El quid de la cumbre EEUU-China

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Cuando el presidente Barack Obama visitó China en 2009 con su propuesta de G2 bajo el brazo, Hu Jintao miró hacia otro lado. Quizá Beijing hizo entonces una lectura apresurada del presunto declive de EEUU al poner fin a la modestia de una política exterior que deseaba conducir sin cortapisa alguna. A partir de entonces, China subió el tono de las reivindicaciones respecto a las demandas territoriales en la zona contigua, mientras EEUU apuraba su estrategia de “reequilibrio” en Asia-Pacífico para contener la emergencia del gigante asiático.

Xi Jinping clama por una “relación de nuevo tipo” entre ambas potencias pero su realización no tiene fácil encaje.  Se diría que las tensiones entre ambos países son inevitables y cabe inscribirlas en una suma de rivalidades ideológicas, políticas, estratégicas y culturales. Hoy día, los problemas de alcance que complican la agenda entre los dos gigantes no son de carácter económico o financiero, que también los hay, sino de naturaleza estratégica y afectan seriamente a la confianza. En la retórica, ambos coinciden en señalar el interés por establecer unas relaciones estables marcadas por la cooperación; en la práctica, sin llegar a ser del todo antagónicos, China entiende que EEUU no hará un hueco a sus puntos de vista en temas de enjundia, lo cual le lleva a promover por su cuenta un orden alternativo que puede llegar a ser desafiante.

Solo parcialmente Washington puede lograr que Beijing se sume a su política. La asunción de responsabilidades globales por parte de China se acompaña de  reticencias, insalvables a día de hoy, a integrarse en un sistema internacional controlado por EEUU y sus aliados. Y cuanto más China se empeñe en promover y fortalecer instituciones paralelas para circundar a Washington, más se verá afectada la confianza estratégica.

Por más que Xi Jinping enarbole el Estado de derecho y el reforzamiento de la legalidad, el proyecto del PCCh sigue siendo hostil a los valores occidentales. En tanto así sea y persista el afán de preservar la soberanía a toda costa y en tanto EEUU no se desembarace igualmente de la angustia por el declive de su poder, la zozobra de su influencia en Asia tenderá a ser interpretada como expresión de una rivalidad estratégica que podría complicarse en los años venideros. EEUU teme que China quiera destruir el orden internacional que lidera y China teme que EEUU quiera destruir el PCCh y su sistema político.

Hemos podido constatar esta mutua tensión en las denuncias relacionadas con la ciberseguridad o la persecución de ONGs o religiosos en China, amén de las habituales discrepancias en asuntos como Taiwan o Tíbet, como también en la hostilidad con que EEUU recibió el BAII o su reforzamiento de las alianzas militares con Tokio, Seúl, Manila o Australia. A pesar de todo, estamos lejos de una enemistad obvia como en los tiempos de la guerra fría.

¿Cabe imaginar un giro de 180 grados que abra camino a esa relación de nuevo tipo entre potencias? Barack Obama y Xi Jinping personifican dos líderes que, cada cual a su manera, encaran su gestión bajo el imperativo de dejar una profunda huella. Se diría que uno y otro lo están consiguiendo. Obama lo ha demostrado con decisiones históricas como las relativas a Irán o Cuba. Xi abandera una reforma integral del modelo chino de gran alcance.

Ambos líderes, al frente de las dos mayores economías del mundo, tienen ante sí el reto de construir una relación que soslaye el peligro que representa la trampa de Tucídides, evitando que los riesgos de enfrentamiento sobrepasen lo admisible ante la hipótesis de un relevo en la hegemonía global. ¿Podrán evadir la historia? Vistos los problemas que sufre la economía china, algunos estiman que Beijing podría acabar finalmente como Tokio en los 90, quedándose a las puertas del relevo. EEUU, con Obama, no solo ha recuperado levemente su economía, también prestigio e influencia global.

La diplomacia china deberá desplegar todo su talento para encarar el renacer de la influencia estadounidense en Asia, desactivar las tensiones con Washington resultantes de sus acciones en aguas contestadas del Mar de China meridional y generar confianza. En EEUU, en un periodo preelectoral marcado por el retorno de los discursos críticos con la situación de los derechos humanos y los diferendos comerciales, es poco propicio el momento para lograr grandes consensos con China.