Entre 1972 y 2008 las relaciones entre Estados Unidos y China tuvieron una naturaleza constructiva. A partir de finales de los setenta, el bajo perfil estratégico de China y la creencia estadounidense de que el avance económico de aquel país conduciría a su inevitable democratización y liberalización económica, permitieron superar airosamente los diversos escollos en el camino.
En 2008, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. A partir de la crisis económica en la que Estados Unidos sumió al mundo, China dejó de lado su bajo perfil y asumió una actitud mucho más asertiva. La misma se vio sustancialmente incrementada con la llegada al poder de Xi Jinping. Esto ha tenido como contrapartida la llamada política del pivote en Asia desarrollada por Obama y la guerra comercial declarada por Trump. Mientras China se siente constreñida en su emerger geopolítico y económico por Estados Unidos, este último cambió su visión de China, percibiéndola ahora como un rival estratégico que busca desplazarlo. Una mentalidad de Guerra Fría tomó el control de esta relación.
La tecnología se ha convertido en un factor fundamental dentro de esta Guerra Fría en ascenso. La competencia entre ambos por la supremacía tecnológica, asume una visibilidad cada vez mayor. Mientras la llamada política “Hecho en China 25” es percibida en Washington como una declaración de guerra tecnológica, Pekín se siente crecientemente acorralada por las implicaciones tecnológicas de las sanciones comerciales de Trump y por su persecución a algunas de sus empresas más emblemáticas. Algunos ejemplos pueden ilustrar la situación.
China ha hecho pública y notoria sus aspiraciones de convertirse en el líder mundial en inteligencia artificial para el año 2030. Para lograrlo ha formulado ambiciosas políticas de estrategia nacional tales como “Hecho en China 2025” o “Emprendimiento Masivo e Innovación Masiva”.Washington, sintiéndose amenazado, ha respondido con sus propias políticas de estrategia nacional como la orden ejecutiva “Iniciativa Inteligencia Artificial Estadounidense”o la Ley del Centro de Innovación ZGC para inteligencia artificial. Entre tanto, ambas partes evidencian claras ventajas comparativas en diversas áreas. Mientras China prevalece en el acceso al «big data» que alimenta el auto aprendizaje de las maquinas y dispone de legiones de empresarios implacables en su búsqueda del éxito, Estados Unidos dispone de ventaja en los núcleos duros de investigación y cuenta con una base de talento humano más amplia.
La tecnología 5G representa la quinta generación de la red celular y constituye un avance fundamental que incrementará la conectividad en lugares remotos, entrelazará a sensores y robots y permitirá que los vehículos, el control de tráfico y las fábricas puedan hacerse cabalmente autónomos. Huawei, líder mundial en este campo, se ve acosado por Estados Unidos. Detrás de ello hay argumentos de seguridad nacional, pero también el deseo de Washington de dar tiempo a sus propias empresas a remontar la brecha que las separa de Huawei.
China es un gigante en productos electrónicos pero depende de la importación de microchips para dar vida a aquellos. En 2018 Washington dicto un embargo a la venta de microchips a la empresa ZTE, líder chino en productos electrónicos. Para superar esta vulnerabilidad, China se ha lanzado de lleno al desarrollo de microchips. Si bien su desfase es grande, cuenta con la ventaja de que un nuevo tipo de chips sustentados en inteligencia artificial están siendo inventados. Ello le permitirá beneficiarse de este salto tecnológico para remontar la cuesta.
La tecnología cuántica, con aplicación en múltiples sectores, es también objeto de un enfrentamiento intenso. Mientras China ha logrado la primacía en las comunicaciones encriptadas a grandes distancias, sustentadas en esta tecnología, Estados Unidos lleva la delantera en el desarrollo de las nuevas computadoras cuánticas. China expresa su ambición de dar vida a una internet cuántica inmune al hacking, mientras en Estados Unidos se proyecta un sistema de computación cuántico integrado a nivel mundial. Ambas partes luchan, entre tanto, por supera su rezago donde la otra lleva la ventaja.
Los dos países compiten, a la vez, por el control en la carrera espacial. En el 2011 una ley del Congreso estadounidense prohibió todo contacto entre la NASA y los científicos chinos, al tiempo que Washington impidió la participación de China en la Estación Espacial Internacional desarrollada por Rusia y Estados Unidos. En contrapartida, mientras NASA ve cambiar sus planes con cada cambio en la Casa Blanca y debe luchar continuamente por mantener su presupuesto, el programa espacial chino disfruta de un mandato a largo plazo y de generoso apoyo presupuestario. Más aún, mientras el futuro de la Estación Espacial ruso-estadounidense está en crisis, China prevé completar su propia estación espacial en 2022. China está en fase final de desarrollo de un telescopio espacial que tendrá la misma resolución del telescopio Hubble de Estados Unidos. A la vez, el cohete “Larga Marcha”que Pekín tiene previsto lanzar en 2008, supera la versión que la NASA tiene también programada para ese año.
Palmo a palmo, la Guerra Fría tecnológica sigue su curso. Si bien Estados Unidos lleva aún la delantera, el futuro de su ventaja está lejos de estar garantizado.