Los eventos de Ucrania obligan a Rusia a volcarse sobre la esfera asiática. Más que una simple decisión de racionalidad económica ello responde a un acto de escogencia frente a su identidad dual, respaldada por importantes sectores de su sociedad. Rusia, primer productor mundial de petróleo y gas con las mayores reservas globales de lo primero y las octavas de lo segundo, se dispone así a orientar sus ventas hacia un mercado que representa el 75% del crecimiento mundial de la demanda de hidrocarburos. Esto último resulta particularmente válido en relación a China, cuyas reservas petroleras representan el 1,1% de las mundiales, mientras que su consumo petrolero alcanza al 10% de la producción global y su demanda total de energía equivale al 20% de la del planeta entero.
Rusia y China resultan así perfectamente convergentes en sus necesidades. Sin embargo Rusia ofrece algo más: la posibilidad de transportar sus hidrocarburos por vía terrestre. El 80% de las importaciones de crudo de China, es decir 8 de cada 10 barriles, pasan por el Estrecho de Malaca, un delgado canal marítimo entre Indonesia, Malasia y Singapur que se encuentra patrullado por naves estadounidenses. Si Estados Unidos se decidiese algún día a implementar un bloqueo naval frente a China, ello pondría en riesgo la vida económica de este último país. No en balde China está construyendo un importante puerto y terminal petroleros en Ramree, en el frente marítimo de Myanmar sobre el Golfo de Bengala, acompañado de un oleoducto y un gasoducto que irían desde allí hasta China. Ello con miras a evadir el Estrecho de Malaca y transportar por esa vía parte de los hidrocarburos provenientes del Medio Oriente. Ello crea, sin embargo, un problema mayor que la solución: la necesidad de colocar una flota de guerra en el Océano Índico para defenderse del control que la Armada estadounidense ejerce sobre el mismo. Rusia, en cambio, brindaría la respuesta perfecta a las vulnerabilidades chinas. De hecho, el oleoducto desde Siberia del Este al Océano Pacífico, con capacidad para suministrar 600 mil barriles diarios a China, inició su construcción en 2006. Este serviría como punto de partida para proyectos mucho más ambiciosos.
No en balde, tras los eventos de Ucrania, Moscú y Pekín acordaron compras de petróleo por 350 millardos de dólares. Pero también Rusia e India acaban de anunciar ambiciosos acuerdos petroleros. Para Venezuela todo esto debe ser motivo de reflexión profunda. Gracias a que el país, bajo el impulso del Presidente Chávez, salió de la zona de confort representada por el mercado estadounidense y se aventuró al mercado chino, puede hoy hacer frente a los cambios tectónicos en el mercado global de los hidrocarburos. Venezuela está consolidando así su presencia en el mercado que evidencia un mayor crecimiento mundial de la demanda: el asiático. El vuelco de Rusia hacia Asia, acompañado del previsible fin del bloqueo al petróleo iraní, podría sin embargo llegar a afectarla. Sería fundamental acelerar el aumento previsto de la producción petrolera venezolana, con miras a alcanzar un sólido posicionamiento en esa región del mundo, antes de que los espacios se vayan copando.