La relación con China es la piedra angular de la autonomía estratégica de la UE Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

China y la predecesora de la Unión Europea (UE), la Comunidad Económica Europea (CEE), establecieron relaciones diplomáticas en 1975. Este año se cumple el 50º aniversario de aquel paso histórico, en un momento en el que el desarrollo de las relaciones bilaterales se enfrenta a importantes desafíos y oportunidades. Esos 50 años denotan una relación larga, unas “bodas de oro” que han aportado a ambas partes un mayor conocimiento y comprensión mutua. Ese bagaje es lo que ha permitido superar los altibajos de la relación y encarar los malentendidos con un enfoque constructivo.

En este periplo, ambos actores han tenido un desarrollo, en gran medida, paralelo. En 1975, la CEE establecía los pilares de la proyección que alcanzaría a partir de la década siguiente; asimismo, la China que se sacudía los últimos vestigios de la Revolución Cultural, trazaba los vectores de la política de reforma y apertura que alentarían el conocido proceso de expansión de la economía del país. Como consecuencia de aquellas decisiones, tanto la UE como China han podido afirmarse en el escenario internacional como dos actores de peso cuyo concurso es indispensable para afrontar los principales problemas de la sociedad global.

Cabe significar igualmente que, en todo este tiempo, si alguna tendencia principal se puede advertir es la afirmación general del respeto y el diálogo, el afán por llegar a compromisos equitativos y beneficiosos para ambas partes.

Cifras que hablan por sí solas

China y la UE son importantes socios comerciales. En los últimos 50 años, el valor del comercio bilateral ha pasado de 2.400 millones de dólares en los primeros años a 780.000 millones de dólares en la actualidad, es decir, ha crecido 325 veces. Según datos de las aduanas chinas, en el primer trimestre de este año 2025, el valor de los intercambios comerciales entre ambas partes alcanzó los 1,3 billones de yuanes, con un aumento interanual del 1,4 %.

Las cifras, por tanto, hablan por sí solas. China y la UE son la segunda y tercera economías del mundo, representan un tercio de la economía global y una cuarta parte del comercio global. Las característicvas de la relación en este plano abundan en una profunda interdependencia y una complementariedad altamente satisfactoria. Pero lo más destacado, especialmente en el contexto actual, es la coincidencia en la defensa de ciertos principios elementales hoy en cuestión. El compromiso con una globalización inclusiva, el multilateralismo, el libre comercio, el papel sustancial de la Organización Mundial del Comercio, etc, son claves hoy determinantes para seguir progresando en la relación y, a la vez, responder a los desafíos del momento.

Ello a pesar de que en los últimos años, la UE ha definido a China no solo como socio, sino también como competidor y rival sistemático. En las relaciones entre ambas partes han surgido ciertas fricciones. ¿Qué factores lo explican? Apuntaría a tres principales.

En primer lugar, el hecho de hallarnos inmersos en una nueva ola de revolución industrial y tecnológica que plantea desafíos cruciales para todos en un contexto, además, de profundización de una crisis climática que condiciona severamente el futuro de la humanidad en su conjunto. En segundo lugar, la disparidad sistémica. Frente a una China cuyo modelo político le permite adoptar decisiones rápidas y eficientes con una alta capacidad para su efectiva implementación, el proceso político en la UE sigue adoleciendo de taras que dificultan la audacia en un momento histórico en que se requiere actuar con diligencia. No acabamos de resolver del todo aquel dilema que planteaba el secretario de Estado Kissinger cuando se preguntaba a que teléfono debía llamar para que respondiera Europa. Esto ha dado lugar a malentendidos en numerosas ocasiones también con Beijing. Por ejemplo, cuando China avanza en las relaciones bilaterales con determinados países de la Unión o cuando establece foros subregionales con los PECO se ha interpretado como intentos de fragmentación cuando en realidad responden al hecho de las distintas velocidades del proceso europeo.

Por último, cabe destacar las circunstancias estratégicas. En el contexto actual, la quiebra que amenaza la relación euroatlántica, plantea dilemas de alcance que provocan una cierta ansiedad en la UE.

En este marco de trabajo, China y la UE necesitan más diálogo, más coordinación, más comunicación para generar más confianza.

El papel de España

En abril de este año, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, realizó su tercera visita a China en los últimos tres ejercicios, convirtiéndose en el primer jefe de Gobierno de la UE en visitar Beijing tras el anuncio del presidente estadounidense Donald Trump de imponer aranceles globales.

El cambio de guión registrado ha derivado en un hecho objetivo que importa considerar: hoy, la UE, con mucho malestar en la práctica totalidad de los países de la unión rebotados ante el impulso arancelario, coincide con China en muchas más cuestiones esenciales que con EEUU. Incluso al referirnos a la búsqueda de la paz en Ucrania, con China defendiendo un papel para la UE que EEUU desprecia. Nos hallamos, por tanto, a las puertas de un probable cambio de paradigma que favorecerá un mayor entendimiento entre China y la UE, dando más pasos hacia más concertación y, esperemos también, un diálogo bilateral más profundo para revitalizar las cuestionadas vigas de la gobernanza económica global. Todo ello a pesar de que Washington no cesará en su presión hacia la UE para obligarla a sumarse a su frente de contención de China.

España es el quinto socio comercial de China en la UE. El comercio bilateral con China supera los 50.000 de dólares en 2024, hay importantes inversiones en marcha y a resultas de la última visita del presidente Pedro Sánchez se espera un auge significativo de las importaciones de productos españoles.

La opinión pública española es mayoritariamente europeísta y aboga por unas relaciones reforzadas con China. El gobierno cree que hay más espacio para abordar los retos comunes, desde el cambio climático a la pobreza, y defiende en la UE esa política de acercamiento. Además, aporta un elemento de interés: su ascendente en el Sur Global, actuando como puente con el mundo occidental, estableciendo un punto de encuentro adicional que a China interesa particularmente.

China y la UE coinciden en el rechazo al unilateralismo, el proteccionismo y los actos de hegemonismo económico. Asimismo, están comprometidos con la estabilidad de las cadenas de suministro e industriales y la sistémica global. Ambas partes comparten principios, tienen intereses comunes y las prioridades respectivas están identificadas. Las diferencias que pueden existir entre ambas partes son un estímulo para una cultura de negociación que a ambos lados goza de amplia y reconocida trayectoria.

Un futuro compartido

La cooperación entre China y la UE tiene un alto significado estratégico. Ello en razón de que se trata de actores que pueden influir de forma muy significativa en la evolución de la agenda global.

En un contexto de alta volatilidad e incertidumbre, para la UE, la gestión de la relación con China es la prueba determinante de su autonomía estratégica real. La crisis o ruptura del orden transatlántico es una invitación para que la UE repiense su relación con China en función de sus propios intereses. Si quiere llegar a ser un actor global integral solo la relación renovada con China le aporta ese plus estratégico. Y también, por añadidura, el plus de estabilidad que internamente se ve amenazada por el auge de un extremismo que revive los fantasmas de un pasado que creíamos del todo superado.

(Para China Today)