Mientras Europa se afana en su peculiar larga marcha hacia la deconstrucción, China persevera en su estrategia envolvente, multiplicando su activismo diplomático en el Viejo Continente. El turno es ahora de los PECO (Países de Europa Central y Oriental). Bajo la fórmula “16+1” (que incluye a Albania, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia, que no forman parte de la UE), Beijing promueve una política ambiciosa basada en la cooperación económica y comercial, la búsqueda de contratos de infraestructura (transportes y energía) y la generación de oportunidades para sus capitales y productos manufacturados. Pero hay más.
En la cuarta cumbre con este grupo de países (que, por otra parte, ahondan en sus diferencias respecto a Bruselas por motivos diversos), celebrada por primera vez en China, Beijing suma a los préstamos de largo plazo, nuevos proyectos de inversión en la industria, la energía, los transportes, la agricultura, entre otros. China se implica de lleno en la construcción de vías férreas (como el enlace ferroviario entre las capitales húngara y serbia) con el propósito de mejorar la conectividad Este-Oeste y hacia el puerto del Pireo, donde su sociedad COSCO gestiona varias terminales.
El año pasado, en Belgrado, el primer ministro Li Keqiang anunció la creación de un fondo de 3 mil millones de dólares destinados a apoyar las economías de la zona con problemas de liquidez. En 2012, habilitó 10 mil millones de dólares con la misma finalidad. A mayores, las autoridades incitan a las empresas chinas a abrir fábricas en los parques industriales de la región. Ahora propone el establecimiento de una empresa financiera multilateral para financiar grandes proyectos. No son palabras huecas. En 2013, en la cumbre celebrada en Bucarest, se evaluó que el 80 por ciento de los 38 proyectos aprobados estaban en ejecución. La primera infraestructura construida por China en Europa es un puente de 1,5 km sobre el Danubio, en Belgrado, por valor de 136 millones de euros.
China quiere que sus empresas ganen experiencia y savoir-faire en esta otra Europa a fin de reducir las barreras que dificultan su acceso a los mercados de los países más desarrollados. En buena medida, aquí, en algunos países, puede librarse de las estrictas reglamentaciones que impone Bruselas y los costes son menos elevados que en el oeste de Europa. Y no da puntada sin hilo. Beijing comprende la importancia estratégica de la región para su proyecto de la Ruta de la Seda, que ansía reanimar las antiguas rutas comerciales que abarcan Asia, África y Europa. La construcción de ferrocarriles y puertos dibuja un eje de conexión entre las áreas portuarias del Mar Báltico, el Adriático y el Mar Negro que determina puntos neurálgicos de apoyo a su corredor terrestre-marítimo.
Budapest se afirma como el quinto centro europeo de liquidación en moneda china tras Londres, París, Fráncfort y Luxemburgo; Polonia, que acogió la primera cumbre, ambiciona convertirse en un importante centro logístico; la República Checa planea construir zonas económicas y tecnológicas para inversores chinos; Eslovaquia quiere explorar la cooperación en energía nuclear; Lituania y otros países bálticos se ofrecen para afirmar corredores de transportes y conexiones tecnológicas, etc…
El comercio bilateral entre China y los PECO superó los 60.000 millones de dólares el año pasado, equivalente aun a la décima parte del existente con todos los países europeos, pero aumenta a un ritmo del 7-8 por ciento anual. A pesar de su reducida cuantía, la gestión de su potencial con añadida voluntad política apunta a la remodelación del panorama de la cooperación China-Europa. Es por ello que los PECO se afirman como uno de los grandes centros de interés de China.