La significación estratégica de las relaciones entre China e India está fuera de toda duda. Su elección como primer destino de la primera gira exterior del primer ministro chino Li Keqiang resalta esa importancia. Más aún cuando afloran síntomas de enrarecimiento que oscurecen los avances recientes. Bastan dos ejemplos. De una parte, el comercio bilateral se ha contraído cerca de un 10 por ciento entre 2011 y 2012, alejando la meta de alcanzar los 100 millones de dólares en 2015, fijada de mutuo acuerdo tras la visita del ex presidente Hu Jintao en noviembre de 2006. El déficit comercial indio sigue siendo elevado (en torno a los 29.000 millones de dólares) a pesar de la caída de las exportaciones chinas en torno a un 20 por ciento.
Pero el dato más preocupante es el reciente aumento de las tensiones fronterizas. La crisis suscitada en el pasado abril implicó a varias decenas de militares chinos que al parecer atravesaron la línea de control provisorio en la zona de Siachen, en la cordillera del Himalaya, que ni una parte ni otra reconocen expresamente. Nueva Delhi calificó el incidente como el más grave desde 1987, reflejando la inquietud por estos hechos y la imposibilidad de avanzar de modo efectivo en las relaciones bilaterales en tanto en cuanto no sea resuelta la cuestión fronteriza.
El proceder de China, quizás motivado por las reservas en torno a las infraestructuras planificadas por India y otros empeños militares en la zona, podría calificarse de desconcertante ya que mientras la crispación con Japón no parece ceder, otros gestos indican una clara voluntad de apaciguar las tensiones exteriores mediante la promoción del diálogo y las consultas.
Durante la visita, Li Keqiang optó por obviar el problema y lanzar mensajes estimulantes y positivos. No falta quien interprete lo sucedido como un intento del EPL de ejercer presión sobre la acción diplomática civil coincidiendo con la reiteración de declaraciones de altos mandos a propósito del mantenimiento de la intransigencia en la defensa de la integridad territorial del país. Las próximas visitas del ministro de defensa y del primer ministro indio a China representan una oportunidad para clarificar y diluir las dudas.
La pesada agenda bilateral incluye otras espinosas cuestiones relacionadas con la cuestión tibetana, las captaciones de agua por los embalses chinos o las repercusiones de sus vínculos, mucho más próximos, con países como Pakistán, Myanmar (que recientemente ha buscado el equilibrio en la mejora de relaciones con EEUU) o Sri Lanka, con una componente de contrapeso estratégico significativa.
Para China, las relaciones con India, como también con Japón o Rusia, son un asunto clave por su vecindad y alcance. A mayores, con India y Rusia comparte la asociación en el grupo BRICS, llamado a desempeñar un rol principal en la conformación de un orden multipolar. Si China ansía mitigar los avances experimentados por EEUU, Alemania o Japón en sus relaciones con India en los últimos años, precisa desactivar la controversia fronteriza. La solución de este problema marcó un punto y aparte en su entendimiento con Moscú, recientemente visitado por el presidente Xi Jinping.
Las tensiones recientes evidencian el grave déficit de confianza entre ambas partes y las dificultades para pasar de las buenas palabras a una relación bilateral que realmente trascienda el complejo legado histórico. La cuestión de las fronteras es ineludible.