Como de costumbre, hay mucho humo y espejos en los análisis sobre la rivalidad chino-americana, con guerras comerciales o sin ellas. Ahora mismo la presente guerra comercial es una gran fuente de ruido que sirve para distraer al mundo y a los ciudadanos chinos de otra realidad más inexorable e inquietante. China se está haciendo más dependiente del capital exterior y eso a largo plazo podría acabar con su autonomía económica y política.
El que sí lo nota es William Engdahl, quien sugirió, tras el hundimiento del Baoshang Bank de Mongolia Interior en mayo de este año y la posterior intervención del gobierno, que el sistema bancario chino podría necesitar ayuda del capital extranjero —»China necesita la cooperación de los bancos occidentales para mantener su impresionante economía»(1). Se hacía incluso un paralelismo, bastante desproporcionado por cierto, con el caso tristemente famoso de Lehman Brothers que desató la crisis del 2008.
¿China necesitar ayuda de la banca occidental? Uno tiende a suponer que una de las grandes diferencias de la economía del gigante asiático es la enorme cantidad de ahorro acumulado por el pueblo chino en su ascenso; pero incluso eso es poco ante las enormes montañas de deuda contraída. Sin embargo, en contraste con la mayor parte del mundo, la deuda china es deuda interna, no deuda contraída con acreedores de otros países.
En un artículo más reciente, el mismo periodista aporta datos que parecerían confirmar esta inquietante posibilidad (2). Por primera vez en 25 años, China puede afrontar un déficit en su cuenta corriente, que resulta de la suma de su balanza comercial y sus flujos de capital. En el 2007, aún tenía un superávit del 10 por ciento.
Si China continúa experimentando un déficit de cuenta corriente en el futuro sí que necesitaría inversiones exteriores para mantener su solvencia, y esto daría al traste con una larga trayectoria de independencia financiera. Las consecuencias de esto podrían ser enormes.
¿Cómo es posible que a China se le escape de las manos el arma más fiable que tenía para mantener su independencia?
De poco sirve esgrimir ante la opinión pública argumentos patrióticos en una guerra comercial cuando las élites chinas sacan inmensas sumas de capital fuera. Por otra parte, y como en el resto del mundo, esas mismas élites se han valido del incremento exponencial de la deuda tanto para mantener el ritmo de crecimiento como para aumentar la dependencia y sometimiento de las masas.
El problema central en todas las economías, el elefante en medio del cuarto de estar, es el sobreendeudamiento, pero los de arriba no tienen la menor intención de cambiar una situación que garantiza la sujeción de la mayoría por una minoría exigua pero críticamente escalonada. Y parece ser que la patriótica élite económica china estaría dispuesta a terminar con la independencia del país con tal de seguir manteniendo el control de las masas.
Esta es lo único que a uno se le ocurre para explicar lo inexplicable. Lo que ya no sabemos es cómo podrán justificarlo ante el pueblo el día que la cosa se haya hecho patente. ¿Serán las guerras comerciales o una crisis financiera mundial suficientes para enmascarar la más trasparente realidad? Algo funciona rematadamente mal en el caso de que China llegue a necesitar ayuda externa.
Es muy sencillo acabar con el dinero-deuda y el sistema bancario de reserva fraccional con su fragilidad inherente y dependencia de la confianza; pero en todas partes se ha convenido que es un sistema ideal para el control general de la población y la succión de riqueza desde arriba.
En ningún país del mundo era tan viable como en China restaurar el carácter auténticamente público del dinero y quitárselo de las manos a los bancos, tener «un dinero revolucionario», como lo llamó en su día Miguel Ángel Fernández Ordóñez (3), que acabara limpiamente con la dinámica de succión; pero también aquí la confusión de lo público y lo privado ha acabado actuando en la dirección más equivocada, o por mejor decirlo, en la dirección más correcta para una minoría. A este paso dentro de poco ni China tendrá ya capacidad de elegir, y habrá perdido la guerra sin paliativos, mientras nosotros seguiremos hablando de escaramuzas comerciales o militares.
Puesto que el devolver el poder del dinero al pueblo no se considera todavía una opción realista, al gobierno chino no le queda otra opción a corto plazo que disciplinar un poco a sus inversores e imponer ciertas restricciones a la salida de capital. Pues cualquier pérdida o cesión de la soberanía financiera sería inequívocamente juzgada como una escandalosa traición al país, y nada podría deteriorar más la credibilidad del gobierno y la estabilidad general.
China necesita la «ayuda» de la banca internacional tanto como pueda necesitar un guante de hierro apretando su cuello. Semejantes afirmaciones no hablan muy bien de la independencia de analistas como Engdahl, pero sí sirven para airear elocuentemente las intenciones de esa banca tan dispuesta siempre a echar una mano.
Por otra parte, el tiempo hará cada vez más necesaria una evaluación en profundidad del rol del dinero en la actual deriva del tejido social y tecnológico, y esto no sólo en China sino en todas partes. El dinero-deuda y la banca de reserva fraccionaria es ante todo un medio de control vertical y succión de la riqueza que tiende en última instancia hacia el anquilosamiento y la pérdida de movilidad social antes que hacia el «dinamismo», aunque durante la fase expansiva se aprecie el efecto contrario.
La antigua medicina china decía, con términos hermosamente genéricos, que la salud del organismo depende de que el fuego se dirija hacia abajo y el agua hacia arriba, pues el movimiento intrínseco de ambos elementos actúa en la dirección opuesta —si el fuego está arriba y el agua abajo, sólo hay divorcio y separación.
Ninguna nueva revolución tecnológica va a cambiar por sí misma un sistema que está sobre su cabeza; eso es acelerar la manivela del cambio para que todo siga igual o peor. Devolver la naturaleza del dinero a su función pública anterior a la usurpación de los bancos y acabar con la basura tóxica del dinero-deuda es la condición fundamental para que el organismo social recupere el equilibrio, la justicia y la salud. No hay sustituto sintético para esto.
Hace treinta años Gene Sharp era expulsado de China tras su sospechosa cercanía a las protestas de Tiananmen. «Aprendimos mucho de esa experiencia», admitió el ingeniero de las revoluciones de colores. Ahora tenemos la escenificación de las protestas en Hong Kong.
Es curioso ver cómo el Imperio, totalmente incapaz ya de manejarse como una república, exige por todas partes la democracia, palabra que así no deja cada día de adquirir más connotaciones indeseables. Querríamos hablar del dinero soberano, totalmente separado del mecanismo de deuda, en términos de «democracia económica», pero vista la deriva del término, habrá que pensárselo dos veces.
Necesitamos manuales de subversión como el de Sharp, pero no para conquistar alguna huera democracia con todos sus muñecos bien puestos, sino para lograr una democracia económica que les quite sus ilegítimos privilegios a los bancos y a la élite que se sirve de ellos. Manuales con cientos de acciones políticas y económicas no violentas que minen la obediencia a un sistema que es cualquier cosa menos confiable. Y no sólo manuales. Debería haber muchas más vías y medidas en pos de la democracia económica que para un cambio en el poder.
Es curioso que hablemos de «subversión» cuando de lo que se trata es de recuperar la justicia más elemental, pero a esto es a lo que hemos llegado.
Los Estados Unidos tienen una enorme maquinaria de subversión al servicio del «cambio de régimen» en cualquier país que suponga un problema, lo que tiene cada vez menos es una buena causa. Pues todos los cambios que inspira huelen a farsa recalentada una y otra vez.
¡En cambio aquí tenemos una verdadera buena causa a la que al parecer le falta respaldo y organización! La situación no puede ser más interesante, cuando se sabe hasta qué punto las buenas causas son escasas.
China todavía hoy se comporta como una isla gigante rodeada por el Océano y conectada con él a través de otra isla. No hablamos de la descripción de la Atlántida por Platón, sino del flujo internacional de capitales y el papel de intercambiador que Hong Kong en esto desempeña. Cuando se habla de que en el futuro Hong Kong será inexorablemente sustituido por otro centro como Shanghai o Shenzhen, la condición que suele mencionarse es «la ausencia de controles al capital extranjero o a la expresión». O al menos eso es lo que dicen libertarios como David Xia del Cato Institute (4).
Siempre poniendo condiciones, como si el sistema internacional fuera el modelo de todas las virtudes. Pero tenemos bastantes buenas razones para pensar lo contrario.
Pues en realidad toda moneda apalancada por la deuda no es una ciudad en una colina, sino una isla de porquería en un mar de basura. Y es por eso que los bancos de casi todos los países acumulan montañas de legislación sin cuento, para que lo insostenible pueda sostenerse. El dinero seguro, el dinero soberano, haría innecesaria toda esa legislación y encarnaría limpiamente toda esa liberalización por la que tan poca prisa tienen nuestros liberalizadores.
De este modo una isla puede convertirse en mar, y de este modo podemos también convertir a los mares en islas. Pues el capital, además de privilegios, no busca menos fundamentos sanos sobre los que parasitar con provecho, y ahora mismo corre ya un serio riesgo de «matar al huésped».
Hoy los flujos de capitales todavía favorecen al dólar que engorda a expensas de todo el mundo, y los bancos centrales participan en una absurda carrera hacia los intereses negativos. Pero esta circunstancia cambiará en los inminentes años veinte de este siglo, aunque no lo hará por sí sola. Hay que ayudarla a cambiar. Y hay que cambiar radicalmente la percepción de lo que es una moneda y una economía saneadas.
Con razón se ha observado que China no puede pretender una hegemonía global como la americana puesto que su peculiaridad cultural le impide jugar ese papel. Un «mundo sinocéntrico» resulta impensable: pero esto no es un problema, y por tanto no hay que buscarle una ridícula solución de relaciones públicas tales como hacer mejores películas y engrasar la industria cultural.
En eso, en cuestiones de maquillaje y de vender humo, el Imperio de la Mentira es sencillamente imbatible. Para constituir una alternativa hay que ser justamente una alternativa y no una mala imitación. El dominio anglosajón depende hoy críticamente de que no haya auténtica innovación en sus bases; si China quiere ganar puntos en la apreciación internacional, tiene que asumir el riesgo de liderar allí donde el cambio es real.
Referencias
(1) F. William Engdahl, Is Baoshang Bank China’s Lehman Brothers? http://www.williamengdahl.com/englishNEO7July2019.php
(2) F. William Engdahl, Will China Trigger Next Financial Tsunami? http://www.williamengdahl.com/englishNEO9August2019.php
(3) Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Un dinero revolucionario, https://elpais.com/elpais/2018/04/11/opinion/1523444783_459700.html
(4) Nicole Hao, Beijing Launches Plans for Shenzhen to Become World Hub, in Apparent Bid to Replace Hong Konghttps://www.theepochtimes.com/beijing-launches-plans-for-shenzhen-to-become-top-financial-center-in-apparent-bid-to-replace-hong-kong_3049218.html