A destiempo y con mal pie, el presidente ecuatoriano Rafael Correa ha intentado rehabilitar la “guerra diplomática” entre Beijing y Taipei, logro que el KMT y el PCCh celebran como uno de los mayores éxitos de la “tercera cooperación” iniciada en 2005 entre ambas formaciones políticas, largamente enfrentadas a lo largo de casi todo el siglo XX. La causa directa fue la demora continental en finalizar la negociación bilateral sobre la financiación de la mayor planta hidroeléctrica del país andino, la Coca-Coco-Sinclaire. Tras ocho meses de negociaciones, el presidente Rafael Correa había fijado el 15 de marzo como fecha límite para alcanzar un acuerdo. La planta hidroeléctrica generará una potencia de 1.500 megavatios de energía y su construcción fue adjudicada a la también empresa china Sinohydro.
China pidió a Quito una ampliación del plazo para decidir acerca de la concesión de un préstamo de casi 2.000 millones de dólares para construir esta infraestructura, vital para Ecuador, pero cuya rentabilidad no tiene tan clara el Eximbak chino, financiador del 85% de la operación.
Beijing no quiere sentar ante Ecuador un mal precedente, dice, cediendo en contenidos y modalidades, en especial en materia de garantías (que Correa califica de leoninas y humillantes, peores que las exigidas por el FMI, y que China dice idénticas a las exigidas a otros países de la región), mostrándose reacio a aceptar todos los reclamos planteados por Quito ya que podrían “generalizarse” ante demandas similares de otros países. Aunque China dice guiarse siempre en estas operaciones por imperativos de tipo económico, sin duda, sus reservas, traducidas en el alto aprecio a las garantías, son inseparables de las dudas respecto al horizonte de estabilidad política del país.
Para forzar una decisión china, el presidente Correa ha insinuado llamar a la puerta de Taipei. Por su parte, el embajador en Quito, Cai Runguo, se apresuró a señalar que en el supuesto de fracaso del acuerdo, ello no debiera influir en el desarrollo de las relaciones bilaterales en otros campos ni mucho menos afectar a la vigencia de los lazos diplomáticos.
En el otro vértice del triángulo, un alto funcionario taiwanés declaraba en el Yuan legislativo el pasado día 22 que existen muy pocas posibilidades de que Taiwán se empeñe en buscar el restablecimiento de los lazos diplomáticos con Ecuador, ofreciéndole la ayuda financiera que Beijing tiene en cuarentena, lo que equivale a un jarro de agua fría a las aspiraciones de Correa.
La tregua diplomática entre China y Taiwán tendría aquí un primer efecto estabilizador, evidenciando, a diferencia del caso de Paraguay, que es de otra naturaleza (esencialmente política), el final de la “diplomacia de la chequera” que permitía a ciertos países tirar provecho de la rivalidad entre la República Popular y la República de China.
La ministra ecuatoriana de Finanzas, María Elsa Viteri, ya anunció la suspensión de las negociaciones con el Eximbank. En 2009, Ecuador y China suspendieron las negociaciones por otro crédito de 1.000 millones de dólares.
Con todo, el desliz de Correa, claro espejo de su desilusión e impaciencia, se antoja un error de cálculo que podría tener efectos nefastos para la viabilidad del proyecto, aunque también impactos en la imagen de China y su política en la región.