China sabe que la relativa cercanía de un proceso electoral en EEUU equivale a un inevitable incremento de las habituales tensiones bilaterales. A un año vista de los próximos comicios presidenciales en Washington, la propuesta impulsada por los republicanos para imponer aranceles punitivos a las importaciones chinas si Beijing no aprecia el yuan, a pesar de sus pocas posibilidades de salir adelante, parece haber inaugurado la escalada.
Es sabido que a las autoridades chinas les preocupa mucho evitar la confrontación directa con EEUU. A día de hoy, más puede perder que ganar. Por ello, aun rechazando aquella ya lejana propuesta de conformar entre ambos un G2, ha promovido el incremento de la comunicación y la negociación en innumerables temas, trascendiendo incluso el ámbito bilateral para abordar en comandita la gestión de escenarios estratégicos de interés común como África o América Latina. No obstante, más allá de la coyuntura concreta marcada por la agenda tradicional de desacuerdos (desequilibrio comercial, el valor del yuan, acceso al mercado, etc.), la desconfianza estratégica, el verdadero núcleo duro de su relación, parece ganar enteros.
Las raíces de esa rivalidad se hunden en las diferencias sistémicas y en la competencia por la influencia global. A la visibilidad de las críticas estadounidenses por los déficits democráticos o en materia de derechos humanos en China se ha ido sumando una lucha larvada pero opaca con ámbitos bien delimitados que va aflorando con toda su crudeza. El aumento del poder económico y global de China o las ventajas que pueden derivarse de su gestión de la crisis del mundo desarrollado han urgido en Washington una reprogramación activa de sus preocupaciones geopolíticas con vistas a preservar su hegemonía.
Las últimas semanas se han prodigado en evidencias que ilustran esta realidad, convirtiendo a Asia-Pacífico en el escenario privilegiado de una confrontación estratégica que amenaza con asestar un duro revés a ese deseo chino de contemporizar con EEUU. Primero fue la venta de un nuevo paquete de armas a Taiwán, respaldando la estrategia de la isla rebelde de diferenciar los progresos económicos y políticos o en materia de seguridad. Ahora, Beijing ha tenido que aceptar la participación de EEUU como nuevo miembro de la Cumbre de Asia Oriental, creada en 2005. Pero hay más.
Al rearme que vive el sudeste asiático, directamente relacionado con el aumento de la tensión en torno a las disputas territoriales en el Mar de China meridional, se ha sumado el anuncio de Obama de ampliar su presencia militar en Australia, presagio del mayor despliegue en la zona desde la II Guerra Mundial. Con bases en Japón y Corea del Sur, esta nueva radicada en Australia aumentará la sensación de cerco en Beijing, aproximando a EEUU al Mar de China meridional y dando al traste con su intención de resolver los desacuerdos vis à vis y sin injerencias exteriores.
La prosperidad acompaña las relaciones entre China y los países de la ASEAN, del que es ya el primer socio tras la creación de una zona de libre comercio que ha entrado en vigor en 2010, con una tasa de crecimiento anual del veinte por ciento, pero no así en materia de seguridad. El secretario de defensa Leon Panetta fue el único invitado externo a la reunión de ministros de defensa de la ASEAN celebrada en Bali en octubre pasado. Países como Filipinas o Vietnam no las tienen todas consigo. China está convencida de que EEUU tiene el propósito de contener su influencia en la región y que esta es la razón última de su anunciada vuelta a Asia-Pacífico.
El protagonismo de EEUU incluye también una dimensión económica, concretada en la creación de la zona de libre comercio transpacífica, una propuesta que marcó la reciente reunión de la APEC en Honolulu y por la que China no ha mostrado el mínimo entusiasmo.
La apuesta de la China reformista por privilegiar la fuerza económica en detrimento de la militar (el desarrollo pacífico) se enfrenta así a una delicada coyuntura. Residenciar en la economía su estrategia de liderazgo regional complementada con una oferta de bilateralismo benévolo que puede gestionar a su antojo dada la asimetría de los actores en juego en la zona, se ha revelado totalmente insuficiente. La confianza política es clave y los progresos en este ámbito se han revelado menores. Washington puede tirar provecho de dicha realidad sin necesidad de grandes esfuerzos.