¿No hay mal que por bien no venga? Convencidos de que Hillary Clinton sería mucho más beligerante con su emergencia, en China se espera más que menos de la presidencia de Trump. Pero, ¿habrá o no graves turbulencias en las relaciones China-EEUU? Puede haber contratiempos, sin duda, aunque el tiempo que se abre ahora podría no ser tan convulso como algunos han sugerido. La reacción de las bolsas de Shanghai y Shenzhen fue de leves caídas, aunque cabe reconocer que los mercados chinos permanecen aún bastante ajenos a las tensiones globales. El presidente chino Xi Jinping habló telefónicamente con el presidente electo a quien transmitió la voluntad de eludir el conflicto y la confrontación para primar las dinámicas de cooperación y respeto mutuo. Por su parte, el Global Times, del grupo del Diario del Pueblo, advertía por si acaso de las graves consecuencias de una guerra comercial, destacando las interdependencias mutuas y los daños en caso de contienda, que nunca serían menores para EEUU.
Las relaciones comerciales China-EEUU se cifran en 600.000 millones de dólares anuales, aunque evolucionan a la baja en 2016. Por otra parte, en los bonos del Tesoro, China acumula el equivalente a unos 1,2 billones de dólares. Convertida en líder de las bondades del liberalismo comercial, China ve con previsible recelo los cantos al proteccionismo de Donald Trump. Ante los anuncios de imposición de elevados aranceles a sus exportaciones recuerda que muchas de ellas se corresponden con bienes fabricados por las propias multinacionales estadounidenses que obtienen en el gigante asiático enormes beneficios. Automóvil, aviación, informática, telefonía, agroalimentación, etc., son sectores que el Global Times señala como inmediatamente perjudicados en caso de adopción de medidas unilaterales. Así que lo más probable es que cualquier acción de este calibre se piense dos veces antes de su implementación. Se intuye, como poco, un horizonte de negociación bien correoso.
En cualquier caso, una posición estadounidense de mayor beligerancia con las exportaciones chinas afectaría de forma severa a la propia industria del viejo Imperio del Centro y podría complicar las dificultades que ya experimenta su economía, agobiada por los excesos de capacidad en algunos sectores, la transformación de su modelo de desarrollo y la presión derivada de la competencia de los países del sudeste asiático. Asimismo, si Trump aprovecha la ventajosa posición de EEUU en la definición de precios básicos mundiales en áreas vitales para China, esta podría sufrir más de lo esperado. Ahora bien, la cadena de valor en la manufactura, por ejemplo, está muy entrelazada por lo que todos se verían afectados en una u otra medida.
Por otra parte, más difícil es que se registren avances en los acuerdos comerciales bilaterales, especialmente en inversiones. No obstante, si Donald Trump pretende relanzar las decaídas infraestructuras estadounidenses, no se extrañe algún tipo de coparticipación china. A mayores, la retórica de Trump podría aliviar la presión sobre la depreciación del yuan y las salidas de capital. En el plano multilateral, en Asia, el fracaso del TPP da alas al proyecto que China abandera, el RCEP (Asociación Económica para la Integración Regional).
En el orden estratégico, el anuncio de un repliegue americano y el fin del Pivot to Asia que lideró Hillary Clinton al frente de la Secretaría de Estado, suena a música celestial en Waijiaobu, la sede del ministerio de asuntos exteriores en Beijing. El traslado de mayores recursos diplomáticos y miliares de EEUU a la región tenía por objetivo la contención de China. Ahora, el vaticinio de un mayor desentendimiento global en el orden estratégico y defensivo reforzaría, en primer lugar, las advertencias de China a sus vecinos quienes perderían confianza en el apoyo de EEUU en caso de conflicto. Y al igual que Filipinas, otros podrían cambiar de bando o mostrar mejor disposición a encauzar sus reclamos por la vía de la negociación. En este escenario, el mayor peligro para China sería el ascenso del nacionalismo nipón sin una potencia tercera que lo encauce y someta a imperativos de otra escala, cosa que EEUU viene haciendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En cuanto a la península coreana, habría mayores posibilidades de reanudar el diálogo hexagonal con la paralización del escudo antimisiles que secundó Seúl.
Si EE.UU. se retira estratégicamente de la región asiática y del Pacífico, podría dejar un vacío de poder que China no vacilará en ocupar. Cabe prever que la Administración Trump solicite a los países aliados compartir mayores responsabilidades en las operaciones militares al tratar los problemas en Corea del Norte o en los mares de China. En este sentido, un elemento especialmente sensible es, sin duda, Taiwan, ahora gobernado por los soberanistas del Minjindang enfrentados a Beijing. El nuevo gobierno estadounidense probablemente evaluará primero el valor estratégico que tiene Taiwán respecto a los intereses de EE.UU. antes de decidir cuánto está dispuesto a gastar defendiendo a Taiwán contra las potenciales amenazas de China. EE.UU. pedirá posiblemente a Taipei elevar sus capacidades de autodefensa, lo cual puede constituir un motivo adicional de fricción con China al aumentar sus ventas de armamento a la “isla rebelde”. En Taipei, no falta quien tema su “sacrificio” en aras de un entendimiento Trump-Xi.
EEUU tiene muchos intereses de todo tipo en Asia y la relación bilateral sino-estadounidense es de una las más relevantes del mundo de la posguerra fría. En dicho contexto, ventajas e inconvenientes asoman con la elección de Trump. Con toda seguridad, la enorme influencia de las corporaciones transnacionales, el complejo militar-industrial y las propias ínfulas republicanas moderarán muchos de aquellos compromisos que suenan a ruptura.