Pese a que ya no es motivo de grandes titulares en los medios occidentales, la tensión entre China y Japón no ha desaparecido. Al contrario, va sumando enteros. La crisis en torno a las islas Diaoyu/Senkaku se ha visto salpicada en las últimas semanas por nuevos incidentes in situ, con reiteración de patrullas e incluso con riesgo de confrontación directa.
El gobierno japonés convocó el pasado 23 de abril al embajador chino para protestar contra la entrada de ocho navíos de vigilancia marítima en las aguas territoriales de las Diaoyu/Senkaku. Otros dos permanecieron en las proximidades. La incursión, la mayor en importancia en los últimos tiempos, se produjo tras una nueva secuencia de visitas de autoridades japonesas al templo Yasukuni. Shinzo Abe llamó entonces a tomar medidas para “rechazar por la fuerza” un hipotético desembarco chino en las islas disputadas. La crispación motivó una reunión bilateral urgente para establecer un mecanismo de comunicación de emergencia a fin de prevenir una confrontación.
La reiteración ahora de las visitas de ministros, altos cargos de la administración y diputados al santuario Yasukuni, incluyendo una ofrenda del propio primer ministro Shinzo Abe, tiene todo el aditivo de una provocación y ha desatado duras críticas tanto en China como en Corea del Sur. En Yasukuni se rinde homenaje a 2,5 millones de muertos en los conflictos armados entre 1853 y 1945, incluyendo 14 criminales de guerra. China ha protestado vivamente, como cabía esperar, tomando buena nota de este nuevo obstáculo a la normalización de las relaciones bilaterales. Para Tokio es una expresión de normalidad, pero lo que ciertamente no parece normal es que de 1945 a hoy no consiga desprenderse de ese pasado imperialista y belicista que debiera repugnar a su ciudadanía y su gobierno.
A esta nueva vuelta de tuerca hay que añadir el impacto del entendimiento pesquero Japón-Taiwán que ha provocado un disgusto añadido en Beijing, obligando a las autoridades del continente a reclamar de Tokio el cumplimiento de los acuerdos relativos a la política de una sola China. Ma Ying-jeou refrendó el acuerdo como presidente de la “República de China”. El gesto de Japón, que se une a la aceptación del registro de los originarios de Taiwán asentados en Japón como “taiwaneses”, equivale a meter el dedo en el ojo de las autoridades chinas.
En este contexto, no es de extrañar que en el Libro Blanco de la Defensa recién presentado, China acuse a Japón de “creador de problemas”. Ni tampoco que haya rechazado el ofrecimiento de ayuda por parte del gobierno nipón para las víctimas del reciente seísmo de Sichuan.
El diálogo político está bajo mínimos. Pero el impacto de tan enrarecido clima no se queda ahí. En el año fiscal 2012/2013, las exportaciones japonesas a China se han reducido y por primera vez en tres años, Estados Unidos se ha convertido en su primer cliente.