Los destinos de Donald Trump y Kim Jong-un Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Después de tantos tira y afloja, la cumbre Trump-Kim pudo celebrarse finalmente. Y todo parece indicar que, a priori, el gran ganador del evento fue el líder norcoreano. Trump había elevado las expectativas de un encuentro en el que nos demostraría sus autoaclamadas habilidades negociadoras, pero pudieron quedarse cortas. Kim Jong-un accedió a promover la desnuclearización “de toda la península” pero no será de forma ni incondicional ni inmediata, a la espera de concretar las garantías precisas en el marco de un acuerdo integral que abarque la seguridad, la diplomacia y la economía. Kim suspenderá las pruebas y Trump las maniobras militares según el principio de la doble suspensión instado por China desde hace tiempo. La medida del éxito final del encuentro vendrá dada en lo inmediato por la posibilidad de que Seúl y Pyongyang anuncien la firma del Tratado de Paz que ponga fin a las hostilidades. En cualquier caso, el conflicto se instala en un nuevo escenario. Trump hizo historia; ahora veremos lo que la historia hace con él.

Moon

Tras asumir el cargo en mayo del año pasado, el presidente surcoreano Moon Jae-in promovió la reconciliación intercoreana y el diálogo entre EEUU y Corea del Norte. A él cabría reconocer los méritos principales de esta cumbre a la que no se llegaría sin el encuentro previo del 27 de abril en la Casa de la Paz en Panmunjon que permitió a Kim convertirse en el primero líder norcoreano en poner un pie en el sur.

Hace una década, Moon, entonces jefe de gabinete del presidente Roh Moo-hyun (2003-2008), participó directamente en la organización de la cumbre con el padre de Kim III, que concluyó con una declaración de paz y compromisos de ayuda de Seúl a Pyongyang. Seis meses después de aquel otro “histórico” encuentro, la victoria de la oposición en los comicios surcoreanos daba al traste con el proceso. Una de las razones de aquel fracaso se atribuyó a la falta de complicidad del entonces presidente estadounidense George W. Bush. Es por eso que Moon se empleó a fondo en esta ocasión para garantizar el acompañamiento de la Casa Blanca llegando incluso a decir que Trump bien merece un Premio Nobel de la Paz…

Moon es un convencido de los beneficios de una política basada en el diálogo y no en las sanciones. Su apuesta por la distensión tiene muy en cuenta que en el norte existe una economía que va creciendo a una media del 4 por ciento en los últimos años, con una mano de obra abundante que habla la misma lengua y que podría alentar un nuevo impulso de la economía surcoreana, amenazada por la pérdida de competitividad. También precisa relanzar el entendimiento con China, lastrado por el acuerdo con EEUU para instalar un escudo antimisiles (el sistema conocido como THAAD, por sus siglas en inglés) con la excusa de la amenaza norcoreana. Vencida esta, en buena lógica, el escudo quedaría desbaratado y el acercamiento a Beijing, en el marco trilateral con Japón, sería más fácil.

Kim III

La cumbre santificó a Kim Jong-un como un perspicaz negociador. Y casi de un día para otro. Las visitas sorpresa a Beijing y Dalian y las consultas con el presidente chino Xi Jinping mostraron su activa disposición a participar en el juego del equilibrio de poder internacional, convirtiendo una cumbre tras otra en un gran éxito de relaciones públicas.

Kim Jong-un supo aprovechar la oferta “olímpica” de Moon, logró la reconciliación con Beijing y va camino de normalizar las relaciones con EEUU. Cierto que el escepticismo pesa aún y sólo los gestos por venir darán la medida precisa de los avances logrados. Pyongyang apuesta por medidas progresivas con pasos sincronizados que podrían materializarse de manera significativa a lo largo de varios años. Cada movimiento de cada parte exigirá una contrapartida de la otra en una negociación que será difícil.

Kim se mantuvo firme en la idea de no aceptar la renuncia de la noche a la mañana a su armamento nuclear. Y Trump aceptó celebrar el encuentro en igualdad de condiciones obteniendo a cambio un compromiso de desarme. El descarte de la confrontación militar permitirá a Kim impulsar la apertura económica en un país que hoy no está al borde del cataclismo como en lustros pasados. El levantamiento de las sanciones y la normalización con el Sur y con China consolidarían el cambio de escenario.

Xi

China está interesada en una pronta estabilización de la península coreana. Xi Jinping ve con buenos ojos la desnuclearización y la firma de un Tratado de Paz que garantice la supervivencia a medio/largo plazo de una península dividida. Y quiere garantizarse un papel sustancial en el largo proceso que ahora se abre. China quiere mantener la influencia tradicional en el Norte y controlar la influencia de EEUU en el Sur.

Xi pasó página de la ejecución de su hombre en Pyongyang, Jang Song-taek, tío de Kim III, leído correctamente como un mensaje de independencia. El asesinato de su hermanastro Kim Jong-nam pudo estar relacionado también con su cercanía a China. Xi no se acaba de fiar de Kim, como acontece también a la inversa, pero en los dos encuentros mantenidos por ambos líderes, Xi le trasladó la importancia de contar con una retaguardia estratégica, dando a entender que no quiere ver alejarse a su aliado díscolo. La descongelación de las relaciones, que en los últimos años atravesaron momentos críticos, muestra un acuerdo de principio de Kim III.

Las prioridades de China para los tiempos próximos pasan por centrarse en el problema de Taiwán y en el Mar de China meridional, que constituyen las dos grandes piezas estratégicas mayores y en las que deberá encarar los peligros de una progresiva militarización. Las tensiones en la península coreana quedarían encaminadas, preferiblemente si resucita el diálogo hexagonal (entre las dos Coreas, Japón, Rusia, EUA y China) o incluso quedando reducido a cuatro (sin Rusia y Japón), que le proporcionaría un mayor margen de maniobra.

Putin y Abe

Con Abe expectante, Putin, previo a la cumbre, envió a Pyongyang a Serguei Lavrov, el ministro de exteriores ruso. Moscú, secundando las posiciones chinas, estaba desaparecido de los radares. La diferencia esencial entre Moscú y Beijing radica en el nivel de influencia en las capitales clave (Washington, Pyongyang y Seúl). El valor al alza es su neutralidad, mejor garantizada a ojos de los coreanos. Es previsible que Putin se encuentre con Kim tras la reunión de Singapur. El convite está hecho y a través de él aspira a influenciar en las negociaciones futuras. Pyongyang puede apoyarse en Rusia para depender menos de China. A Kim le conviene acceder y de ser el caso, también Tokio, el más retrasado en el proceso, podría recuperar el paso. El paraguas del diálogo hexagonal quedaría entonces restablecido.

En suma, la cumbre fue histórica, pero su resultado dependerá mucho de cuanto queda por resolver. Que no es poco. Y de todo puede pasar aún.