China se ha posicionado como líder indiscutible de la globalización, en el momento mismo en que el debate apertura vs. cerrazón arrecia en Estados Unidos y Europa. La actual confrontación entre la aldea global y la pequeña aldea evidencia, en efecto, una intensidad no vista desde el emerger del fundamentalismo islámico. Curiosamente, a pesar de ocupar el primer puesto dentro del proceso globalizador, China no sólo reproduce con gran intensidad dicho debate sino que lo hace con mucha originalidad.
Efectivamente, China se encuentra sometida a las fuerzas contradictorias de la globalización y el nacionalismo. Cada una de ellas aporta al régimen un tipo distinto de legitimidad, lo cual hace que el Partido Comunista Chino (PCC) apueste a ambas de manera simultánea. La globalización, que le ha traído inmensa prosperidad al país y ha sacado de la pobreza a 600 millones de sus ciudadanos, se identifica con la bendición de los cielos. Es decir, aquella fórmula ancestral según la cual prosperidad y paz son evidencia de que los dioses han extendido su protección a los gobernantes. El nacionalismo, de su lado, se identifica con la convicción de que su antigua historia, y su nunca superada vocación de centralidad, los hacen merecedores a una posición de privilegio. Más aún, dos siglos de humillación por parte de potencias extranjeras, imponen al país la necesidad de mantener la cabeza siempre en alto.
El PCC ha sabido moverse con destreza entre esta fuerzas contradictorias, manteniendo, cual malabarista, ambas pelotas en el aire. En la medida en que globalización y nacionalismo se presentan como expresiones interdependientes de legitimidad política, ninguna puede en efecto ser subordinada a la otra. Esta dualidad fue conceptualizada por Deng Xiaoping bajo el aforismo de “agarrar con las dos manos”.
De acuerdo a Christopher R. Hughes: “La política de ‘agarrar con las dos manos’ puede resultar exitosa en términos de proveer seguridad al Partido-Estado a través de la combinación de crecimiento económico y satisfacción de expectativas nacionalistas. Sin embargo, se trata de una espada de doble filo que va haciendo crecer las tensiones con los estados vecinos. El que el PCC mantenga el balance adecuado entre nacionalismo y globalización seguirá siendo un interesante caso de estudio” (“Globalisation and nationalism”, The London School of Economics and Political Sciences, LSE Research Online, March, 2009).
Para una cultura como la china, en donde la complementariedad de los contrarios se presenta como natural, también este balance entre apertura y cerrazón debe resultar natural. Ello no implica, sin embargo, que el mantener el debido equilibrio entre objetivos tan profundamente contradictorios deje de ser una tarea titánica. En efecto, liderar el proceso globalizador y, al mismo tiempo, ser quintaesencia de nacionalismo, equivale a caminar al filo del precipicio. Un paso en falso, una extralimitación, una sobre reacción y no habrá como evitar la caída. En el peor de los casos, ello puede significar una guerra mayor. En el mejor de los casos, una deslegitimación en el campo de la globalización, con pérdida de viabilidad de sus grandes proyectos internacionales.
A no dudarlo, China muestra un expediente impresionante a favor de la globalización. La iniciativa del Cinturón y El Camino, el Banco Asiático de Infraestructura e Inversiones, el Fondo de la Ruta de la Seda, la Organización de Cooperación de Shanghái, el posicionamiento de sus urbes como ciudades globales, o el hecho de ser el país más interconectado comercialmente del planeta, son algunas de las expresiones de esta vocación global.
Sin embargo, su expediente nacionalista es no sólo igualmente impresionante, sino que sigue abultándose. Su asertiva reclamación del 80% de la extensión del Mar del Sur de China, a contracorriente de Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunei, así como de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y de la Sentencia de la Corte de la Haya de julio de 2016 relativa a los derechos de Filipinas. Su ambicioso proceso de desarrollo de infraestructuras y militarización de espacios insulares en el Mar del Sur de China. La construcción de una armada de aguas azules capaz de operar en el Océano Índicoy la construcción de una cadena de puertos de aguas profundasen zonas litorales de dicho océano, generando un curso de colisión directo con India. También en dicho curso, la reclamación de todo el Aruchanal Pradesh. La creación de una Zona de Identificación de Defensa Aérea en el Mar del Este de China en colisión con Japón, pero antagonizando por extensión a Corea del Sur. La expansión acelerada de su flota de submarinos y de aviones de guerra de cuarta generación, poniendo a prueba los nervios de Washington. Y, ahora también, la arremetida en contra de la población musulmana en Xinjiang, susceptible de enfrentar a China con 26 países musulmanes y de dar al traste con El Cinturón y El Camino.
¿Cuánto tiempo más podrá funcionar el malabarismo chino? ¿Cuando caerá una de las dos pelotas que se mantienen en el aire?