Las buenas intenciones entre las autoridades chinas e hindúes se han puesto de manifiesto nuevamente en la visita que el primer ministro indio Manmohan Sigh ha realizado a Beijing del 13 al 15 de enero. Además de los asuntos estrictamente bilaterales, en su agenda cobran importancia los temas regionales e internacionales.
Tratando de superar las mutuas desconfianzas y las rivalidades históricas y estratégicas, ambos países parecen intentar ajustar el paso al cambio de poder que se opera a nivel internacional, desde Occidente hasta Oriente, comprometiéndose en el mantenimiento de la estabilidad en Asia meridional y el Sudeste asiático, con especial atención a Pakistán o Myanmar, países asediados por respectivas crisis. En esa perspectiva, el entendimiento entre estos dos grandes de Asia, a sabiendas de lo complejo de sus relaciones, parece clave.
A pesar de que en los últimos años, sobre todo durante el mandato de Hu Jintao (con visitas del propio Hu y del primer ministro Wen Jiabao, a quienes podrían seguir este año otros altos dirigentes chinos), el acercamiento entre ambos países es evidente, no se ha alcanzado aún la sintonía suficiente para dejar atrás las disputas en las que aún predomina un amplio frente que abarca temas diversos, desde los litigios fronterizos, a la pugna por los recursos hidráulicos o energéticos, la respectiva influencia global, etc.
Desde Occidente, por otra parte, diversas estrategias visualizan la importancia de contar en Asia con un aliado como India que pueda ayudar a contener la emergencia china. Al acercamiento propiciado por la Administración Bush, se ha sumado el giro alemán auspiciado por la canciller Ángela Merkel para establecer una alianza con India. Por otra parte, en Tokio se acaricia la idea de crear un “frente de prosperidad” con el que contener a China. En Beijing se teme el entendimiento de India con EEUU y Japón, en la medida que pueda servir de instrumento para tensionar las relaciones bilaterales y dificultar tanto su emergencia como su proyecto asiático. Las dos cumbres de los dos países y Rusia, celebradas a lo largo de 2007, y su participación en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), así como diferentes ejercicios navales y militares como los llevados a cabo en diciembre pasado en la provincia china de Yunnan, son esfuerzos que tratan de apaciguar las discordias y sentar las bases de una complicada alianza estratégica que pueda nivelar aquellos propósitos. Recordemos que en 1988, la “amenaza china” fue una de las razones esgrimidas por India para realizar sus ensayos nucleares.
Ambos países están interesados en evitar que la inestabilidad se extienda en su entorno próximo, circunstancia que podría afectar negativamente a sus respectivos procesos de desarrollo. Esa coincidencia se completa con el establecimiento de una agenda bilateral que abarca prácticamente todos los temas de interés común, incluyendo la potenciación de los vínculos económicos, hoy claramente por debajo de sus posibilidades (el comercio bilateral asciende a unos 50 mil millones de dólares, frente a 350 millones con EEUU y 370 con la UE). India, no obstante, es especialmente cautelosa en este asunto, por temor al aumento del déficit y al impacto en el empleo. Pero la clave sigue radicando en la confianza política. Para Beijing, el camino a recorrer en relación a India debiera ser similar al experimentado con Rusia desde que Gorbachov visitó el país en 1989. Una década después podía hablarse de un notable entendimiento.
India es hoy una prioridad para la diplomacia china y Beijing parece muy dispuesta a dejar a un lado una historia y geografía, tan próximas pero que tanto les han alejado, para intentar encontrar un eje de convergencia que evite caer en la tentación de dejarse enredar en las estrategias occidentales, afirmando el ascenso y poder de Asia en el contexto mundial, basando ambos en la defensa de las respectivas soberanías y de la singularidad de sus civilizaciones. En cualquier caso, la era asiática que parece estar al caer pudiera ser muy problemática si no llega a cuajar un entendimiento entre China e India, que debiera tener en cuenta no solo la defensa de sus intereses estratégicos y la reivindicación de sus respectivas culturas, sino también un modelo de sociedad más igualitario y ambientalmente más sostenible.