De acuerdo a Aaron Friedberg la estrategia estadounidense hacia China, desde el primero de los dos Bush, se ha sustentado en la dualidad involucramiento (comercio, cooperación, etc.) y contención (evitar que el poder emergente de ese país eche por tierra el status quo en la región). A la inversa la estrategia internacional de China, definida en tiempos de tiempos de Deng Xiaoping, se basaba en tres puntos: construir la base de poder nacional, avanzar la proyección del mismo de forma incremental (paulatinamente) y evitar la confrontación (A Contest for Supremacy: China, America and the Strugle for Mastery in Asia, New York, W.W. Norton & Company, 2011).
Desde 2010 no obstante, China ha manifestado su rechazo a un status quo que, a su juicio, es expresión de los despojos sufridos en tiempos de su mayor debilidad histórica, vulnera sus derechos y limita su proyección al Pacífico. Esta nueva actitud, que la ha llevado a enfrentarse con varios de sus vecinos, no sólo le ha representado un fuerte revés con respecto a la premisa de avanzar la proyección de su poder nacional de manera incremental, sino que afectado su estrategia de “poder suave”. Esta última tomó cuerpo en la primavera de 2004, cuando varias docenas de académicos e intelectuales chinos fueron reunidos en la isla de Hainan con la tarea de dar forma a una imagen de país que permitiese fortalecer su proyección internacional. De allí surgió la tesis del “emerger pacífico de China”, según la cual el surgimiento de China no debía ser visto como una amenaza para nadie y, en particular, para sus vecinos (Joshua Cooper Ramo, Brand China, London, The Foreign Policy Centre, 2007). Esta manifestación de poder suave, que vino acompañada del saber compartir regionalmente su prosperidad económica, trajo a Pekín inmensos dividendos de buena voluntad.
Para la política exterior Obama, que visualizaba al Asia del Este como foco prioritario de su política exterior, este importante revés en la percepción de China por parte de sus vecinos, representó la oportunidad perfecta para reinsertarse en la región. Los avances obtenidos por Pekín en la misma y la prolongada ausencia de Washington como resultado de su énfasis en el Medio Oriente, no habían hecho nada fácil tal propósito. Presentarse como contra balance a China brindó a Estados Unidos la oportunidad de un rápido y efectivo posicionamiento. El mismo, inevitablemente, se sustentó en priorizar abiertamente la contención por sobre el involucramiento en relación a China.
Lo anterior coloca a Washington y a Pekín en curso de colisión directo, pues mientras el primero mantiene desde hace varias décadas tratados defensivos con varios países de la región, el segundo considera llegada la hora de defender lo que a su juicio son derechos inalienables. Las islas Senkaku/Diaoyu corren el riesgo de convertirse en el Sarajevo de esta tensa situación, en medio del sentimiento nacionalista que embarga a Tokio y a Pekín. Al haberse colocado en el centro de los acontecimientos Washington inevitablemente los deforma, incidiendo sobre la percepción que ambas partes tienen sobre su desarrollo. Para Japón el apoyo proclamado por Estados Unidos le permite elevar sus apuestas, mientras que para China confirma la sensación de encierro que motiva su comportamiento. Todo ello reduce el margen que corresponde a la diplomacia y eleva el riesgo de un incidente que degenere en conflicto armado.
Lo curioso es que Estados Unidos podría llegar a verse involucrado en una guerra con China en virtud de un diferendo, el de las islas Senkaku/Diaoyu, sobre el cual Washington no se ha pronunciado. En efecto la titularidad de las mismas es un tema sobre el cual Estados Unidos nunca ha tomado posición.