El pasado día 27 de enero, el Grand Palais de París acogió la llamada “Noche de China”, un gran acontecimiento con el que se ha dado comienzo a los actos conmemorativos del 50 aniversario del anuncio de establecimiento de relaciones diplomáticas entre Francia y la República Popular China.
Efectivamente, el 27 de enero de 1964, la visión política del General de Gaulle hacía que Francia se convirtiera en el primer país occidental que reconociera a la República Popular. El hecho de que en ese momento ya se hiciera evidente la imposibilidad de un retorno del Kuomingtang al continente, no rebaja la osadía de reconocer un régimen político que se encontraba casi proscrito a nivel internacional.
La celebración de este acontecimiento nos da pie para, por un lado, enmarcar ese hito dentro de su contexto histórico y para, también, por otro lado, analizar lo que esta celebración puede suponer para el necesario esfuerzo francés de relanzamiento de sus relaciones con China.
Por lo que se refiere al primer elemento, su poso histórico, para entender bien lo que significó ese reconocimiento francés para China hay que tener muy presente el profundo aislamiento de China en aquellos momentos. Así, a su enfrentamiento ideológico con EE.UU. en el marco de la guerra fría, se sumaba el deterioro de su entendimiento con la otra superpotencia, la URSS, que se venía produciendo desde mediados de los años 50.
Es evidente, pues, la significación de este gesto y la relevancia que ello tuvo en aquel momento. En ese contexto histórico debe valorarse y así se está haciendo a través de las muchas Conferencias, publicaciones y eventos que se están desarrollando en Francia desde 2013 y, muy especialmente, desde el comienzo de 2014.
En todas ellas se valora la relevancia de esta celebración, si bien también existen voces que relativizan la importancia práctica y real de la misma. Uno de los mejores especialistas franceses sobre China, Benoit Vermander, matiza la importancia de ese temprano reconocimiento desde un punto de vista de oportunidad política. Así, considera que Francia y el General de Gaulle, deberían haberse dado cuenta del estado de relativa contestación interna que, en aquel momento, ya encaraba Mao y que derivaría, poco tiempo después, en el caos de la Revolución Cultural.
Ello haría que la relación sino-francesa no tuviera tiempo suficiente de desarrollarse antes de que la Revolución Cultural aletargara los lazos de China con el exterior. No será hasta años más tarde, gracias a otros acontecimientos clave, como el ingreso de China en las Naciones Unidas (1971), la visita de Nixon a China (1972) y el progresivo deshielo de la relación con EE.UU., cuando se produzca, de forma efectiva, el comienzo de una nueva fase en el posicionamiento exterior de China. Los efectos prácticos, por tanto, del temprano reconocimiento francés serían más simbólicos que prácticos.
En cualquier caso, lo que es evidente es que Francia está muy legitimada para posicionarse como país pionero en el proceso de apertura de China al mundo y ello hace que disponga de una herramienta de comunicación y de diplomacia pública muy potente que desarrollar en estos próximos meses.
Esta legitimidad entronca con la segunda de las dimensiones que señalábamos y que se refería a la oportunidad para Francia de utilizar esta conmemoración en la búsqueda de un necesario reforzamiento de su actual relación bilateral con China.
De esta forma se ha entendido por parte del Gobierno francés y del conjunto de la sociedad civil, que han elaborado toda una estrategia de comunicación alrededor de este acontecimiento, que se va a ir desplegando a lo largo de 2014, tanto en Francia como en China. Como todo buen plan, este se compone de unas herramientas y de un objetivo final.
La herramienta principal es la programación de un amplio número de actividades, más de 400, que cubren campos muy diversos (cultural, educativo, económico científico, etc.) y que se desarrollarán a lo largo de este año, principalmente. Y, junto a ello, el objetivo principal es el aprovechar este acontecimiento para relanzar una relación que ninguna de las partes considera que esté situada en el nivel deseado, ni en el ámbito político ni en el económico.
Así, de la lectura y análisis de los muchos documentos y opiniones que se vienen publicando, ya desde 2013, sobre esta relación bilateral, queda claro que, a día de hoy, dos de las características principales que definen la misma son, por un lado, la asimetría de dicha relación y, por otro lado, la necesidad de dar un enfoque estratégico y mayor estabilidad a la misma, después de unos años de ciertos desentendimientos y convulsiones que el diario “Global Times” chino calificaba recientemente como “cyclical obstacles”.
Comenzando, en primer lugar, por esa característica de la “asimetría” que se señalaba, ésta se percibe con claridad en varios ámbitos. En lo político, el interés de Francia hacia China es claramente mayor que el de este país hacia Francia, y esto se viene agravando desde hace algunos años. No es ajeno a ello el hecho de que Francia haya venido perdiendo protagonismo en el seno de la Unión Europea frente a Alemania, lo que ha derivado en una creciente atención china hacia este país en detrimento de Francia. Y, en lo económico, baste decir que el déficit comercial de Francia con China se sitúa en 26.000 millones de euros o que la cuota de mercado de los productos franceses en China sea de apenas un 1,3%, mientras que la de China en Francia es ya del 7%.
Como buena muestra de esta percepción, un reciente documento del Ministerio francés de Asuntos Exteriores no dudaba en subrayar el “fuerte desequilibrio” de esta relación y, también del otro lado, el diario chino “Global Times” (muy cercano normalmente a las tesis gubernamentales), simbolizaba la naturaleza de la cooperación Francia-China como la de un típico nuevo país emergente (“typical newly emerging country”) con una emblemática vieja nación europea (“emblematic old european nation”).
Por lo que se refiere a la segunda característica citada, la necesidad de un nuevo impuso en esa relación, ello deriva de que las relaciones entre Francia y China han estado sometidas a demasiadas oscilaciones. Ello no solo remite a episodios ya lejanos (como el conflicto por la venta de material militar a Taiwan a comienzos de los años 90), sino que incluso en épocas más recientes encontramos episodios de importante tensión, como en 2008, cuando se produjeron incidentes en relación al recorrido de la llama olímpica por las calles de París, ligado todo ello a la sensible cuestión del Tíbet.
En los últimos meses, el Gobierno francés ha tratado de recomponer y fortalecer esta indispensable relación, y en 2013 tanto el Presidente de la República como el Primer Ministro viajaron a China. Así, el Presidente Hollande, en el marco de su breve visita (apenas 36 horas) de abril de 2013, pasaba a ser, el primer Jefe de Estado de un país occidental en ser recibido oficialmente en Beijing por el nuevo Presidente chino, Xi Jinping. Por su parte, el Presidente chino, visitará Francia en primavera de este año en lo que será una importante oportunidad para seguir esta misma dinámica.
Pero, más allá de estas visitas, Francia se va a ver obligada a aportar más contenido a esta relación si quiere que la misma se desarrolle de forma equilibrada y que se eleve de nivel. Un elemento muy positivo para ello es que en Francia se es muy consciente tanto de esta necesidad como de la relativa pérdida de relevancia del país frente a China en los últimos años. Y esa toma de conciencia es el elemento indispensable para encarar una nueva fase en estas relaciones.
Francia está decidida a hacerlo desde la convicción de que dispone de importantes activos que resultan atractivos a los ojos de China. Así, en el ámbito económico, están muy bien identificados los sectores de mayor potencial en esta relación: el nuclear civil, el aeronáutico, el agroalimentario, la salud, el del lujo, el ferroviario y los sectores ligados al desarrollo urbano. En todos ellos, la cooperación entre ambos países es muy estrecha y existe un cierto optimismo en que siga creciendo en los próximos años. En un ámbito como el nuclear, por ejemplo, empresas como AREVA o GDF tienen acuerdos de cooperación muy estables con grandes corporaciones chinas. Y en otro sector clave en China, como el ligado al desarrollo urbano, Francia ha desplegado desde hace años una estrategia muy inteligente de la mano de sus entidades territoriales, que están muy presentes en China, por ejemplo en zonas como Wuhan, y donde, de la mano de empresas francesas, están implementando proyectos piloto de urbanización sostenible.
También dispone Francia de muchos atractivos en el ámbito cultural y educativo, como lo atestigua, por ejemplo, el hecho de que en los últimos 10 años el número de estudiantes chinos en Francia se haya multiplicado por 10, convirtiéndose en el segundo contingente de estudiantes extranjeros en Francia y que sean muy frecuentes los acuerdos de cooperación entre universidades y centros educativos franceses y chinos. A pesar de la gran distancia que separa todavía a Francia del Reino Unido y, sobre todo, de EE.UU. en cuando al atractivo para los estudiantes chinos, el país está apostando por la educación como elemento clave de sus relaciones con China.
Para facilitar esta visión de futuro, recientemente se ha adoptado por parte del Gobierno francés una medida que será clave para esta voluntad francesa de fortalecimiento de las relaciones con China que es la llamada “Visa en 48 horas”. A través de este mecanismo, se asegurará a los ciudadanos chinos la obtención de su visado para Francia en un plazo de 48 horas entre el momento de la solicitud de visado y el de su entrega. Se trata de un objetivo muy ambicioso que revela la firme decisión del Gobierno francés de dinamizar al máximo estas relaciones y que puede tener importantes efectos prácticos.
Los próximos meses van a ser claves para comprobar cómo se sigue desarrollando esta relación. Más allá de su simbolismo, pudiera ser que China volviera a percibir en Francia un aliado clave que, al igual que en 1964 fue pionero en este reconocimiento diplomático, ahora le abriera las puertas de otros elementos claves como el levantamiento del embargo de armas o el reconocimiento de China como “economía de mercado”.
En todo caso, lo que se hace evidente es que Francia tiene un enorme desafío frente a China. Francia es un país que siempre se ha sentido fascinado, a lo largo de la historia, por China. Sin embargo, este país no siempre ha respondido con el mismo interés. Esta celebración es, sin duda, una muy buena oportunidad para reclamar esa mayor atención.
En definitiva, el inicio de estos actos de celebración de una conmemoración tan significativa para ambos países podría servir, sobre todo, para seguir tomando conciencia de esa creciente asimetría bilateral y, a partir de ello, para corregir el rumbo de una relación que, más allá de su denominación teórica de “partenariado estratégico global”, no ha demostrado en estos últimos años la necesaria fortaleza.