Fuera de juego

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

China impulsa a marchas forzadas la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), que deberá entrar en funcionamiento este año con un capital que podría alcanzar los 100.000 millones de dólares. Junto al Fondo de la Ruta de la Seda o marcos multilaterales como la CICA (Conferencia de Interacción y Medidas de Confianza en Asia), simboliza el nuevo empuje de la región y el suyo mismo, dotándose de mecanismos transformadores que trasladarán a otros órdenes el creciente peso global de las economías de la zona.

Que el banco supone una gran oportunidad de negocio para las empresas europeas explica la reacción de Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Suiza o Luxemburgo que han resistido las presiones iniciales de EEUU para boicotear la iniciativa y se han sumado a la propuesta como países fundadores. España, hasta el momento, no ha dicho ni mu, evidenciándose una vez más el enorme despiste que reina en la política exterior. Desde Turquía a Corea del Sur o Rusia, también se han sumando recientemente.

China rechaza las críticas que asocian su propuesta con un intento de erosionar las instituciones multilaterales existentes o de crear nuevas estructuras de poder global sensibles a sus intereses. No obstante, es evidente que su aparición puede reducir la influencia de Washington en la región. EEUU expresó sus reservas con excusas diversas pero a nadie escapa que su férreo control del FMI o del Banco Asiático de Desarrollo, pasará a ser insuficiente para frenar a su principal potencial rival.

Sin duda, la nueva actitud china es inseparable del boicot de EEUU al cumplimiento de los acuerdos de 2010 en el seno del FMI para dotar de una mejor representación a las economías emergentes. Frente al nuevo banco, Washington alega falta de claridad en el proceso de toma de decisiones y de garantías frente a las malas prácticas, lo cual no deja ser paradójico en quienes han avalado a lo largo de estos años políticas ultraliberales de efectos desastrosos en los países en desarrollo. En las últimas semanas, el premier chino Li Keqiang instó al FMI a incluir su moneda, el yuan, en la canasta de derechos especiales de giro, sin muchas garantías de que pueda lograrlo. Las instituciones clave del sistema vigente se resisten a dejar más espacio a otros países para desempeñar un papel acorde con su nuevo status. La distribución del poder de votación en estas organizaciones ha quedado anticuada y se ha demostrado que las reformas no son viables por la oposición de EEUU.

China dice querer asumir así responsabilidades claras y mayores en un orden, el financiero, que puede tener consecuencias importantes en una región donde las necesidades de inversión en infraestructura se cuantifican por algunos expertos en unos 8 trillones de dólares. Esto no desactiva los temores existentes respecto al impacto destructivo sobre los recursos naturales y el ambiente, pero sugiere la diversificación de canales financieros para alentar de forma notable la infraestructura regional. El siguiente paso apunta a una mayor liberalización del yuan y su convertibilidad, lo cual supondrá para China asumir importantes riesgos debido, entre otros, a una mayor exposición a las crisis internacionales.

También hay intereses internos relacionados con el estado de la propia economía china, en intenso proceso de reconversión y que demanda la generación de oportunidades en el exterior para dar salida a sus capacidades excedentes. La conjugación del gran poder financiero del país y la mejora de sus competencias técnicas en determinadas áreas permiten que Asia pueda abrir la puerta a un nuevo impulso a fin de equipararse en términos de desarrollo con otras áreas geopolíticas del globo. Para ello, también necesitará vencer las desconfianzas que sugiere el hipotético doble uso de sus proyectos, a medio camino entre el puro desarrollo y los intereses de seguridad.

La propuesta china, que tiene otro complemento importante en el Banco de Desarrollo de los BRICS, representa un importante desafío para el liderazgo nipo-estadounidense en la región, pero igualmente sugiere la inminente renovación institucional internacional. Pese a las incertidumbres que rodean su actual fase de desarrollo, China es hoy el factor más relevante en Asia, más que Japón, y sus propuestas debieran ser analizadas con ojos más cercanos y deduciendo medidas que las acompañen. En suma, España no debiera quedarse fuera de juego en este nuevo banco ni sumarse a el tardíamente, como acostumbra a ser el caso por falta de reflejos.

El banco puede convertirse en una herramienta geo-estratégica y es inseparable de otros proyectos como la Franja y la Ruta Marítima de la Seda que determinan el surgimiento de terceras capacidades para generar realidades económicas nuevas, no dependientes del influjo occidental y aun hegemónico. Es obvio que China apuesta por una multipolaridad efectiva que no se va a decretar de un día para otro pero si se plasmará paso a paso con medidas y decisiones como esta. No querer verlo y quedarse al margen equivale a apearse del nuevo entorno que se está configurando.  Dicha actitud, tan común en estos lares, evidencia una débil percepción de lo crucial de esta década que estamos viviendo.