La orden de busca y captura dictada por la Audiencia Nacional española contra cinco ex líderes chinos, incluyendo a Jiang Zemin, Li Peng y Qiao Shi, por su responsabilidad en la represión ejercida en Tíbet agrava el delicado momento que atraviesan las relaciones bilaterales. Beijing calificó la decisión de “errónea” y advirtió de un empeoramiento. Para conjurarlo, el gobierno español impulsa un proyecto legislativo que basándose en esta causa pretende dar carpetazo a la justicia universal no solo en los supuestos de lesa humanidad sino también finiquitando el derecho al resarcimiento de cualquier ciudadano víctima de atropellos por parte de terceros países (el caso del periodista José Couso asesinado por las tropas estadounidenses en Irak, por ejemplo). Cabe recordar que la Audiencia Nacional también acusó al ex presidente Hu Jintao de cargos similares.
Pero el alcance de la decisión de la Audiencia Nacional, aunque con una significación política inocultable, es simbólico y así lo valoran los adalides de la causa tibetana, como el propio Thubten Wangchen, el monje de nacionalidad española que promovió el proceso. En la práctica, se antoja inverosímil la detención de los imputados, en parte por su avanzada edad y por las pocas posibilidades de que efectúen desplazamientos al exterior. Pero sin duda supone una “pérdida de cara” que explica la reacción airada de las autoridades chinas.
La mayor paradoja de este affaire es que si por algo se han destacado los gobiernos españoles en relación a China, tanto del PP como del PSOE, es por haber manifestado siempre un escrupuloso cuidado en el manejo de estas cuestiones. Las tres T (Taiwan, Tiananmen, Tibet) han sido un tabú en el acervo de la diplomacia española quien no hace mucho cerraba la puerta tanto al Dalai Lama como a la uigur Rebiya Kadeer, en contraste con la actitud adoptada por otros pares europeos. Nada por ello más lejos de las intenciones del gobierno español que enviar un “mensaje equivocado a las fuerzas separatistas tibetanas”, como argumentó Hong Lei, el portavoz de la cancillería china al comentar el suceso.
Sin duda, este factor, unido a la reacción oficial de intentar embridar la justicia universal, amortigua el impacto que el caso pudiera llegar a tener y que estalla en el contexto del cuadragésimo aniversario de las relaciones bilaterales que si por algo ha destacado es por su falta de brillo y ambición. España ni es ni será Noruega (aun en cuarentena tras conceder el Nobel de la Paz a Liu Xiaobo en 2010), aunque pudiéramos asistir a un cierto stand by en las relaciones en tanto el horizonte no se despeje. Más allá de eso, a priori, no cabría esperar respuestas diplomáticas ni económicas mayores que desde Exteriores se han intentado limitar multiplicando los gestos ante las autoridades chinas.
Que no sirva este suceso tampoco de pretexto para justificar la falta de impulso en las relaciones sino-españolas, cuya dimensión sigue por debajo de sus expectativas y potencialidades a todos los niveles. Por ejemplo, en el plano comercial, entre 2011 y 2013 el comercio bilateral apenas ha aumentado, si bien con la mejora en la rebaja del déficit en unos 3.000 millones. Sin embargo, hablamos de un volumen comercial en torno a los 22.000 millones cuando en 2011 ascendía ya a dicha cifra. Es menos de la décima parte del comercio que registra Alemania con China. En esa fecha, en 2011, Li Keqiang, actual primer ministro de visita en Madrid, proponía a España doblar dicha cantidad, elevándola a 40.000 millones, pero se está muy lejos de ella. Más allá de su estricto valor económico, las relaciones políticas venían marcadas por una gran sintonía, lo que llevó a varios dirigentes chinos a señalar que España era su mejor amigo en Europa, pero seguimos sin una estrategia concreta que facilite su traducción en términos operativos.
Aunque hay avances en ciertos aspectos, como la señalada mejora del déficit, los datos reflejan que sigue habiendo más ruido que nueces, salvo probablemente en el tema de la deuda y en algunas operaciones inversoras, pero también de escasa significación y valor en relación a otros socios europeos. En relación a China, España juega en una división de nivel inferior.
Es cierto que Beijing mostró su interés por Madrid, al igual que por Europa en su conjunto, en el problema de la deuda soberana. En España no ha habido “temores” oficiales a un desembarco chino; más bien lo contrario, pero ni por una parte ni por otra se han encontrado aun esos filones de compromiso inversor que nos permitan hablar de un salto cualitativo de incontestable valor. Ahora, muchas miradas se centran en el sector inmobiliario y turístico, pero las prioridades chinas a nivel internacional pasan por otros caminos y el proceso en ese campo podrá tener manifestaciones pero de menor enjundia a la anticipada.
El presidente Rajoy, por una u otra razón, aun no ha visitado China. Puede que tenga intención de hacerlo en el presente ejercicio. O puede que no. Pero sin una clarificación política al máximo nivel –con independencia de la evolución del proceso judicial- aquella sintonía de antaño puede malograrse sin haber llegado siquiera a dar sus frutos.