Tras décadas fundamentando su auge en el cultivo de las relaciones comerciales con las economías desarrolladas de Occidente, a la vista de que su crisis perdura cuando no se agrava, Beijing parece ensayar una nueva estrategia centrada en el fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur. La nueva ponderación de las relaciones de China con el mundo exterior se ha podido calibrar durante la primera gira internacional de Xi Jinping. La ecuación Rusia-África-BRICS incorpora ambiciosos objetivos económicos pero también la visión de una nueva simetría geopolítica con el propósito de solidificar ciertas alianzas que pudieran tener el potencial suficiente para instar un cambio en los equilibrios de poder en el tablero mundial y, quizás en menor medida, en las reglas de juego internacionales.
A día de hoy, no obstante, el retrato de las relaciones comerciales de China dibuja otras prioridades estratégicas. El centro de gravedad de su comercio exterior nos señala a EEUU, Europa, Japón y el Sudeste asiático, por este orden, como principales socios y a considerable distancia de cualquier otro espacio geopolítico. Es una realidad muy difícil de alterar y plantearse una exacerbación de la bifurcación entre socios comerciales y aliados políticos tiene sus riesgos. El comercio de China con Rusia, por ejemplo, equivale a la cuarta parte del que mantiene con Japón y aun si en 2020 se alcanzan los objetivos más acariciados (llegar a los 200.000 millones de dólares de intercambio comercial) seguirá lejos incluso del que a día de hoy China mantiene con América Latina. Con África, equivale a la mitad del que mantiene con el Sudeste asiático. Más allá de esta foto fija, cabe señalar que las tendencias principales nos remiten al estancamiento en un caso y al alza en los demás, con saltos sorprendentes por la magnitud de su avance, especialmente en América Latina o África. En esta última, los mayores proyectos de infraestructura están gestionados por China. Esta evolución es comprensible por cuanto introduce mayores equilibrios que reducen dependencias pero además le permite un aumento considerable de su influencia.
Tras su paso por Moscú, el presidente chino Xi Jinping dijo que los resultados de la visita habían sobrepasado todas sus expectativas, enfatizando que China y Rusia tienen necesidad de fortalecer su alianza. En África se mantiene viva la polémica en torno a la naturaleza de su cooperación, para unos de signo neocolonial y para otros fiel exponente del valor de la cooperación Sur-Sur. Gran mercado, colosal reserva de recursos naturales, constituye una oportunidad, incluso más que América Latina, para afirmarse como potencia en ascenso frente al declive de los socios occidentales tradicionales.
El diseño de una alianza alternativa en un mundo post-occidental tiene su principal referencia en los BRICS. La reciente cumbre de Durban ha venido a expresar esa búsqueda por parte de Beijing de un reequilibrio en las relaciones de China con el exterior. Y a medida que los integrantes de esta alianza demuestran su voluntad de cooperación y convergencia, aumentan proporcionalmente los recelos de los países más desarrollados que son bien conscientes de su potencial para operar una modificación del statu quo. La actual crisis global representa una oportunidad estratégica y en el seno de los BRICS, pese a sus contradicciones, China ensaya nuevos estilos que puedan dar forma a su liderazgo, con pragmatismo y cuidando de evitar cualquier confrontación, pero sin renuncias, a la espera del momento oportuno para dar cuenta de su nueva posición en el sistema global.
No va a haber cambios de fondo en la orientación de la política exterior china con Xi Jinping pero si un mayor impulso a su proyección. Quizás por ello, ya en el reciente Davos asiático, el Foro Boao promovido por China en los años noventa a resultas de la crisis financiera asiática, África y América Latina acapararon el protagonismo. Como en la estrategia que dio el triunfo a las huestes revolucionarias de Mao frente a las tropas, infinitamente superiores, del Kuomintang en la guerra civil china, el campo pobre cercando a las ricas ciudades se sustituiría ahora por la alianza con la “periferia” para sustentar un proyecto envolvente que acabaría por finiquitar el poder de los actores hegemónicos. Lidiando de esta forma, la decadencia de los países desarrollados se vería acelerada por la concertación de esos poderes emergentes que por el momento no pueden aun superar su dominio. La vertebración de dichas alianzas se apoyaría en una visión compartida del orden global y en un sólido fomento de las relaciones comerciales apoyadas en el diseño y gestión de instituciones comunes.
Cierto es que por el momento los principales desafíos que enfrenta China se sustancian en el propio país, a la espera de cambios estructurales profundos en su modelo de desarrollo y con la incógnita de la capacidad de supervivencia de un sistema político asediado por la corrupción y otras lacras. Solo el agravamiento crónico de dichas tensiones puede retrasar esa nueva vuelta de tuerca en la política exterior que de seguro nos afectará de modo sustancial al resto del mundo.