El impulso político en materia exterior que China viene mostrando desde la celebración del XVIII Congreso del PCCh (2012) tiene en la diplomacia periférica un fiel exponente. Estos días, el presidente Xi Jinping visita Mongolia. Estamos habituados a que los dirigentes chinos organicen sus visitas al exterior a modo de giras por varios países. Llama por eso la atención este nuevo estilo, centrado especialmente en los países vecinos. Recuérdese que hizo lo propio el mes pasado al visitar Corea del Sur. Por otra parte, también al norte, Xi Jinping ha visitado varios países de Asia Central e igualmente Rusia, su primer destino exterior. Todos ellos en su vecindario inmediato.
Para China, Mongolia tiene gran importancia en el momento presente, en especial, en términos estratégicos, para sumarla a la política estabilizadora del Noreste asiático y evitar que se convierta en presa fácil de otras tentaciones auspiciadas por sus rivales en el área, especialmente Japón y EEUU (el secretario de Defensa estadounidense Chuck Hagel visitó Mongolia en abril de este año). China no tiene pendientes con Ulán Bator reclamos fronterizos ni legados históricos que enerven sus relaciones. Por lo demás, su comercio exterior evoluciona con cierta pujanza con margen para un muy generoso recorrido, especialmente a la vista de sus ricos recursos naturales.
En el orden político, la visita a Mongolia debe insertarse en esa nueva atención prestada a los países vecinos. Cabe recordar que el presidente Tsakhiagiin Elbegdorj viajó a China en mayo último para participar en la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Construcción de la Confianza en Asia (CICA) celebrada en Shanghai. Pero hace 11 años que ningún jefe de Estado chino visita Mongolia (Hu Jintao lo hizo en 2003 y como parte de una gira que le llevó también a Rusia, Kazajstán y Francia). Esta visita de Xi Jinping viene precedida, además, de la llevada a cabo por el vicepresidente Li Yuanchao en abril y la del ministro de exteriores Wang Yi en junio. Ello es indicativo de cierto movimiento de la diplomacia china en relación a Mongolia y da pábulo a las informaciones oficiales que apuntan a una nueva etapa en el entendimiento bilateral, hasta ahora fluido pero más bien discreto y limitado, en lo esencial, a los foros multilaterales en que convergen (en especial, la Organización de Cooperación de Shanghai).
El comercio del carbón ha sido el motor esencial de su relación económica. Con la preocupación expresada por Beijing por el deterioro ambiental, cabe imaginar que ambas partes deben encarar el reto de diversificar su comercio. Xi aspira a sumar a Mongolia a su estrategia de promoción de infraestructuras para abrir nuevos mercados y dar salida a las sobrecapacidades internas, anudándola a su ambicioso proyecto de configuración de una Asia administrada por los asiáticos, lo cual le reserva un sitio en el escenario de la seguridad regional pero también en el ámbito del comercio y en la revitalización de la Ruta de la Seda. La ampliación de los contenidos de la relación formará parte indudable de la nueva hoja de ruta.
En dicho marco, cabe esperar igualmente que ambos países sellen una alianza de apoyo mutuo. La cumbre de la APEC que Beijing acogerá en noviembre de este año será una excelente oportunidad para visibilizar su apoyo a la demanda mongola de integrarse en este foro.
China limita por tierra con 14 países entre los cuales afloran situaciones bien diversas pero en general con el denominador común del subdesarrollo, cuando no la inestabilidad crónica. Esa es la periferia inmediata de la llamada a ser la primera potencia económica del mundo en pocos años. Un escenario en el que precisa invertir en paz y progreso, de igual forma que en su otro vecindario, el de la periferia marítima, donde los sobresaltos (Japón, Vietnam…) proliferan a cada paso.