Europa y la «arrogancia» de China

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

La diplomacia de la República Popular China se ha conducido bajo la máxima de la tradicional modestia, fruto tanto de sus debilidades socioeconómicas y políticas como del influjo de aquel canon cultural que aconseja no mostrar las propias fortalezas a fin de no llamar la atención ni predisponer a nadie en su contra. No obstante, los Juegos Olímpicos de 2008 nos han mostrado la fuerza de una China que, en poco tiempo, se ha erigido como segunda potencia económica del planeta y sus ambiciones parecen no tener límites. En paralelo, su voz suena cada vez más firme en el concierto internacional donde ha pasado a ocupar una de las posiciones centrales del sistema, con capacidad para fraguar alianzas que le permiten sumar masa crítica para obligar a los países más avanzados de Occidente a hacer concesiones en órdenes de lo más diverso, una práctica a la que no estaban habituados. En poco tiempo, los BRICS, con China como líder objetivo del grupo, pueden superar al G7 y dicha fuerza aspirará a una mayor traducción y visibilidad en el orden político y económico global.

Parece natural que en virtud de estas nuevas circunstancias, China pase a defender con más empeño sus puntos de vista. ¿Quién no lo haría? Es lógico que se sienta más segura de sí misma, si bien lejos está de disponer de las capacidades (tecnológicas o militares, por ejemplo) del Occidente más desarrollado. Pero este último tendrá que hacerse a la idea de que la dimensión de China no permite ninguneo alguno y deberá dialogar y negociar con ella asuntos en los que anteriormente podía hacer y deshacer a su antojo. Que China reclame que se tengan en cuenta sus intereses es una exigencia que no solo responde a las vicisitudes de la actual coyuntura sino también a la necesidad de trasladar a terceros esa idea de que el ciclo histórico de decadencia, en buena medida forzado por Occidente en el siglo XIX con comportamientos no solo arrogantes sino bien agresivos, pudiera haber llegado a su fin.

Las autoridades chinas dan muestras de un comportamiento “arrogante”, sin duda, cuando en tantos contenciosos internos da muestras de una inflexibilidad del que la propia disidencia es un buen ejemplo. No está tan claro, sin embargo, cuando nos referimos a su política exterior, donde evitar la confrontación constituye un axioma aún vigente. Por ejemplo, ¿es China “arrogante” al abstenerse en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU que ha permitido avalar los ataques en Libia o lo son los demás países al participar de la idea de que la democracia puede imponerse por la fuerza? ¿Es China “arrogante” cuando suscribe 1,15 billones de dólares de la deuda estadounidense (finales de febrero) o realmente arriesga sus propias reservas contribuyendo a estabilizar la economía estadounidense y mundial? Los matices serían generosos. Cabría concluir que China es “arrogante” ante su propia ciudadanía porque puede serlo, y no lo es ante el mundo porque aún no puede. ¿Qué acabará imponiéndose, finalmente?

Europa siempre ha sido considerada por China un pilar esencial de ese orden multipolar al que aspira, un aliado incluso que debiera contribuir a ejercer cierto control de la tendencia al uso excesivo de la fuerza por parte del debilitado hegemón. No obstante, la indefinición europea le ha llevado primar en los últimos años la bilateralidad de sus relaciones con los principales actores continentales, desarrollando una diplomacia sumatoria que, uno a uno, y vértice a vértice, pueda permitirle superar sus dificultades y desentendimientos con la UE (reconocimiento como economía de mercado, levantamiento del embargo de la venta de armas, etc.) sin dejar de aprovechar sus horas bajas para ganar influencia en el entorno próximo (a la espera) y entre los socios más accesibles a través de la diplomacia de la deuda.

También en relación a China, Europa ha jugado en una segunda división, consciente de su incapacidad para lograr establecer una relación similar a la que Pekín mantiene con Washington. Aun siendo su primer socio comercial, la diplomacia europea no ha estado ni está a la altura de las exigencias en este capítulo decisivo de su actuar, ya sea por acción (en defensa de su propia soberanía) o por omisión (en la defensa de sus propios valores e intereses). La ausencia de una estrategia conjunta frente a un actor de tal envergadura constituye un problema endémico que facilita a China una mejor defensa de sus puntos de vista. Calificar esto de “arrogancia” solo explicita nuestro desconcierto e impotencia, además de pasar por alto las flaquezas de nuestra historia, algo que los chinos, por el contrario, tienen muy presente.