Utilizando un símil deportivo, podríamos decir que las relaciones sino-hispanas están en baja forma y corren serio riesgo de desprenderse del grupo de cabeza en que España estaba situada en la UE.
En el ámbito de las relaciones políticas, hemos pasado de la sintonía a la atonía, con una sensación común de haber experimentado cierto retroceso en la comprensión y entendimiento mutuo. En ello han influido las circunstancias de la crisis y sus efectos, acciones como las causas abiertas en la Audiencia Nacional o la Operación Emperador, pero también la falta de iniciativa política por parte de España a la hora de profundizar y enriquecer la relación bilateral. En Alemania o Reino Unido, por ejemplo, las máximas autoridades han recibido al Dalai Lama –cosa impensable en España- originando con ello tensiones que sin embargo se han saldado a la postre con una intensificación de los vínculos con China.
Los recientes y equívocos anuncios sugiriendo la concesión de una mayor prioridad a Japón, en el contexto del agravamiento de sus relaciones con China a propósito de los diferendos territoriales e históricos, no facilitan la labor. Y abre dudas respecto a si el actual bajón es producto de las circunstancias de España o de una decisión meditada que apuesta por priorizar otros rumbos.
Por otra parte, en el marco europeo, también España ha perdido peso e influencia, y ello opera en un contexto de mayor diversificación de la estrategia europea de China que pasa ya por numerosos puntos de atención, hablemos de los países con economías más sólidas (Alemania, Francia, Reino Unido), con problemas (Grecia, Irlanda) o los países de Europa Central y Oriental. También en relación a América Latina y probablemente otras áreas (Norte de África) donde China avizoraba cierta capacidad española, el entusiasmo ha cedido en paralelo a una intensificación de la relación directa por parte de Beijing.
La gestión política es muy importante en relación a China y se mide en gran medida por el intercambio de visitas de altos dirigentes. Sean cuales sean las razones, es más que lamentable que el presidente Rajoy, en el cargo desde 2011, solo ahora visite China. Otro tanto podría decirse de muchas otras autoridades oficiales, con un nivel de intercambio y contacto muy por debajo de lo recomendable y necesario.
En el plano de las relaciones económicas y comerciales, seguimos instalados en los altibajos habituales y en el entorno de los 21 millones de euros, con el único dato positivo de mejorar ligeramente el déficit (de los 16 millones de 2010 hemos pasado a los 13.400 de 2013), pero sin despegar. En lo que se refiere a las inversiones, las cosas han mejorado algo, pero, más allá del sector inmobiliario, sigue por debajo de sus potencialidades. Y seguimos sin arbitrar plataformas bilaterales que anuden y concreten los intereses tantas veces confesados.
La imagen de España en China sigue adoleciendo de las mismas taras: un país de muchas fiestas y muchos récords curiosos, apto para el turismo, con buenas gangas en algunos temas, pero sin faz tecnológica.
China es un país clave en Asia y en el mundo. Necesitamos evitar perder terreno y para ello debemos contar con una estrategia específica y plural, explorando la cooperación en áreas de interés mutuo. El gobierno debiera tomarlo en serio.
El medio ambiente, la cooperación científica y tecnológica, energía, los procesos de urbanización y dotaciones complementarias, la gestión social, etc., son áreas bien conocidas en las que se podría entrar en detalle, como están intentando otros países europeos. China mira mucho a Europa para esto. Por otra parte, la diplomacia pública es un área a la que en Oriente se concede mucha importancia aunque no nos lo acabemos de creer. El Foro España-China debiera renovarse y relanzarse. Beijing necesita corregir y mejorar su imagen en el exterior y prioriza para ello cada vez más los intercambios no gubernamentales.
China ha suscrito alianzas estratégicas integrales con muy pocos países en el mundo (un total de 18). España es uno de ellos. Debiera aprovecharse mejor esa circunstancia y ponerla debidamente en valor. Para corregir la sensación de retroceso se requiere un plan creíble, es decir, sostenible, que apueste a medio y largo plazo por una revitalización de las relaciones. Esto exige superar esa percepción de que los chinos tienen más claro lo que quieren de nosotros que a la inversa y la sempiterna falta de agilidad y perspectiva. Para ello se necesita pormenorizar en el diseño de una política específica para China que evite tanto improvisaciones como esa gestión reactiva y no proactiva de la relación bilateral.
China no es fácil. Debemos estar atentos a lo que hacen otros estados europeos, con quienes ha multiplicado en los últimos años los marcos y fórmulas de trabajo, y pensar en paralelo en las propias capacidades, posibilidades e intereses para no seguir perdiendo terreno. ¿O tanta ambición va a quedar reducida a la mera compraventa de saldos inmobiliarios? Se puede y se debe hacer más.