La guerra comercial que Washington declaró a Pekín, mantiene es ascuas a la economía mundial. Sin embargo, desde el punto de vista estadounidense ponerle un “parado” a China podría tener mucho sentido. Más allá del componente comercial, esta sería una vía indirecta pero coadyuvante para exigirle a China una actitud de mayor respeto hacia el status quoen el Este de Asia y hacia la preeminencia de Estados Unidos en general. La pregunta a formularse, por tanto, es si el interés nacional estadounidense se ve beneficiado con este enfrentamiento.
Para poner en contexto la situación es necesario traer a colación tres fechas: 1972, 1989 y 2008. La primera de ellas puso en marcha el acercamiento entre Washington y Pekín. Ello implicó el reconocimiento de Pekín a un status quo en la región Asia-Pacífico que otorgaba el liderazgo a Washington, a la vez que sentó las bases para que en 1979 ambas capitales se reconociesen diplomáticamente y Estados Unidos aceptase a Pekín como legítimo representante del pueblo chino con derecho a ocupar el sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Todo lo anterior generó una dinámica a través de la cual Estados Unidos apoyó el posicionamiento económico e internacional de Pekín, incluyendo allí su entrada a la Organización Mundial de Comercio en 2001.
La segunda de las fechas, 1989, expresa el momento en que el liderazgo de Partido Comunista Chino (PCC) toma conciencia de los riesgos del acercamiento a Estados Unidos. A partir de allí pone en marcha una política doméstica (que no internacional) destinada a guardar las distancias con Washington. Se trata del año en que las protestas masivas de Tiananmmen le hacen percibir a Deng Xiaoping el peligro de seguir proyectando ante la opinión pública y la clase política una imagen favorable de Estados Unidos. Ello, a su juicio, no sólo había desatado un importante impulso popular a favor de la democratización de las estructuras políticas, sino que había dado vuelo a un ala reformista en el interior del liderazgo del PCC que pugnaba por dichas reformas.
Para poner coto a esa tendencia no sólo había que purgar sus expresiones de calle y dentro del liderazgo del partido, sino demonizar la imagen de Estados Unidos. Esto último, sin embargo, tomando buen cuidado de que ello no trascendiese fuera de sus fronteras culturales e institucionales. En síntesis, mientras de cara al exterior se mantenía una actitud amigable hacia Estados Unidos, en el plano doméstico se reformaban los contenidos curriculares educativos y los contenidos doctrinales al interior del partido y de sus fuerzas armadas, para presentar a ese país como el gran contendor. Un contendor asociado a desgracias pasadas y en freno a sus aspiraciones de grandeza futura. A partir de ese momento, Estados Unidos se transforma en el rival a doblegar. Sin embargo, siguiendo el axioma de Deng y de épocas clásicas, se asume la necesidad de esconder las propias intenciones y fortalezas para ganar tiempo.
El año 2008, de su lado, es el momento en que la profunda crisis financiera de Estados Unidos hace que China le pierda el temor a ese país. Visualizando dicha crisis como expresión de las profundas contradicciones y debilidades estadounidenses y como el inicio de su inevitable declive económico e internacional, China responde con asertividad. Esconder las propias intenciones perdía ya mucho de su sentido ante un contendor en abierta decadencia. La lectura dada por China a los hechos del 2008, indudablemente prematura, la empujo a quitarse la máscara en relación a sus ambiciones geopolíticas en la región Asia-Pacífico y de cara a su rivalidad estratégica con Estados Unidos. Para Washington, ello representó una toma de conciencia con respecto a la actitud que había estado gestándose desde 1989.
Bajo el marco de referencia anterior, la postura dura de Trump en materia comercial podría constituirse en la mayor pesadilla china: que Estados Unidos ponga a prueba su fortaleza de manera prematura. Ello resulta tanto más preocupante en virtud de dos consideraciones. Económicamente, China se encuentra en difícil transición hacia un nuevo modelo que no termina de cobrar forma. Estratégicamente, ello podría representar la primera andanada dentro de una confrontación de carácter mucho más amplio.
Afortunadamente para China, la guerra comercial que le declaró Trump representa apenas un capítulo más dentro de una campaña masiva por desestabilizar el status quo internacional por parte de aquel. Dicha campaña afecta a tirios y troyanos y representa una renuncia estadounidense a su posición de preeminencia dentro de la esfera multilateral. Trump no sólo antagoniza a China sino al mundo entero al mismo tiempo, lo cual debilita su posición. Más aún, Washington ha abierto un espacio inesperado a China en el ámbito multilateral. Así las cosas, lo que ha podido convertirse en una gran pesadilla para China, se diluye en gran medida ante la ventana de oportunidad que se le abre para lanzarse al liderazgo internacional.