Las recientes tensiones entre China y Japón a propósito de los diferendos territoriales evidencian que los riesgos en Asia oriental no se limitan al contencioso norcoreano. Es verdad que las economías de ambos países están intensamente ligadas. De hecho, más de 23.000 empresas japonesas están implantadas en China, su primer mercado exportador. Pero un agravamiento de las tensiones, que a priori nadie desea, pudiera tener efectos muy dañinos. Por el momento, a pesar de repercusiones puntuales ya sea en la evolución del turismo o en la compra de vehículos, no es así. Incluso en el momento álgido de los reproches mutuos, las negociaciones para un TLC junto a Corea del Sur no se han detenido. Pero si no se alcanza a diseñar un marco de seguridad adecuado, la combinación de disputas territoriales e ínfulas nacionalistas puede ocasionar daños irreparables en la región, sin que pueda descartarse que las demostraciones de fuerza deriven en algún conato violento.
El litigio por las islas Diaoyu/Senkaku es fiel reflejo de los cambios en la significación económica y en la balanza de poder de los países de la zona. La tendencia de Japón es a la baja, mientras que China sigue en alza a pesar de la crisis y sus hipotecas internas, pudiendo afirmarse en los próximos años como la primera potencia económica del planeta. Así las cosas, Beijing difícilmente puede aceptar la renuncia a la defensa de aquello que considera sus derechos históricos contestando la ocupación de facto que realiza Japón desde hace varias décadas. A sensu contrario, su proyecto de afirmarse como potencia marítima y el aumento de las tensiones en el Mar de China meridional marcan los temores de los países ribereños que no advierten suficientes garantías de racionalidad frente a una China con un poderío creciente y que ve multiplicadas sus capacidades de presión. Nadie en la zona parece estar en disposición de aceptar el mero retorno a los reinos tributarios de otro tiempo, basados en vínculos de lealtad confirmados por la satisfacción de tributos y no en un detallado trazado de fronteras.
En toda la región está en marcha un proceso de reorganización de las relaciones internacionales aguijoneado por el brusco crecimiento de China. También la República de Corea está conquistando cada vez más y más posiciones influyentes. De ahí que, el incremento de los ánimos nacionalistas se manifieste tanto en Beijing como en Seúl facilitados por la herencia de una época colonial nipona mal digerida que se complementa con la insatisfacción que rodea las excusas planteadas por Tokio en alguna ocasión en relación a su comportamiento pasado. Por una parte, se constata el desarrollo de China y de Corea del Sur y, por otra, la debilidad de Japón, perjudicado por el reequilibrio que experimenta el poder regional. China da a entender a Japón que se propone capitanear la zona asumiendo las consecuencias de las dimensiones de su territorialidad y el éxito de su proceso. En suma, terminó el período cuando Japón era visto como el líder de la región y tomado como ejemplo a seguir por los demás. De esta manera, el litigio territorial es tan solo la punta visible de otros procesos más profundos.
No obstante, mal haría China en gestionar estas diferencias excluyendo la posición tradicional de aparcar la reclamación y centrarse en la obtención de beneficios tangibles a través de la explotación de los recursos. No es fácil de materializar, pero no hay mejor camino para preservar la credibilidad mínima exigible a su desarrollo “pacífico”.
Cuanto ocurre no es cosa de dos. El impacto de estas tensiones en la relación sino-estadounidense es cardinal y los riesgos estratégicos que supone son claros. China pide a EEUU extrema prudencia a la hora de abordar las cuestiones sensibles que afectan a los intereses vitales, pero el eco de dichas peticiones parece débil a la vista de su modus operandi en la zona. En relación a Japón, China, de una parte, ansía una implicación activa de EEUU que evite aquella emancipación que pueda derivar en un nuevo militarismo; de otra, esta hipotética emancipación podría facilitar la reducción de la presencia militar de EEUU, cosa que no le desagradaría en absoluto. Por el momento, Washington ya inició el proceso de revisión de sus lazos en esta materia con Tokio.
Asia-Pacífico se ha convertido en la zona de mayor vitalidad económica del mundo. Según el Banco de Desarrollo de Asia, a mediados del presente siglo, la región representará la mitad de la economía global. El PIB total del continente aumentará de los $16 billones en 2010 a los $148 billones en 2050. La importancia de los vínculos que China y EEUU puedan establecer en Asia-Pacífico es tal que condicionará el tono general de su relación. Según prime un equilibrio basado en el compromiso con el desarrollo de la región o el antagonismo militar, así crecerán las posibilidades o no de un conflicto abierto entre China y EEUU. Japón y los demás países de la zona debieran terciar para impedirlo y no para activarlo.