El nuevo pragmatismo diplomático chino Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

En línea con su nuevo estatus global, China abandonó hace ya varios años su táctica de “perfil bajo” en los asuntos internacionales. Con pompa y boato, los Juegos Olímpicos de Beijing (2008) anunciaron el final de una época. Con Xi Jinping (2012) al frente del país, la búsqueda del reconocimiento internacional y la transferencia del incrementado poder económico a otros ámbitos globales anuncian intensidades y matices de no poca relevancia. El PCCh no se desdice de su tradición antihegemónica y no intervencionista, centrada en la búsqueda de la paz y el desarrollo, la coexistencia pacífica y la desideologización de sus relaciones exteriores, pero algo más se mueve en Beijing.

Si a nadie escapan las renovadas ambiciones globales del gigante asiático, sus iniciativas, orgánicas y de proyecto, contrastan con la percepción general del retraimiento de Occidente. Al tiempo, alza su voz en demanda de respeto a sus intereses fundamentales, señalados a modo de líneas rojas. China persiste en su idea de portar la economía por bandera con el aditivo de primar la prevención de las crisis, pero está añadiendo un ingrediente nuevo, la mediación. En Xi Jinping se advierte una clara voluntad de desempeñar un papel activo en la propuesta de planes de paz en contenciosos que, por otra parte, ayuden a visibilizar internacionalmente su intervención, incluso si ello conlleva un alto riesgo de fracaso o un acercamiento a unas posiciones occidentales que ahora no se rehúyen con el firme afán de antaño.

En Oriente Medio, por ejemplo, frente al vandalismo diplomático de Donald Trump, Beijing, tradicionalmente más cercano a los palestinos, avanza un nuevo plan para resolver el conflicto, adentrándose en un contexto condicionado hasta ahora por la preponderancia de EEUU y, por qué no decirlo, la pasividad europea. Beijing apela a la paz a través del desarrollo y fomenta proyectos que triangula con israelíes y palestinos. No es posible que de la noche a la mañana China pase a liderar los esfuerzos de paz ni sus propuestas serán siempre bienvenidas pero a la vista de la decrepitud de los actores tradicionales, tiene una oportunidad.

Otro tanto podríamos advertir respecto a Corea del Norte, un tema delicado para China. En el mundo académico han trascendido opiniones muy encontradas a propósito de la actitud a mantener respecto a Pyongyang. No es un hecho casual. Los argumentos que apuntan a un distanciamiento de las posiciones tradicionales, sin ser ni mucho menos dominantes, son más escuchados y ablandan resistencias. La hipótesis, inaudita, de una co-gestión tanto de la prevención como de una hipotética crisis se ha abierto camino. Altos funcionarios militares de EEUU y de China dialogan al máximo nivel sobre planes de contingencia, una posibilidad largo tiempo bloqueada. El rediseño de actitudes que parecían inamovibles se completa con una intensificación de los esfuerzos mediadores.

En otro escenario, la crisis de Myanmar con los rohinyás, China también movilizó recientemente a su diplomacia. Es verdad que detenta poderosos intereses económicos y políticos en la zona ligados a las inversiones en infraestructuras (puertos, gasoductos, oleoductos, etc), pero también aquí sobresale su disponibilidad a poner planes sobre la mesa para congelar y resolver una crisis política y humanitaria de amplias proporciones erigiéndose en un actor reconocible y deseado. Al remangarse y pasar de las declaraciones a las acciones, Beijing ansía confirmar su condición de potencia de orden capaz de garantizar la paz y la seguridad con un enfoque centrado en la dinamización del desarrollo. Se diría que es su especialidad.

La participación de China en la gobernanza global es una tendencia que se rubrica con su activismo en múltiples eventos multilaterales en los que acostumbra comparecer con los deberes hechos y propuestas ambiciosas. Hoy por hoy, su condición de adalid de la mundialización en el plano económico y comercial parece fuera de discusión pero ello es inseparable de una vocación más amplia ligada al desempeño de un papel mayor en la escena mundial.

Los síntomas de ductilidad en sus posicionamientos tradicionales auguran la afirmación de nuevas tendencias en su diplomacia. Aquella voluntad política engrasada con ideas y un generoso financiamiento se acompaña de unas renacidas claves culturales que también aspira a poner en valor tras siglos de menosprecio. La sabiduría oriental se ofrece como valor añadido para resolver los más enquistados problemas mundiales. ¿Funcionará?