El repunte álgido del contencioso en torno a las islas Diaoyu/Senkaku refleja la fragilidad e inestabilidad de las relaciones bilaterales sino-japonesas, siempre amenazadas por sombras de tensión difíciles de erradicar, pero también pone de manifiesto la respectiva pugna por redefinir el lugar de cada cual en el inmediato entorno asiático y, por añadidura, en el caso chino, el traslado de un claro mensaje de autoafirmación a EEUU.
Paradójicamente, todo parecía indicar que tras la victoria del PDJ en Tokio, las relaciones entre los dos vecinos, muy dañadas durante el mandato de Koizumi (2001-2006), estarían marcadas por la consolidación del acercamiento iniciado ya con Shinzo Abe. Ese era su programa en septiembre de 2009, dejando vislumbrar una progresiva asiatización de la política japonesa y el alejamiento de su tradicional aliado, EEUU.
Dicha circunstancia y el propio hecho de la gravedad de la crisis económica y financiera de EEUU, interpretada en Beijing como un imperativo (también electoral) que obligaría a la Casa Blanca a centrar toda su atención a la agenda interna, le ha llevado quizás a conducirse con una mayor soltura en la región, confiando en que había llegado la hora de afirmar sus zonas de interés y mostrando su capacidad para condicionar la agenda regional.
Pero ni una cosa ni la otra. La atmósfera con Japón se ha enrarecido, abriendo paso a una improductiva exaltación de los sentimientos nacionalistas a uno y otro lado. Por otra parte, en los últimos meses, Hillary Clinton ha multiplicado sus mensajes (y acciones) indicando la firme voluntad de implicarse en los problemas de seguridad de la región, señalando así un nuevo motivo de enfrentamiento con Beijing (tras los agudos diferendos en materia cambiaria, climática o política, entre otros).
La llegada al poder del PDJ brindaba una excelente ocasión para encarar con otro espíritu los contenciosos históricos que han enfrentado a los dos países y que los liberales, pese a conducirse con diferentes intensidades, no lograron superar en décadas. La solidez de los intercambios económicos (China es el primer socio comercial de Japón) y la sincera voluntad de cambio unida a una convicción compartida y comprometida con la autonomía de la región, podrían facilitar no solo el logro de acuerdos en contenciosos relacionados con la explotación de recursos marítimos (como en este caso) sino abordar de una vez las tensiones profundas que enturbian las relaciones bilaterales para erigir en Asia-Pacífico un sólido eje del orden multipolar.
El sorprendente enquistamiento del contencioso de las islas Diaoyu/Senkaku se ha visto facilitado por declaraciones subidas de tono (como las efectuadas por el ministro de exteriores Seiji Maehara) pero su dilación bien pudiera revelar igualmente la existencia de divergencias en el seno del liderazgo chino (también a propósito de la reforma política) y el recurso a ciertas tensiones por parte de algunos grupos para mejorar sus posiciones en un momento clave de la transición que se consumará en 2012, en el XVIII Congreso del PCCh, cuando Hu Jintao debe dar paso a la siguiente generación. A fin de cuentas, Japón es un recurrente botón de muestra para evidenciar quien está más dispuesto a defender los intereses del país, incluso, siguiendo la tradición del maoísmo, movilizando a sus adeptos en una apología difícil de reprimir.
Esta tensión favorece a los “duros” en la dirección china y alienta el bloqueo en otras cuestiones internas con el objeto de garantizar a toda costa el mantenimiento del rumbo inicial de la reforma, pero agrava seriamente la relación con los demás países de la zona (no solo con Japón), facilitando la estrategia de contención y aislamiento promovida desde Washington. Tras una reunión celebrada por Maehara y Clinton en Hawai el 2 de noviembre, ésta reclamó que la cuestión de las islas Diaoyu se incluyera en el tratado de seguridad entre EEUU y Japón. Beijing considera que el asunto concierne solamente a los dos países.
Es verdad que Japón, frente a una China que ya le ha superado económicamente en términos absolutos, necesita afirmar su espacio vital en la región, pero también lo es que son muchos los sectores, especialmente en el ámbito económico-empresarial, que abogan por un entendimiento con Beijing, a quien consideran un socio crucial.
Si el conflicto es capitalizado y conducido, a uno y otro lado, por quienes apuestan por un nacionalismo populista orientado a desterrar una mutua y supuesta “debilidad” que sustituirían por dosis crecidas de arrogancia, naturalmente acompañadas de una mayor insistencia en la mejora de las capacidades militares, nada bueno cabe esperar de Asia en el siglo XXI.