La reacción china ante la nueva vuelta de tuerca de la crisis financiera global y, sobre todo, ante la rebaja de la calificación crediticia de EEUU evidencia un creciente nerviosismo. En primer lugar, Beijing ha recordado que lo ocurrido se veía venir. Su agencia de rating, Dagong Global, lo venía advirtiendo desde hace un año cuando recortó la calificación de la deuda estadounidense, provocando entonces las críticas occidentales. En segundo lugar, China está convencida de que la crisis en EEUU no es puntual, sino estructural y profunda, lo que complica su solución. Tercero, que los arreglos en falso como el logrado recientemente por republicanos y demócratas comprometen seriamente la recuperación de la economía mundial.
Para las autoridades chinas, la reciente decisión de Standard&Poor´s es una nueva señal de alarma respecto a la inviabilidad de un modelo basado en el recurso generalizado al endeudamiento, derivado tanto de los compromisos bélicos de la superpotencia como también de su nuevo entorno socioeconómico, con mutaciones y crisis que no han sido encaradas debidamente por Washington. Pero el débil pulso del crecimiento estadounidense no responde solo a razones estructurales sino también políticas. La ausencia de entendimiento, explicitado en la dificultad del acuerdo logrado in extremis entre republicanos y demócratas para atenuar la guerra fiscal, agrava las perspectivas de superación a medio plazo, mostrando una limitadísima capacidad de maniobra.
A China, toda esta situación no le deja indiferente. En primer lugar, porque es el principal tenedor de deuda estadounidense (más de un billón de dólares, en torno a la tercera parte de sus reservas, las mayores del mundo) y el recorte de la clasificación crediticia le aventura probables e importantes pérdidas. En segundo lugar, porque un debilitamiento del dólar afectaría al valor de sus monumentales reservas de cambio. En tercer lugar, porque un escenario recesivo en EEUU complica enormemente su gestión económica. La economía china es muy dependiente del exterior. EEUU es un mercado clave. Mientras la inflación sigue subiendo (6,5 por ciento en julio) y los problemas se multiplican, un agravamiento del contexto exterior complica igualmente el escenario del gigante asiático. Por último, en el plano estratégico, Pekín teme que la debilidad del dólar acabe impactando con la fuerza de un arma de destrucción masiva en su economía, sometiéndola a los vaivenes ya experimentados por Japón décadas atrás y que, a la postre, vinieron a garantizar la pervivencia de la hegemonía estadounidense cuando, como ahora, su decadencia parecía cosa de coser y cantar.
Quizás por eso, China insiste en otra lectura que va mucho más allá del escenario inmediato: la bajada de la calificación, decía estos días el Diario del Pueblo, evidencia las imperfecciones de un sistema monetario internacional basado en el dólar, reclamando, otra vez, una reforma estructural urgente y una supervisión internacional de la moneda estadounidense que abra paso al establecimiento de una nueva divisa de reserva global como opción capaz de evitar que cualquier país pueda causar una catástrofe mundial. Las reservas de divisas en dólares suponen el 60 por ciento del total mundial, mientras que en el caso del euro equivalen al 25 por ciento. Las otras monedas del mercado de divisas, teniendo en cuenta la significación del peso del correspondiente PIB en la economía mundial, están infrarrepresentadas.
China lleva tiempo diversificando sus inversiones a largo plazo, cierto es que sin dramatismos y siempre con la mesura indispensable para no perjudicarse a sí misma (incluidas sus exportaciones), pero también con inequívoca decisión. El gobernador del banco central, Zhou Xiaochuan, ha reiterado en plena crisis su empeño en minimizar el impacto de las fluctuaciones del mercado financiero internacional en la economía china. No puede ser, señaló, que la economía global dependa en grado tan superlativo de las tensiones electorales en EEUU. Las elecciones presidenciales del año próximo explican en gran medida la batalla sobre el límite de la deuda.
La crisis financiera y sus recaídas fortalecen a China y su modelo, aunque evidencia también importantes fragilidades, tanto de su régimen de tipo de cambio como de su modelo de crecimiento basado en la inversión y orientado hacia la exportación, lo que provoca una acumulación continua de divisas. Que la segunda potencia económica del planeta recuerde a EEUU sus deberes revela, una vez más, la nueva correlación de fuerzas que se dibuja a nivel global. La “adicción” a la deuda por parte de Washington debe acabar, dice Pekín, con el argumento de su derecho a la garantía de los activos en dólares. Cabe imaginar que se multipliquen los esfuerzos por promover el yuan como moneda internacional. China ya ha firmado acuerdos de intercambio de divisas con varios países, especialmente de su entorno. Y aunque al yuan le queda mucho trecho por delante para afirmarse como una moneda de reserva importante, solo reduciendo la influencia del dólar podrá ganar inmunidad. No obstante, ello también le obligará a cargar con más responsabilidades en el plano mundial. El vicepresidente Joe Biden visitará China la semana próxima para infundir calma. Pero difícilmente podrá lograr su objetivo.