Hace unos años Daniel Drezner escribía: “Si no se hace que China e India se sientan bienvenidas al interior de las instituciones internacionales, ellas pueden terminar creando nuevas instituciones y dejar a Estados Unidos mirando a las mismas desde afuera. Las instituciones globales dejan de resultar apropiadas cuando la distribución del poder de decisión al interior de éstas deja de corresponderse con la distribución real de poder” (“The New World Order”, Foreign Affairs, March/April, 2007).
China: el gigante «enano»
La verdad de perogrullo expresada en la frase anterior no ha sido tomada en cuenta por Occidente. En 2013 el PIB de China se correspondía al 14.9% del PIB mundial, sin embargo su poder de voto en el Fondo Monetario Internacional era de sólo 3,8%. Hoy, y tal como lo expresó oficialmente el propio FMI en su más reciente reporte económico, el PIB de China medido en poder de paridad de compra sobrepasó al de Estados Unidos, haciendo de ese país la primera economía del mundo. En efecto, frente a los 17,4 billones (millón de millones) de dólares que constituyen el PIB estadounidense, China se presenta con 17,6 billones. Sin embargo el poder de voto de este última en el FMI sigue siendo de 3,8%, frente a un 17,9% para Estados Unidos.
Esta diferencia entre poder económico y poder de voto se sustenta en la negativa occidental a ceder espacios. Atrincherándose en viejos privilegios Estados Unidos y sus socios europeos se niegan a reconocer la nueva correlación de fuerzas económicas en el mundo. Ello quedó claramente reflejado en el momento álgido de la crisis de la Eurozona, en noviembre del 2011.
En aquella ocasión China ofreció 100 millardos de dólares para ayudar a solventar dicha crisis, a cambio de que la Unión Europea la apoyara en obtener una mayor presencia e influencia en el FMI. Esta propuesta chocó con una rotunda negativa europea, tal como explicaron Benjamin Lim y Nick Edwards, corresponsales de Reuters en Pekín: “Fuentes en Pekín señalan que está opción fue abruptamente rechazada tan pronto como los políticos europeos comprendieron que la misma estaba supeditada a que China obtuviese una mayor participación en la toma de decisiones políticas al interior del FMI y a que su moneda fuese incluida en los derechos especiales de giro de dicha organización” (“Politics stymie China’s EU aid offer”, Reuters, 11 November 2011).
Globalización paralela
Así las cosas, a China no le ha quedado otra opción que la de promover activamente una institucionalidad y un orden económicos internacionales cónsonos a sus intereses. Como punto de partida se encuentra el Banco de Desarrollo Chino, el cual por si sólo se ha transformado en una poderosa herramienta financiera alternativa a las multilaterales financieras controladas por Occidente. Únicamente en América Latina dicha institución ha prestado más que el Banco Mundial, el FMI y el BID juntos. Este año se creó, por su parte, el Banco de Desarrollo del BRICS con sede en Shanghái, con un capital inicial de 50 millardos de dólares que habrá de duplicarse en cinco años. En este mismo sentido, pero dentro de su ámbito continental, China está adelantando la creación de un Banco de Inversiones de Infraestructuras Asiático para el cual ha comprometido 100 millardos de dólares y un Fondo de Infraestructuras de la Ruta de la Seda para el cual ha ofrecido 40 millardos de dólares. El objetivo de ambos es promover la interconectividad y los lazos económicos de China dentro de Asia, haciendo redundantes en esa parte del mundo a los organismos financieros con sede en Washington
China también ha proyectado su influencia económica hacia las distintas regiones de la cual es parte por vía de instituciones y mecanismos como la Organización de Cooperación de Shanghái, el área de Libre Comercio del Este de Asia y la Asociación Económica Regional Integral. En el marco de la última Cumbre de APEC, China empujó con buen éxito la iniciativa de un Área de Libre Comercio del Asia Pacífico, la cual va a contracorriente de la Asociación Tras Pacífica impulsada por Estados Unidos.
De igual manera, pero ya dentro de un ámbito financiero global, China se mueve en dos direcciones. De un lado hacia la internacionalización de su moneda, el yuan, y del otro hacia el posicionamiento de Shanghái como principal centro financiero de Asia. En relación a lo primero está buscando atar, en la medida de lo posible, el uso de su signo monetario a su extensa red de comercio internacional, la cual constituye la mayor del mundo.
Paso a paso, pero con impresionante consistencia de propósito, China ha ido creando una globalización paralela susceptible de debilitar fuertemente al orden económico dominado por Occidente. Como bien advertía Drezner, Estados Unidos y sus socios europeos quedaran mirando desde afuera a un nuevo orden del que no son parte.