de todo, no se han interrumpido las negociaciones entre China, Japón y Corea del Sur para la firma de un Tratado de Libre Comercio entre los tres países, que representan casi el 20% del PIB global. No obstante, el intercambio comercial se resiente, si bien ligeramente por el momento, aunque no así el turismo, con una caída cercana al treinta por ciento.