El presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, finalizó su visita de Estado a China con un balance que no dudó en calificar de “exitoso”. En efecto, en lo político logró elevar el nivel de las relaciones bilaterales –en un marco similar al de España desde 2005- para incorporar un diálogo estratégico con encuentros anuales entre los ministros de asuntos exteriores. Esto significa, de entrada, una mayor regularidad en los intercambios que sitúa a Lisboa al nivel de París, Berlín, Londres o Washington. Madrid queda un peldaño más abajo.
El salto cualitativo se produce por supuesto sin que Portugal renuncie a su vocación europeísta, ni siquiera atlantista, logrando, no obstante, que su agenda bilateral y multilateral se alargue de forma significativa. Esto contribuirá a aumentar la importancia de las relaciones económicas, financieras, culturales y sociales entre los dos países. El mensaje es claro: Portugal señala a China como una de sus grandes prioridades diplomáticas.
El acuerdo se logró a pesar del reciente fracaso de la opa china sobre la eléctrica portuguesa EDP, el principal grupo energético de Portugal y una de las mayores empresas del país. Pese a ello, la estatal China Three Gorges, que posee el 23 por ciento del capital de EDP, se comprometió a permanecer como inversor estratégico en la entidad.
No menos importantes fueron los encuentros mantenidos con potenciales inversores chinos de cara a su implicación en la economía real portuguesa y no solo para adquirir posiciones en empresas de cierto tamaño y valor, alargando la esfera de intereses para cooperar en proyectos en el seno de la CPLP. Rebelo de Sousa agradeció que China “estuviera presente cuando otros que habrían podido estar no estuvieron”. Ahora se trata de implicarse en el desarrollo del sector productivo y evitar convertirse en un país de mero tránsito de mercancías.
En paralelo, la Universidade de Coimbra y la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing formalizaron la creación de un Centro de Estudios sobre China y los Países de Lengua Portuguesa, cuyo objeto es reforzar la cooperación con potencial para convertirse en un gran referente del pensamiento sinológico de la lusofonía.
Con Rebelo de Sousa, Portugal estuvo representado al máximo nivel en el II Foro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta que transcurrió en Beijing del 25 al 27 de abril. Lisboa, a diferencia de Madrid, suscribió el memorándum de entendimiento sobre la iniciativa (como recientemente hicieron también Italia o Suiza, entre otros). Aun reconociendo la existencia de divergencias respecto a quienes ven el proyecto como la base de un nuevo orden mundial moldeado por un rival estratégico que quiere ampliar su influencia, en el Palacio de São Bento hicieron valer su autonomía a la hora de tomar sus propias decisiones en función de sus intereses nacionales.
Portugal ansía introducir una ruta atlántica en el proyecto, lo cual permitiría al puerto de Sines unir las rutas del Extremo Oriente y el Océano Atlántico, beneficiándose de la ampliación del Canal de Panamá. China reconoció expresamente la posición “muy relevante” de Portugal en el extremo oeste de Eurasia. Si la operación de Sines llega a buen puerto, esto afectará al nivel comercial de los puertos del Mediterráneo y Cantábrico y, por supuesto, a los del norte de Europa, que hoy dominan y quizá por eso ven con malos ojos esta acomodación de los países del sur.
Con o sin memorándum, España forma parte de la Ruta de la Seda. A Madrid llega el tren procedente de Yiwu, el de mayor trayecto del mundo. También es parte, como Portugal, del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. A día de hoy, podría decirse que en la práctica hay más Ruta de la Seda en España que en Portugal.
Las habilidades de la diplomacia portuguesa son bien conocidas en Europa y en el mundo. En diciembre se conmemorarán los primeros veinte años de la devolución de Macau a China. Rebelo de Sousa regresará a China. Portugal hace las cosas de otra manera. ¿Quizá mejor?