China y Obama

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Los líderes chinos han felicitado a Obama por su elección, resaltando en su mensaje la existencia de “amplios intereses comunes e importantes responsabilidades” a compartir en numerosos temas globales, apelando a alcanzar nuevos progresos que permitan afianzar la relación de “cooperación” existente entre ambos Estados.

Ciertamente, la agenda bilateral, repleta cada vez más de asuntos regionales y globales, dispone hoy de cauces de gestión específicos, diseñados en buena medida con posterioridad al encuentro de 2006 entre George W. Bush y Hu Jintao. Es posible que una hipotética continuidad republicana en la Casa Blanca pudiera inspirar en Beijing una mayor seguridad en la relación bilateral, pero la satisfacción no sería completa ante la convicción de la urgencia de introducir cambios en la manera de abordar algunos asuntos, algo que, con cierto fundamento, solo cabría lograrse con la presidencia de Obama.

A primera vista y a nivel social, el interés chino en las elecciones estadounidenses ha puesto de manifiesto, como cabe imaginar, una primera dimensión económica, ya que la actual crisis financiera paraliza y condiciona decisiones importantes de muchas compañías chinas. Sin dejar de considerar asuntos como el déficit comercial o la convertibilidad del yuan, a Beijing le importa sobremanera la estabilidad de la economía estadounidense, tanto por tratarse de un socio comercial de gran envergadura como por el impacto de su crisis en otros mercados preferentes. No obstante, en Internet, si bien los cibernautas se inclinaban mayoritariamente por Obama, en este dominio, algunos expresaban su temor al desarrollo de una política comercial más “conservadora” y a la forma en que ello pudiera afectar a China, con posibilidades efectivas de acentuar las fricciones bilaterales.

Otro frente de inestabilidad guarda relación con lo político, en especial en áreas como los derechos humanos. Decisiones reclamadas a la nueva Administración (como el cierre de la cárcel de Guantánamo), caso de ser adoptadas finalmente como cabe esperar, aumentarán sustancialmente la legitimidad de Washington para reclamar de China una mayor implicación en este aspecto. Es de prever que en ese marco global de estabilidad y cooperación que parece destinado a gestionar la interdependencia mutua, China se avenga con gestos que, sin significar cambios sustanciales en su enfoque tradicional, permitan, al menos, salvar la cara a quienes reclaman una mayor simetría entre iniciativas comerciales y políticas. Pero tampoco en esto cabe esperar de Obama una intransigencia exacerbada. Quizás poniendo el parche antes de la herida, estos últimos días las autoridades chinas anunciaban la próxima elaboración de un primer plan nacional de acción para proteger los derechos humanos.

Sea como fuere, China y Asia se afianzarán, sin lugar a dudas, como una prioridad creciente en la política exterior de Obama. El cambio demócrata refuerza las posibilidades de derrota del Partido Liberal Democrático en Japón –un aliado clave en la región-, seriamente afectado por la crisis (con tres primeros ministros en poco más de un año) abriendo un tiempo igualmente nuevo en la política nipona con el previsible ascenso del Partido Democrático. La primera intención del primer ministro Taro Aso consiste en demorar la disolución del Parlamento con la excusa de la crisis, pero pudiera resultarle difícil resistir mucho tiempo. Por otra parte, la relación con India, en plena reestructuración, plantea enormes desafíos, al igual que el acercamiento entre Taipei y Beijing, que sigue avanzando en lo económico y comercial a pasos agigantados, o la consolidación de los avances logrados en el diálogo hexagonal sobre Corea del Norte, en un momento en que crecen los rumores sobre el estado de salud de Kim Jong-Il. En relación a Taiwán, Obama ha señalado que no cerraba la puerta ni a la venta de armas a Taipei ni a la adopción de medidas de respuesta si China optaba por la fuerza para intimidar a la isla, cuestión que no parece figurar, en absoluto, en la agenda continental. Como antaño, la defensa del statu quo preside el enfoque del problema. 

Ello demuestra que la posibilidad de que Obama opere un giro de 180 grados en la esfera diplomática no se sustenta y carece de credibilidad. La salvaguarda de los intereses estatales estadounidenses impondrá severos límites a corto plazo, si bien una lectura inteligente de las claves del momento pudiera aconsejar el uso de la mano izquierda para abrir camino a aquellas alianzas, políticas y actitudes que puedan acompañar el nuevo ciclo que parece abrirse no solo en EEUU sino que, por impacto y necesidad, también en el mundo entero. Es posible que Washington no disponga para ello de mejor oportunidad. Como es habitual, de esta China emergente preocupada por la estabilidad cabe esperar que mantenga una prudente expectativa, pero cuidando de hacer crecer su influencia un poco más, ofreciendo su colaboración, financiera y de otro signo, al nuevo inquilino de la Casa Blanca, un gesto que a Obama también le interesará agradecer.