Llevamos ya algo más de un año asistiendo a un espectáculo poco gratificante protagonizado por las dos potencias mundiales, Estados Unidos (EEUU) y China, una guerra comercial que plantea grandes retos por sus posibles consecuencias a corto, medio y largo plazo, no solo para los dos países involucrados, sino también a escala mundial. Washington, en una actuación unilateral y caótica se está preparando para una competición de amplio espectro con la segunda potencia mundial, situación que está ya siendo catalogada por algunos expertos como el comienzo de una guerra fría chino-estadounidense. Las quejas específicas sobre determinadas actuaciones de China se están reconvirtiendo en un enfrentamiento total al poder chino en el que se fusionan temas tan diferentes como la seguridad, economía, tecnología o los derechos humanos. Estados Unidos ha calificado a China como un «competidor estratégico» y los dos países han quedado envueltos en una guerra comercial y en una rivalidad tecnológica.
Pudiera culparse de esta escalada en la tensión entre los dos países a razones ideológicas, si bien, actualmente las diferencias no son tan agudas como para generar un conflicto abierto, ya que China no busca el triunfo universal del comunismo y Estados Unidos se está alejando del orden liberal. Es por ello que pudiera pensarse que exista una lógica más oscura en todos estos sucesos que se encuentre más bien relacionada con las políticas de poder y la geoestrategia.
Si hay algo que sorprende es que prácticamente todo el espectro político estadounidense parece coincidir en el giro anti-China con el fin de proteger la posición relativa del país en la escena internacional, y mantener el liderazgo mundial. Beijing se presenta como una amenaza inherente a los intereses estadounidenses y al orden liberal mundial y, asimismo, se le considera como el adversario ideal ya que justifica las respuestas globales y no representa una amenaza inmediata de conflicto armado. Los discursos populistas se aferran al «peligro amarillo» para intentar acumular poder y, así, “mantener a salvo” a la nación, si bien, una guerra fría no es la solución ya que sus consecuencias pueden estar más en la línea de favorecer y, no de disminuir, las fuerzas del iliberalismo. Joe Biden parece ser el personaje público que ha mostrado notas de moderación respecto al tema de China y lanza un mensaje basado en la confianza en el poder de los EEUU que prevalecerá sobre la retórica alarmista de Trump y la guerra comercial contra Beijing.
A pesar del conflicto actual entre China y los Estados Unidos, la relación entre los dos países es, sin embargo, mucho más estrecha de lo que pudiera parecer a primera vista. Es una relación social, política y económica que ha ayudado a sacar de la pobreza a cientos de millones de personas y, al hacerlo, se han transformado las economías de ambos países. Millones de personas han viajado en ambas direcciones y ha florecido una comprensión cultural mutua. A pesar de las diferencias entre ambas “civilizaciones”, se ha desarrollado una de las relaciones económicas más productivas de la historia mundial.
Por el contrario, la errática y dañina guerra comercial, sin estrategia real, iniciada por el presidente Trump, puede ayudar al posicionamiento de China con mayor fuerza en el liderazgo mundial. Mientras Washington se enfrenta a sus propios aliados, se aleja de sus propios valores y se encierra en el proteccionismo, China puede aprovechar la ventaja para consolidarse a nivel global. El equilibrio de poder se encuentra siempre en permanente reestructuración e, incluso el mejor gestionado, puede llegar a su fin si es incapaz de adaptarse a las circunstancias globales cambiantes. Este desafío al orden establecido sería fácilmente contrarrestado por los Estados Unidos si dejara de seguir aplicando políticas contraproducentes, proteccionistas y aislacionistas que le resta la confianza de muchos otros países y le aleja del liderazgo mundial.
El enfrentamiento entre EEUU y China es un reflejo de las diferencias existentes en sus respectivos puntos de vista. Por un lado, tal y como indicó el Ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, en el Discurso de Apertura sobre “La situación internacional y las Relaciones Exteriores de China en 2018”, su país considera que, dentro de las complejidades regionales y globales, en su política exterior hay una serie de palabras clave con las que se encuentran comprometidos, como son la apertura, la cooperación, el progreso constante en una aproximación proactiva en la relación con otros países, el esfuerzo por estar en la vanguardia de nuestros tiempos y la firmeza en el cumplimiento de su misión en el mundo, todo ello con la decisión de defender la soberanía y seguridad de su país. China considera que, a pesar de los vientos proteccionistas y el unilateralismo, ha permanecido estos años como garante de la globalización, el multilateralismo y el mercado libre. Muestra su iniciativa de “Una Franja una Ruta” como la mayor plataforma de cooperación en el mundo de hoy en día en la que se han seguido los principios de consulta y cooperación para compartir beneficios y no la dominación unilateral, además de la búsqueda de soluciones a los problemas a través del diálogo basado en el respeto mutuo.
Por otro lado, el pensamiento estadounidense es básicamente opuesto. Como afirmó el vicepresidente Mike Pence en 2018 en su discurso sobre “La Política de la Administración hacia China”, considera que Beijing está utilizando herramientas políticas, económicas y militares, así como propaganda, para promover su influencia y obtener beneficios en contra de los intereses de los Estados Unidos, aplicando su poder de manera más proactiva que nunca, para ejercer influencia e interferir en la política y en la estrategia de Seguridad Nacional. Considera que el Partido Comunista de China ha utilizado un arsenal de políticas incompatibles con el comercio libre y justo a expensas de sus competidores, especialmente los EEUU. Washington había esperado que la liberalización económica hubiera llevado a China a mejorar su inserción en el mundo pero considera que, sin embargo, ha elegido la agresión económica y el poder como enfoque para promover su influencia, beneficiar sus intereses e interferir en la política interna de los Estados Unidos y entrometerse en la democracia.
Aunque las divergencias entre Beijing y Washington son reales y no se pueden resolver en una noche, existen muchos puntos en común que, sin embargo, ambos debieran considerar por el bien internacional, relacionados con asuntos de gestión global, en los que se puede y es necesario llevar un trabajo conjunto y coordinado. Entre ellos, el cambio climático pudiera ser considerado como uno de los más importantes, así como la gestión de las crisis humanitarias o la colaboración en asuntos de seguridad ante las diferentes amenazas globales como el terrorismo o la proliferación de armas de destrucción masiva. Son importantes asuntos que impiden que ambos países puedan desacoplarse o aislarse completamente el uno del otro.
Entre los temas actuales más candentes en los que la cooperación entre ambos países puede resultar positiva es en la búsqueda de la solución al conflicto nuclear norcoreano. Los esfuerzos actuales para resolver la cuestión nuclear de Corea del Norte se encuentran de nuevo estancados y, además, se producen en el contexto de una relación cada vez más antagónica entre Washington y Beijing. A pesar de todo, ciertamente ninguno de los dos países desea un conflicto violento regional y abogan por un país libre de armas nucleares y económicamente abierto, por lo que los intereses de ambos se superponen y brindan la posibilidad para la colaboración. Sería un desafío clave para Estados Unidos mantener una coordinación con China en los esfuerzos relacionados con Corea del Norte y desvincular este trabajo diplomático de las tensiones bilaterales y discusiones sobre otros temas espinosos para conseguir estimular el progreso en la desnuclearización y alcanzar la estabilidad y la paz regional.
Estamos a la espera del cercano encuentro entre Donald Trump y Xi Jinping, aprovechando la próxima reunión del G20 los días 28 y 29 de este mes de junio en Osaka, Japón, una semana después de la visita sorpresa del presidente chino a Pyongyang donde ha acordado con el líder norcoreano Kim Jong-un expandir las relaciones bilaterales y profundizar en la cooperación, así como transmitir un mensaje al presidente norteamericano para reavivar las estancadas conversaciones entre los dos países. Será necesario aguardar a que se celebre la reunión del G20 para ver si Donald Trump y Xi Jinping son capaces de llegar a algún acuerdo que pueda romper con la escalada de tensión en la que están inmersos y que está afectando a nivel mundial.
El antagonismo creciente entre los EEUU y China no se trata sólo de una guerra comercial o tecnológica entre ambos países, sino de una lucha por el posicionamiento geoestratégico y de liderazgo mundial que necesita ser analizada en profundidad. A través del diálogo, de una diplomacia activa en múltiples niveles, hay que intentar evitar el riesgo de que se convierta en un choque frontal total entre las dos potencias que afectaría a corto, medio y largo plazo a escala global. Es necesario un pacto constructivo para que la relación sino-americana pueda evolucionar hasta un estado de mayor cooperación, algo que beneficiaria no sólo a ambos países, sino a la estabilidad mundial.