Son múltiples, sin duda, las maneras de interpretar el resultado de la reciente cumbre Trump-Xi. No obstante, que, a renglón seguido, el grupo de ataque del portaaviones estadounidense Carl Vinson haya zarpado de Singapur con rumbo a aguas cercanas a la península de Corea en medio de una nueva escala de tensión en la zona, es un dato relevante. El despliegue llegó tras cancelar una visita anteriormente programada a un puerto de Australia. El dato invita a pensar en un nuevo fortalecimiento de la presencia militar de Washington en la región.
En este contexto, cabría pensar que los misiles lanzados por EEUU contra Siria tenían igualmente un destino ulterior y que el mensaje final no era para Siria o Rusia sino para China. El ataque a las instalaciones militares sirias fue muy embarazoso para Xi Jinping. China siempre se ha posicionado claramente en contra de una intervención militar estadounidense en dicho país. El ataque se perpetró sin esperar a la investigación de Naciones Unidas que China exigía “completa e independiente”.
En la cumbre se registraron algunos acuerdos de cierta relevancia, en especial la creación de mecanismos de diálogo bilateral y una nueva estructura de negociación de alto nivel que incluye relaciones diplomáticas, seguridad nacional, economía, ejecución de leyes, seguridad cibernética y diálogo humanitario. Este rumbo satisface a Beijing.
A su conclusión, China puso énfasis en la cordialidad del encuentro, en la transcendencia del canal abierto y en la idea de que ambos países pueden cooperar a pesar de las discrepancias. Pero cabría decir que a la vista del balance hubo más simbolismo que sustancialidad. Y si nos vamos a lo sustancial, el bombardeo a Siria coincidiendo prácticamente con la cena ofrecida a Xi puso a China a la defensiva, mostrando con rotundidad que la Casa Blanca está dispuesta a seguir una política unilateral de intervención militar directa si China no se moja más en el dosier norcoreano.
Trump, en suma, quiso fortalecer su liderazgo ante Xi y demostrarle que EEUU no va de farol. La amenaza de sanciones a las empresas y bancos chinos que tienen negocios con Pyongyang podría llegar a cumplirse más pronto que tarde. Washington acusa a China de proveer a Corea del Norte de los equipos de producción de litio-6 y de los vehículos móviles de lanzamiento ICBM. A EEUU se le agota la paciencia y a China el tiempo.
El hecho de que no se celebrara una conferencia de prensa conjunta (como si se produjo con Shinzo Abe o Ángela Merkel) es un síntoma de que no solo no lograron resolver los desacuerdos sino que su tratamiento está en pañales.
Pese a las buenas palabras oficiales, la persistencia de la rivalidad económica y estratégica apunta a más tensiones en un terreno severamente minado. El japonés Yomiuri Shimbun informaba que EEUU ha incluido el sistema THAAD (que se instala en Corea del Sur con la firme oposición de China) y los aviones F-35 en sus artículos de venta de armas a Taiwán y el acuerdo en ese sentido podría llegar en pocos meses. Hasta el ministro taiwanés de Defensa, Feng Shih-kuan, se opone al despliegue de este sistema para tomar distancia del antagonismo entre China y EEUU.
En consecuencia, a nadie le extrañe que asistamos en breve a una vuelta de tuerca al Pivot to Asia del tándem Obama-Clinton, reforzándose las alianzas militares con Japón y Corea del Sur, además de Australia, India, Taiwán, Vietnam y otros países del Sudeste asiático. El Pentágono impone su lógica.