La visita que el vice primer ministro chino Li Keqiang realizó a Rusia en los últimos días de abril ha tenido como eje central la disipación de las dudas sobre el interés común en vertebrar un nuevo modelo de cooperación, surgidas tras la publicación de la Estrategia 2020 de Moscú. Este documento, dado a conocer en marzo pasado, refleja con inusitada claridad los riesgos y amenazas que supone para Rusia la consolidación de China como un actor de creciente influencia global.
A contrapelo de un informe cuyos autores avaló en su día, Vladimir Putin ha señalado recientemente que Rusia “debe aprovechar el viento procedente de China para impulsar las velas de su desarrollo económico”. No obstante, la realidad actual dista mucho de estar a la altura de las potencialidades y ambiciones respectivas. Se impone, pues, una reflexión que debe clarificar el rumbo de las relaciones bilaterales en unos lustros que se presumen decisivos para los principales actores internacionales.
El comercio bilateral entre China y Rusia alcanzó los 79.250 millones de dólares en 2011, con un crecimiento del 42,7 por ciento respecto al año anterior. El objetivo oficial es llegar a los 100 mil millones de dólares en 2015 y a los 200 mil millones en 2020. La década actual por lo tanto es clave para situar a Rusia al mismo nivel de Japón o incluso de EEUU en el intercambio comercial. Para ello es fundamental trascender el modelo vigente, establecido en torno a la energía –gas y petróleo sobre todo, pero también carbón y nuclear- y la defensa, añadiendo la maquinaria o la alta tecnología o, en otro orden y teniendo en cuenta que comparten una frontera de 4.300 kilómetros, una cooperación fronteriza en áreas clave. Por lo pronto, esta visita ha servido para firmar contratos por valor de 15 mil millones de dólares.
Li Keqiang ha reiterado a los dirigentes rusos el interés de China en promover la confianza estratégica mutua. Esto afecta a la potenciación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) –que llevará a cabo un nuevo ejercicio militar conjunto en junio próximo en Tayikistán-, pero también al plano bilateral (el pasado 27 de abril concluyó un ejercicio naval conjunto de seis días de duración en aguas chinas, ya convertidos en rutina desde su inicio en 1999). Habida cuenta que ambos países mantienen posturas y opiniones muy similares en las más importantes cuestiones regionales e internacionales, las posibilidades de cooperar más estrechamente son bien amplias.
Desde finales de los ochenta, las relaciones sino-rusas han experimentado una mejora constante. Tras la normalización de 1989, la creación de la OCS o la firma del tratado de amistad y cooperación en 2001 y la asociación estratégica suscrita en 2005 contextualizaron esa nueva realidad.
A China le interesa especialmente contar con Rusia para contrarrestar el creciente activismo militar de EEUU en Asia-Pacífico. Los altibajos de la relación Moscú-Washington ofrecen una buena oportunidad a Beijing. No obstante, el cultivo de las desconfianzas mutuas respecto a EEUU debe basarse en el ensanchamiento de su cooperación económica, transformando los desequilibrios y competencias por la influencia en áreas de interés común en oportunidades para arbitrar espacios de entendimiento. En tanto no amplíen la esfera de sus intereses mutuos, EEUU podrá beneficiarse ampliamente del valor estratégico de la relación individualizada con ambos países.
Frente a la tesis pro-china de Putin, los autores de la no oficial Estrategia 2020 señalan el yuan, la alta competitividad de la industria china o su creciente influencia en Asia Central o en los organismos internacionales como hándicaps para elevar a un nuevo status la relación bilateral.
Para Moscú, modernamente acostumbrado a ser más fuerte que su vecino, no es fácil coexistir con el renovado poder de China, pero por ello mismo debiera formular un nuevo modelo de relaciones que en ausencia de hostilidad mutua transforme los efectos secundarios del desarrollo de China, desafiantes en muchos aspectos para Rusia, en un vivero de ideas que les refuercen mutuamente.
El reto consiste en hacer del potencial económico e inversor de China un aliado para acelerar la modernización de Rusia, especialmente en las zonas alejadas de Siberia y el Lejano Oriente, pero también en industrias clave urgidas de una actualización estructural. China parece tenerlo claro, ¿y Moscú?….