El VI Foro España-China celebrado recientemente en Barcelona ha permitido, una vez más, constatar la general sintonía que preside las relaciones entre las autoridades de ambos países y las potencialidades de la cooperación bilateral. En ese marco, se han producido avances significativos en los últimos años que apuntan a una progresiva superación del bajo nivel de los intercambios, sentando las bases para eliminar algunos obstáculos que se habían conformado como impedimentos crónicos para garantizar el sano y fluido desarrollo de las relaciones. No obstante, es hora ya de definir una estrategia específica e integral que agrupe y facilite las sinergias de las diversas políticas sectoriales y que procure la coordinación efectiva de los recursos territoriales que a menudo se conducen de forma dispersa. En suma, precisamos maximizar nuestras capacidades y dotarlas de una orientación convergente que permita sacar mejor provecho.
La cooperación con China debe empezar aquí, entre nosotros mismos, pues de lo contrario no seremos capaces de aprovechar las oportunidades que nos brinda. Con ser importante, no podemos hacer del turismo la estrella que más brille. Desde la inmigración china a la captación de inversiones junto a la estrategia educativa o el reclamado papel de puente en relación a determinadas áreas geopolíticas de interés para China, resulta esencial no conducir instrumentos y acciones de forma parcial y compartimentada. Por el contrario, es tiempo de coordinar nuestros activos en España y en China, trazando políticas orientadas a lograr unos objetivos generales que deben pasar del imaginario a un detallado catálogo de sugerencias que nos acerquen a objetivos cada vez más ambiciosos. Esto es posible.
La puesta en común de las ambiciones de los muchos sectores interesados en China, desde lo estrictamente empresarial a lo académico o cultural, constituye un paso previo que puede enriquecer nuestras aplicaciones sectoriales, dotarlas de perspectiva y de un horizonte más rentable. Bien es sabido que la singularidad de China, tanto política como cultural, exige un esfuerzo de adaptación estratégica de nuestros actores. Es una condición sine qua non para lograr trascender las frustraciones que a menudo embargan un entusiasmo inicial pero un tanto ciego, desconocedor de un hecho clave: las dificultades son proporcionales a las oportunidades. China es prometedora pero lo es todo menos fácil y ello exige preparación adecuada, sobre todo en la definición estratégica de nuestros objetivos y de nuestros instrumentos.
No debiéramos perder más tiempo. No cabe conformarse con santificar, con miras a la política interna, el apoyo de China a la economía española. Se puede hacer mucho más a condición de que lo hagamos bien, con pulso integrador y vocación práctica. Las autoridades chinas, que tantas veces echan en falta la concreción de nuestras posibilidades y ambiciones generales, también agradecerán esa otra forma de actuar.