El pulso sino-japonés no solo se limita a las inmediaciones territoriales, ya sean las islas Diaoyu/Senkaku o la influencia en los países de Asia meridional o del sudeste asiático, sino que se extiende a otros continentes. La reciente celebración de una quinta conferencia dedicada a África evidencia el interés de Tokio por alcanzar a China en este continente. El primer ministro Shinzo Abe anunció un torrente de ayudas públicas (10,6 mil millones de euros) y privadas (hasta sumar 24,2 mil millones de euros). El plan de asistencia se desarrollará un lustro y contempla rubros como infraestructuras, transportes, redes eléctricas, acceso a agua potable, educación, etc. En la conferencia participaron cerca de cuarenta jefes de Estado y de gobierno africanos. La última cumbre de este tipo había tenido lugar en 2008.
¿Qué atrae a Japón de África? Su ritmo sostenido de crecimiento económico en un contexto global complejo, la demanda de recursos naturales y productos básicos, las oportunidades de negocio y también la rivalidad estratégica con China. ¿Qué le desmotiva? Fundamentalmente, la inestabilidad y la seguridad. Aun está fresco el recuerdo de los diez japoneses muertos en la toma de la planta de gas de In Amenas en Argelia.
La debilidad de la presencia japonesa en África en comparación con el impulso desarrollado por China desde 2006 en adelante es evidente. La inversión privada japonesa en África apenas representa el 2% del total. En comparación con EEUU, Europa o China (desde 2009, el primer socio comercial), la presencia nipona es reducida. En 2000, las exportaciones japonesas a África eran equivalentes a las de China. Una década más tarde, China exporta cinco veces más que las empresas niponas.
Un portavoz del ministerio de asuntos exteriores chino se congratuló del anuncio japonés, esperando que “cumpla sus compromisos”. En el Renmin Ribao se destacó la “generosidad” de Japón en esta edición, asociada a un proyecto estratégico con dos ejes esenciales: el acceso a los recursos naturales y el apoyo político, en especial en el marco de la ONU, para promover su ingreso como miembro permanente del Consejo de Seguridad.
La presencia de Japón en países como Angola, Nigeria, Gabón o Mozambique es bien visible, por citar algunos países. El 85 por ciento del platino utilizado por Japón en su industria del automóvil es importado de África, como también el 67 por ciento del manganeso. Tokio concede una trascendencia singular al sector del automóvil, en especial a través de la capacitación de técnicos, con plantas en Egipto (Nissan), Nigeria (Honda) o África del Sur (Toyota). Recientemente también propuso la construcción de puertos en Yibuti y Angola.
Japón insiste en que su estrategia en África se orienta principalmente a que los africanos puedan controlar y dirigir su propio desarrollo, sorteando las acusaciones de violar las normas laborales o provocar daños ambientales, tan comunes a la hora de criticar la ayuda china.
No obstante este esfuerzo, en virtud de la experiencia pasada, el escepticismo acompaña a los observadores. En anteriores ocasiones, Tokio se prodigó en similares promesas que no han llegado a cumplirse del todo. ¿Será diferente en esta ocasión? Sea como fuere, el interés de las grandes potencias brinda a África una gran oportunidad para sacudirse sus males endémicos cuidando de evitar la reproducción de los viejos esquemas coloniales.