A juzgar por los impactos registrados en Europa o en EEUU, el sistema financiero chino resiste con aparente holgura la crisis económica mundial. A pesar de la apertura de las últimas décadas, lo cierto es que su matizada conexión a los mercados internacionales y el control ejercido por el Estado le reserva un importante margen de maniobra ante las dificultades externas o, incluso, las derivadas de una mala gestión del sistema financiero interno. Esa proximidad entre la política y la banca, que puede llegar a explicar la subsistencia de cierta opacidad y numerosos créditos incobrables, provee en el momento actual de cierto nivel de amparo frente a la crisis global.
Dicho esto, es evidente también que la presente crisis mundial tendrá consecuencias en China. De hecho, como primera señal, no ha dudado en sumarse a la reducción de las tasas de interés para estimular el crecimiento, si bien sopesa otros impactos. En primer lugar, en el nivel de crecimiento, que podría situarse en 2008 en torno al 8% (el FMI estima un 9,7%), una cifra notablemente elevada según los criterios globales, pero por debajo de las necesidades del desarrollo chino e insuficiente, probablemente, para garantizar una mayor seguridad de estabilidad social, especialmente si se afirma como tendencia a la baja (agravada por los efectos de las heladas del primer trimestre y el terremoto de Sichuan). No obstante, esa moderación del crecimiento, largamente buscada por las autoridades, pudiera facilitar el cambio del modelo de desarrollo, principal objetivo en la actual fase de la reforma.
En segundo lugar, la reducción de los excedentes comerciales, lo cual, como ha señalado Akira Ariyoshi, jefe de la oficina regional de Asia-Pacífico del FMI, podría permitirle reducir su dependencia de las exportaciones, brindando una buena oportunidad para reequilibrar la producción y reorientarla hacia la demanda interior y otros mercados como África, Sudamérica o Sudeste asiático. Las exportaciones chinas a EEUU, segundo socio comercial, se han visto reducidas como consecuencia de la endeblez económica norteamericana y el dólar débil que reduce la ventaja en el precio de los artículos chinos. Las empresas exportadoras se enfrentarán a un panorama delicado ante el decrecimiento de la demanda mundial y el aumento de los costos de producción en el propio país.
En tercer lugar, conviene prestar atención al consumo, entre la atonía y la necesidad de un impulso que reduzca la dependencia respecto al exterior. Según el FMI, ello se vería facilitado con una apreciación del yuan, a lo que, por el momento, se resisten las autoridades chinas. En el ámbito local, cabe señalar que el mercado inmobiliario acumula ya un creciente nerviosismo, con una baja en las ventas del 46%, como media, desde inicios de año.
En cuarto lugar, el desplome del propio mercado bursátil, que ha caído más del 50 por ciento en los primeros tres trimestres del año.
Con sus inmensas reservas de divisas (1,905 billones de dólares finales de septiembre), gran liquidez, unos fondos soberanos con enorme capacidad de influencia y un desembolso significativo en los bonos del Tesoro estadounidense, es evidente que China está llamada a desempeñar un papel significativo en la estabilización y redefinición del sistema financiero internacional. Hoy por hoy está dispuesta a jugar ese papel, consciente de que los equilibrios económicos y financieros del planeta se desplazan cada vez más hacia Asia. El primer ministro Wen Jiabao ha reiterado estas semanas su disposición a reforzar la cooperación internacional, pero su gobierno, probablemente de los menos afectados negativamente por esta crisis, haría bien en matizar su política económica aprovechando la oportunidad presente para reforzar la calidad de su modelo de crecimiento.