Al norte de la Manchuria china se encuentra el extremo oriente ruso, una región boscosa que duplica en tamaño a Europa y que contiene inmensas riquezas en recursos naturales. La misma dispone apenas de 6,7 millones de habitantes y se encuentra en franco proceso de contracción poblacional. Al otro lado de la frontera, en cambio, habitan cien millones de chinos. No en balde esta zona constituyó un punto álgido de fricción entre China y la Unión Soviética. Para 1969 el ejército soviético había desplegado allí cincuenta y tres divisiones, a lo que Mao respondió transfiriendo a la zona un millón de soldados.
Los dos mayores logros de la política exterior del período Nixon-Kissinger fueron resultado de la necesidad de Moscú y Pekín de aliviar tensiones con Estados Unidos para concentrar su atención en este punto de tensión crítica. En efecto, tanto la política de la distención con la Unión Soviética como la apertura Pekín-Washington tuvieron su génesis en esta realidad.
Robert Kaplan, quien fuera Subsecretario de Defensa estadounidense entre 2009 y 2011, hace un planteamiento de inmensa significación en un libro de reciente aparición (The Revenge of Geography, New York, Random House, 2013). En él sugiere que Estados Unidos debería desarrollar una alianza estratégica con Rusia para hacer causa común frente a China. Ello, a su juicio, forzaría a Pekín a sustraer su atención de las controversias marítimas en el Pacífico para concentrarse en esta inmensa frontera terrestre con Rusia. Tal planteamiento parecería enteramente esotérico a no ser por dos razones. Primero, porque proviene de alguien hasta hace poco se desempañó como número dos en el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Segundo porque el mismo entra en concordancia con la política de contención a China en la región Asia-Pacífico, adelantada por la Administración Obama. La misma, desarrollada en los planos económico y militar, constituye para el Profesor de Estudios Estratégicos de la Universidad de Camberra Hugh White, “la doctrina estratégica más ambiciosa de la política exterior estadounidense desde que Truman lanzó la política de la contención a la Unión Soviética” (“Contain China?”, The Straits Times, 26 noviembre, 2011).
¿Sería plausible un eje Washington-Moscú que forzase el repliegue de China sobre sus espacios interiores, obligándola a proteger su retaguardia? Muy difícilmente. Las múltiples coincidencias políticas y la fuerte convergencia económica entre Rusia y China se consolidan a pasos agigantados. Dichos países no sólo hacen causa común en su defensa a la multipolaridad sino que se oponen a las políticas intervencionistas desarrolladas por Estados Unidos y la Unión Europea. Al mismo tiempo la complementariedad energética entre ambos se acrecienta: China se hace el destino natural del gas ruso en momentos en que los mercados europeos de éste se contraen. Se estima que el comercio bilateral entre estos dos países BRICS saltará de los 87.5 millardos de dólares actuales a 200 millardos en 2020. (Fred Weir, “New Sino-Russian alignment”, The Straits Times, 25 marzo, 2013). No en balde el primer viaje al exterior del Presidente Xi Jinping fue a Rusia.
El planteamiento de Kaplan pone en evidencia lo mucho que tendrían que perder las dos naciones si se adentrasen en una fase de confrontación, por contraposición a lo mucho que pueden ganar por vía de una alianza estratégica. Eso lo saben ambas.