El primer viaje al exterior de Xi Jinping como Jefe de Estado ha sido definido por las autoridades chinas como “revelador” de las características de su propuesta de orden mundial, de su compromiso con la “democratización de las relaciones internacionales”, con un nuevo tipo de relaciones entre potencias que contempla a los países en desarrollo, de una política exterior incluyente que rechaza alianzas y que no va dirigida contra cualquier tercera parte.
El discurso de Xi Jinping en Moscú puede resumirse en una renovación de esfuerzos para multiplicar la cooperación estratégica, en suma, para explorar hasta qué punto China puede contar con el apoyo de Rusia para ahondar en ese impulso por desarrollar en la presente década un nuevo equilibrio en las relaciones internacionales. Apoyo mutuo, resurgir nacional, soberanía y seguridad son los ejes esenciales de un entendimiento que debe cimentarse con un acelerón de los intercambios económicos y comerciales. Estos últimos rondan los 90 mil millones de dólares (2012) y deberían alcanzar los 100 mil millones antes de 2015 y los 200 mil millones antes de 2020. Tan elevado salto propone articularlo no solo con base en la energía (grandes acuerdos se han bosquejado en materia de carbón, energía nuclear, de gas y crudo, con el objetivo referencial de alcanzar el suministro de un millón de barriles al día en 2018) sino también en otros dominios (aeroespacial, informático, incluso defensa remontando la desaceleración de los últimos años). Pero la apertura de un nuevo tiempo en la relación bilateral trasciende lo económico.
En relación a África, Xi Jinping se propone limar asperezas y redoblar la apuesta. China es desde 2009 el primer socio comercial de este continente. El comercio bilateral se cifró en 2011 en 166 mil millones de dólares. Más de 2.000 empresas chinas y un millón de trabajadores operan en África lo que, unido a sus inversiones millonarias, explican unos índices de crecimiento (cerca del 5% en los últimos años) que podrían incrementarse en los próximos lustros animados por la transformación experimentada en materia de infraestructuras, transportes, etc. En diciembre de 2012, China publicó el Libro Blanco de la Cooperación Económica y Comercial China-África. La ecuación que refleja es sencilla: un suministrador estable de recursos y un mercado de gran potencial frente a grandes capacidades financieras y tecnológicas capaces de subvertir los depauperados trazos iniciales del continente. ¿Será factible?
En la cumbre de los BRICS (42% de la población global, 15% del comercio mundial, 20% del PIB global), reunida en Durban los días 26 y 27 de marzo, la agenda se centró en el fortalecimiento de la cooperación bilateral, especialmente en el orden financiero (acuerdos multilaterales de canjes de divisas, creación de un fondo de reserva…) a tenor de los principales riesgos que acechan la economía mundial. La creación de un Banco de Desarrollo se ha formulado como propuesta dirigida a salvar las dificultades para financiar la construcción de infraestructuras ante las dificultades que pudieran adivinarse en el acceso al Banco Mundial o el FMI.
Frente a la práctica exclusividad de la economía como eje bilateral vertebrador prioritario de su diplomacia, este viaje de Xi Jinping ha permitido vislumbrar la preocupación por dotar de alcance político algunas de sus iniciativas. Obviamente, persiste la preocupación para garantizarse el aprovisionamiento de energía y materias primas en una fase clave de su modernización (en 2012, China importó 740 millones de toneladas de materias primas, un 8.4% más que el año anterior), pero también por influir en la gestión de la configuración de un orden global post-occidental.
La visita a Rusia y África, al igual que la revalidación de su apuesta por América Latina, reflejarían esa tendencia a equilibrar las prioridades de la política exterior china, hasta ahora centradas en los países desarrollados de Occidente. Pudiera parecer descabellado imaginarse un próximo “asalto” a las posiciones centrales de la fortaleza global a partir de entornos periféricos aunque ascendentes. No obstante, conviene recordar que el cerco desde el campo pobre a las ciudades fue la estrategia que le dio el triunfo al maoísmo y pareciera ser ahora el camino elegido para configurar la masa crítica que permita la reforma progresiva de las instituciones internacionales, incluyendo el sistema financiero.
China no busca ni pretende una comunión ideológica hoy imposible ni un controvertido afán hegemónico al establecer un sistema alternativo al occidental pero si el confesado deseo de defender sus intereses. Pese a las contradicciones que en diferente medida abundan en su trato con buena parte de los países BRICS, la complementariedad y el propósito compartido de dar paso a un orden multipolar actúan como claves contemporizadoras que igualmente seguirán marcando la política china (mientras Xi daba su beneplácito al banco de los BRICS, Zhang Gaoli recibía en Beijing a una importante delegación del Banco Mundial y prometía su firme cooperación).
Este primer viaje internacional de Xi Jinping como presidente de China incorpora pues un mensaje estratégico a Occidente. China es ya una potencia global, pero además utilizará sus capacidades para abrir camino a un orden que consagre su aspiración a conformarse, sobre todo, como una potencia plenamente autónoma.