La gira del presidente estadounidense Barack Obama por Asia fue seguida con natural atención en China. La principal preocupación de Beijing no estaba relacionada con los hipotéticos avances de las negociaciones a propósito del TPP pues era difícil que se registraran noticias de relieve en este aspecto. Por el contrario, el tono de los encuentros mantenidos en Tokio y Manila y sus secuelas en materia de seguridad pudieran indicar trazos sustanciales de influencia en su propia relación bilateral.
Lo presenciado no invita al optimismo. La declaración conjunta suscrita en Japón denuncia la presunta “amenaza china” por su proceder en los mares próximos y Obama no escatimó énfasis al señalar que las islas Diaoyu/Senkaku se incluyen en el perímetro de defensa que abarca el tratado de seguridad que vincula a ambos países. Por otra parte, en Filipinas firmó un acuerdo para posibilitar una mayor presencia de tropas estadounidenses en sus bases militares.
Si nos atenemos al contexto, las circunstancias son igualmente poco tranquilizadoras. A las discrepancias públicas manifestadas en la gira previa del secretario de Defensa Chuck Hagel, se suma el gesto nipón de la ofrenda de más de un centenar de diputados al santuario Yasukuni en vísperas de la visita de Obama, aun a pesar de que la Casa Blanca ha intentado controlar estos gestos simbólicos que afectan también a Corea del Sur, otro aliado de peso en la región. El vicepresidente Joe Biden ratificaba desde Washington la importancia de construir un fuerte apoyo a la alianza bilateral EEUU-Japón.
Así pues, mientras EEUU asegura a China que “no toma partido” en las disputas, a sus aliados les dice que “está con ellos”, una relativa ambigüedad que solo puede agravar la desconfianza estratégica entre Washington y Beijing. De las palabras a los hechos, parece claro que la Administración Obama opta claramente por reforzar el engarce con sus aliados de la región en el plano defensivo y por premiar a todos aquellos que insinúan un ligero distanciamiento de China (caso de Malasia). Los vínculos con Vietnam han mejorado, también con Singapur o Myanmar. El propósito de esta estrategia consiste en defender su papel y liderazgo en la preservación de la seguridad de la región recurriendo a una doble tenaza: cooperación económica y alianzas militares con vistas a bloquear las capacidades chinas. No obstante, cabe advertir que los lazos militares se profundizan a gran velocidad aun cuando la incertidumbre sigue rodeando el futuro del TPP, cuyas negociaciones debieron haber finalizado en 2013.
La idea que transmite este desarrollo de los acontecimientos es que la desconfianza entre China y EEUU se impone al compromiso de diseñar unas “relaciones de nuevo tipo entre grandes potencias” sellado por los presidentes Obama y Xi en la cumbre de junio pasado. La reconsideración del papel de Japón por parte de EEUU y la multiplicación de gestos para atraerse a los países de la región en el plano defensivo con el argumento de operar un “reequilibrio”, nos ofrecen los claros contornos de una política de contención con la mirada puesta en China. EEUU se ha embarcado en una clara estrategia de uso de la región para contener a su rival.
En Mayo, Shanghai acogerá una cumbre sobre las medidas de confianza en Asia con el denominador doctrinal de que los países asiáticos puedan por si solos resolver sus problemas. Es un mensaje ambicioso. La CICA, creada en 1993, cuenta con 20 países miembros y puede ser el embrión de un foro multilateral de seguridad de la región. La estrategia de China pasa por asiatizar Asia y por atar en corto a EEUU en la región. Pero para ello, los países vecinos deben tener en China garantías de un ejercicio no hegemónico de su poder, lo cual invitaría a compartir intereses y responsabilidades en marcos que trasciendan lo estrictamente bilateral y superadores de los viejos tics asociados a un concepto de soberanía tan exclusivo como excluyente. ¿Podrá China dar ese paso?