¿Es menos inquietante el renovado militarismo exhibido por la derecha japonesa, incluyendo la propuesta de reforma que pondría fin a su pacifismo constitucional, que el largo fin de la modestia que China nos reafirma con algunas de sus acciones más recientes en las aguas próximas? A juzgar por el tono de buena parte de las interpretaciones que proliferan en los medios occidentales y a despecho de los indicios sugeridos por la historia, así parece. Pero poco puede sorprender el desarrollo de los acontecimientos en los perímetros de los mares de China oriental y meridional. Por dos razones principales. En primer lugar, cabía esperar que China transformara su creciente potencial económico en capacidades añadidas en otros ámbitos para blindar su soberanía, clave esencial del proyecto modernizador. En segundo lugar, esa transformación, más allá de los hechos puntuales que la alientan, hoy unos, mañana otros, tiene el potencial suficiente para provocar, inevitablemente, reacciones de inquietud en sus más directos competidores, entre los que cabe señalar a Japón y EEUU, tolerantes con una gran potencia económica pero ni mucho menos con un gigante político.
Así, mientras China mejora la gestión de su departamento oceánico, amplía las dotaciones de medios de la vigilancia costera, avanza en mecanismos diversos para confirmar por la vía de hecho espacios de control de las áreas en disputa mostrando la voluntad de operar un revisionismo inicialmente moderado, EEUU proclama su derecho inexcusable a preservar la libertad de navegación en una zona de importancia estratégica clave, multiplica las alianzas militares con sus socios, promueve a marchas forzadas la conformación de bloques económicos como el TPP, ofrece generosas ayudas para la defensa ($32,5 millones de dólares a Vietnam y Filipinas el pasado diciembre) y hasta algunos sueñan ya con una OTAN asiática…. Japón ve en ello la oportunidad para recuperar su “normalidad”.
Tras las acusaciones de “arrogancia” a China una vez anunciada la creación de su ZIDA en el entorno del Mar de China oriental, las invectivas ahora contra sus nuevas regulaciones de pesca en el Mar de China meridional, oficialmente argumentadas en la necesidad de fortalecer la protección de los recursos y del ambiente marítimo, amenazan con otra tormenta. Cabe señalar que China reemplazó otras normas ya vigentes desde 1993 y que afectan a una zona que no abarca ni mucho menos todo el perímetro marítimo sobre el que reclama su soberanía indiscutible. En el caso de la ZIDA, no se ha registrado desde su entrada en vigor incidente alguno, a pesar de que tanto Corea del Sur, Japón y Taiwán disponen de las suyas propias, superponiéndose en algún caso, y que entre estos dos últimos sí se han registrado en el pasado incidentes menores.
Lejos de calmarse, todo indica que nos hallamos en los prolegómenos de una escalada de tensión de resultado incierto. El incidente con el crucero estadounidense Cowpens el pasado 5 de diciembre es sintomático. La situación podría agravarse en los próximos años, especialmente si en 2016 Taiwan se inclina por un gobierno de signo soberanista, lo cual entra dentro de lo posible a la vista del desgaste del KMT. No es descartable tampoco un golpe de mano o escaramuza que simbolice el nuevo tiempo en la región y en el mundo. ¿Es posible evitar esta deriva?
Sin duda, dependerá en gran medida de la evolución de la relación entre China y EEUU, pero no solo. Beijing puede intentar influir en la moderación de la actitud de Washington con unas reformas internas que abren nuevos segmentos de interés para las multinacionales estadounidenses y muy especialmente su sector financiero. Pero, probablemente, esto no bastará para impedir que la cooperación económica coexista con las tensiones estratégicas dado el nivel de mutua desconfianza. La clave para China reside en trascender la influencia de EEUU (económica, financiera, política y militar) en la región y para ello propuso en septiembre un plan de acción orientado a promover el comercio, el transporte, las finanzas y la cooperación marítima. El plan está en marcha con Indonesia, Malasia, Brunei, Tailandia e incluso Vietnam, mostrando China una actitud comercial muy diferente a la de EEUU, quien promueve un TPP que incluye exigencias que sobrepasan lo democráticamente admisible en perjuicio de la soberanía y de las sociedades respectivas. Sus armas, y no hay mejores en estos tiempos, son el yuan y el poder económico.
Evitar la confrontación y transformar tan anchos mares en un disolvente de las contradicciones y disputas sería la propuesta lógica para hacer efectivo el hipotético poder acuoso de China, neutralizando así los engatusamientos que invitan a abandonar los frágiles consensos de hoy día. Pero no es fácil e ignoramos si China está dispuesta a usar ese poder hasta las últimas consecuencias.
Ahora bien, de partida, ni China ha llegado hasta aquí para contentarse con ser solo una potencia económica, ni Occidente acepta de buen grado la nueva realidad. Si las cuatro modernizaciones apuntaban ya en 1964 a la recuperación integral de su poderío, dobles lenguajes aparte, ganar tiempo y contenerlo es la tendencia que parece prevalecer en sus competidores. Baste un ejemplo, los acuerdos adoptados en el contexto de la crisis surgida en 2008 para instar una progresiva adecuación de la representatividad global en los principales foros internacionales no se están aplicando. No es de extrañar entonces que China apueste por crear otros mecanismos alternativos y que algunas voces internas reclamen mayor énfasis en la defensa de sus intereses a todos los niveles, lo que plantea igualmente un escenario de cierta incertidumbre evolutiva en sus posiciones.
¿Qué harán los demás países asiáticos? No parece que un EEUU aún fuerte pero en declive lo tenga fácil para crear una OTAN asiática ni para imponer a China un marco de juego multilateral que mejore sus capacidades negociadoras. La opción del Japón de Abe es clara, quizá también la de Manila, pero no así en los demás casos, incluido Hanói, con quien Beijing ha multiplicado el diálogo. A la expectativa y con un modelo esencialmente bilateral incapaz por el momento de dar el salto a plataformas más ambiciosas y centradas en la seguridad, más allá del reforzamiento de las capacidades económicas y defensivas, la propuesta de concentrarse en el desarrollo y dejar a un lado las disputas sigue siendo la opción más plausible y beneficiosa para todos. Puede fortalecer a China pero también a sus vecinos. Las ventajas que Beijing pueda obtener a futuro podrían compensarse con garantías de respeto a los intereses centrales de socios y vecinos.