El protagonismo de las crisis territoriales en China ha evolucionado del interior al exterior. En efecto, si hasta hace poco todas las miradas se dirigían hacia Tíbet o Xinjiang, pendientes de que pudiera surgir algún contratiempo explosivo para llamar la atención internacional sobre la política china en dichos territorios en vísperas del 18º congreso del Partido Comunista, lo cierto es que las turbulencias en su otra periferia, la marítima, amenazan ahora con comprometer la estabilidad regional.
Dos son los principales frentes. De una parte, el mar de China meridional, con disputas que afectan a varios archipiélagos (Natuna, Paracel, Spratley) y numerosos estados ribereños, con especial relevancia para Filipinas o Vietnam. De otra, el mar de China oriental, donde el enfrentamiento con Japón por la soberanía de las islas Diaoyu amenaza con poner patas arriba los importantes avances logrados en la normalización de las relaciones bilaterales entre ambos países en los últimos cuarenta años.
¿Quién lleva razón? Unos y otros apelan a razones históricas y legales, si bien China añade observaciones geológicas que reforzarían una posible vinculación a Taiwán. Taipéi y Beijing se encuentran así en el mismo barco en este diferendo aunque Taiwán se niega a coordinar posiciones con el vecino continental por temor al impacto en su política interna con una oposición independentista que no solo reniega de cualquier sumatorio en este ámbito sino que denuncia el aprovechamiento del conflicto por parte de Beijing para demostrar las utilidades y ventajas de un acercamiento. Taiwán, más que China, resulta especialmente afectado por el incremento de la beligerancia ya que son cientos sus pescadores que desde hace más de un siglo faenan en dichas aguas. A esos intereses pesqueros se han sumado las expectativas de presencia de hidrocarburos en el subsuelo.
Si bien el detonante de la crisis ha sido la decisión japonesa de “comprar” tres de dichas islas Diaoyu a un supuesto propietario privado, esta acción se relaciona con la visita de varios ministros del gabinete de Naoto Kan al polémico santuario Yasukuni el pasado 15 de agosto y, en general, con la deriva derechista que se respira en la política japonesa donde una buena dosis de tensión nacionalista podría facilitar las expectativas de algunas fuerzas en un contexto de crisis y clara recomposición partidaria. China, por otra parte, en vísperas de un congreso clave del PCCh, aguanta un envite que también le permite galvanizar a su opinión pública, tradicionalmente muy antijaponesa a diferencia de la taiwanesa, y distraer la atención sobre la composición del futuro liderazgo o las políticas a implementar en los próximos años, dirigiendo los focos hacia otros derroteros. Taiwán, por su parte, ha optado por enviar una delegación a Washington reclamando mediación a la Casa Blanca y espera algún gesto tranquilizador durante la visita que Leon Panetta realizará a Beijing y Tokio en los próximos días.
China no se muerde la lengua al relacionar el repunte de las tensiones marítimo-territoriales en su periferia con el empuje de la estrategia estadounidense de “regreso a Asia-Pacífico” y responsabiliza a Washington de desencadenar desconfianzas profundas entre ambos al intentar tirar beneficios de las diferencias entre China y Japón por causa de las Diaoyu. La tendencia de EEUU a multiplicar los ejercicios militares en la zona es vista con natural recelo. A finales de agosto, el Departamento de Estado afirmaba que no tomaban parte en las querellas territoriales pero cuidándose de señalar que las Diaoyu se encontraban en el perímetro protegido por el tratado de defensa firmado con Tokio en 1960, lo cual implicaría asistencia a Japón en caso de conflicto. Hace unos días, el diario del ejército chino doblaba la apuesta apelando a prepararse para cualquier combate. Lo cierto es que EEUU juega una compleja partida. Le va a resultar muy difícil preservar su relación con China, tan importante en tantos planos, si por otra parte consiente o, peor, alienta iniciativas de sus aliados que claramente alteran los frágiles equilibrios de la región. China ha hecho saber a Washington que su franja marítima es una zona de acción exclusiva de su ejército y que forma parte de sus intereses centrales, lo que hará bien difícil el apaciguamiento.
La conjugación de reflejos nacionalistas y emocionales así como los intereses coyunturales de las elites políticas de ambos países podría derivar en una transgresión militar. Por el momento, las advertencias chinas, centradas en las represalias de carácter comercial, se enmarcan en el proceder al uso, pero la resurrección del odio antijaponés y las apelaciones al patriotismo pueden derivar con muy poco esfuerzo en tentaciones bélicas que tendrían el aliciente de concitar legitimidades cuando más parece crecer el cuestionamiento político en otros órdenes (ralentización del crecimiento, aumento de las desigualdades, insuficiencia general de las reformas, etc.).
La crisis advierte de las inmensas dificultades de China para arbitrar un liderazgo regional estable mientras atónita contempla como se socava de un plumazo el alcance de la relación estratégica construida con tesón a lo largo de los últimos años. Ello brinda a EEUU una ocasión propicia para desarrollar una política de contención que no hará sino aumentar los riesgos de confrontación.